viernes, 3 de abril de 2015

Dimetrodón no es dinosaurio (María Camila Nuñez B.)

Desde siempre me han gustado los dinosaurios. ¨Siempre¨ porque es muy difícil ubicar a qué edad o en qué momento específico de mi vida, decidí que los amaba. Cumpleaños, navidades, cualquier fecha que implique recibir regalos, pedía lo que fuera relacionado con estas criaturas prehistóricas. Nunca me gustaron las Barbies, la única manera que me llamará la atención este producto sería que existiera la Barbie Dinosaurio, y tendría que ser un dinosaurio y no una Barbie.

Uno de los momentos más emocionantes de mi niñez fue cuando en una clase de biología, nos entregaron unas guías que constaban de varios dibujos de dinosaurios, otros reptiles y si la mente no me engaña, también había alguna ilustración de algunos trilobites, criaturas que hasta el día de hoy me causan una gran repugnancia y curiosidad al mismo tiempo. Las ilustraciones eran bien regulares, sin embargo me parecieron increíbles y las coloreé con mucho esmero, hice mi mejor esfuerzo ya que no era y nunca he sido muy buena para este tipo de tareas. Me decepcionó mucho que al final solo le dedicaran una sesión a hablar de los dinosaurios, fue de los primeros grandes desengaños de mi vida.

Recuerdo haber visto una película en la cual los protagonistas también eran unos niños que encontraban unos dinosaurios pequeños, muy chicos, como perros pinscher o algo así. El nombre de la cinta está perdido en los archivos de mi cerebro al igual que la trama y el motivo por el cual los dinosaurios eran como eran en la película y el cómo los habían encontrado los personajes principales. Lo que si está muy claro es que pasé horas pensando en eso y queriendo desesperadamente tener mis propios dinosaurios. Incluso puedo decir con la barra de seguridad al 70% que dejé de jugar en los descansos del colegio por quedarme pensando en lo anterior.

Los dinosaurios son los representantes de los monstruos de nuestras pesadillas, mitos y leyendas en la realidad tangible. Son una prueba que nos alienta a creer que todo puede ser real, que cualquier cosa es posible. No se puede demostrar la existencia de la Atlántida, de los gigantes, de los unicornios, de los dragones o de los jackalopes, pero tenemos fósiles de dinosaurios que nos confirman la existencia de criaturas gigantes y peligrosas que generan más preguntas que respuestas. Lo que se acaba de mencionar teniendo en cuenta que el lector sea un firme creyente de la ciencia y las pruebas presentadas al público.

Recuerdo haber pasado largas noches sintiéndome sumamente triste por la extinción de los dinosaurios, mirando unos afiches que tenía en mi puerta que brillaban en la oscuridad de un triceratops y de un T Rex. En mi infantil mente daban vueltas las posibilidades de la catástrofe final que acabó con la gran mayoría de estos animales y la de muchas otras especies de fauna y flora. Primero los volcanes, mi razonamiento era que tendrían que haber demasiados volcanes haciendo erupción a la vez para que esto fuera válido, nunca simpaticé con esa idea. La otra opción, la que más me convencía a mi y a la comunidad científica era la del meteorito que había chocado en lo que hoy es la península de Yucatán. ¡Dios, la angustia que sentía! Imaginaba a los pequeños dinosaurios bebés con sus madres preocupadas que sí sabían lo que estaba sucediendo (a diferencia de sus inocentes crías) mirando la luz enceguecedora que cada vez se hacía más grande y potente, anunciando el fin de la era de los grandes reptiles.

Esta palpitante preocupación fue alimentada en gigantescas proporciones después de haber visto Deep Impact o Impacto profundo en español, en la cual aparece un tierno Elijah Wood. Sabía que a mi edad no debía ver esa película, pero, claro, como siempre, la curiosidad pudo más que la prudencia. Además de la relación inmediata que hice con la trama de Impacto Profundo y la desaparición de los dinosaurios, tuve constantes pesadillas que creo, duraron años, acerca del inminente choque de un meteorito contra la Tierra. Me decía que debía dormir para que cuando la catástrofe ocurriera, no sintiera nada, pero claro, esto sólo incrementó el miedo y la ansiedad.

La tristeza volvía a atraparme cuando la imagen del último dinosaurio en morir paseaba por el área encargada de las ideas gráficas en mi cerebro (si es que funciona así). Veía al último del reino Animalia, del filo Chordata, del subfilo Vertebrata, de la superclase Tetrapoda, de la clase Sauropsida, de la subclase Diapsida, de la infraclase Arcosauromarpha, del superorden Dinosauria, rendirse ante la melancolía y el desespero de saber su destino. Con una angustia muy similar a la del último tilacino que murió en cautiverio en 1936, completamente solo, dando vueltas en su nada cómoda celda, a miles de kilómetros de su hogar, con un nombre (Benjamin) que ni siquiera fue posible confirmar, que estuviera acorde a su sexo.

Mi empatía con los dinosaurios se infiltraba en mi pasatiempo favorito: ir a la casa de mis primos a jugar Play Station. Yo no contaba con uno, así que hacía todo lo posible por pasar tiempo en cualquier hogar que tuviera dicha consola. Cabe resaltar que el Play Station de mis primos siempre estaba acompañado de una sobresaliente variedad de juegos. Un día llegué a iniciar mi jornada de entretenimiento y noté que había una caja nueva, se trataba de Dinocrisis. ¿En qué consistía? Esencialmente en matar a los dinosaurios que habían sido traídos accidentalmente (creo) a una isla en nuestro planeta, consecuencia de una serie de experimentos militares que resultó abriendo un portal en el tiempo o algo así. No pude identificarme con Dinocrisis, no podía matar a los dinosaurios, me sentía mal, como si estuviera traicionando a un amigo cada vez que mi personaje disparaba el arma. Si mal no recuerdo en alguna parte del juego había una especie de tanques con plesiosaurios, mi clase de réptil marino favorito. Esto puso millones de galones de gasolina en el tanque de mis pesadillas, hoy en día ese combustible sigue vigente. Uno de mis miedos sin sentido alguno más grande, consiste en por alguna razón ser absorbida por un tipo de agujero de gusano y ser arrojada en algún océano prehistórico y no durar muchos minutos esperando a ser devorada de una manera extremadamente violenta y dolorosa por uno, dos o tres reptiles marinos. En lo anterior también juega un papel importante un afiche de estas criaturas que venía en una de las revistas National Geographic que mi papá colecciona.

Alguna vez intenté tener un amigo imaginario seguramente porque era un tema recurrente en algún programa que veía en la televisión. Creo que mezclé esto con mi primer acercamiento al mundo de la criptozoología, otro tema que ocupa un lugar importante en mi corazón. Dicho esto debo confesar con algo de vergüenza, al mismo tiempo que me digo que no pasa nada porque era una niña (solo para volver a la vergüenza), que mi compañero imaginario era un plesiosaurio humanoide, que claro no podía tener otro nombre sino Plesius. Plesius el plesiosaurio era en realidad el monstruo del lago Ness, nunca lo logré ver en realidad, ni tenía conversaciones con él en público (alabado sea el Señor), pero sí pasaba largos intervalos imaginando su vida y lo que podríamos hacer juntos si él existiera en mi mismo plano. Plesius contaba con un veraniego guardarropa, parecidísimo al del personaje que respondía al nombre de Sam en la serie de T.V. Clarissa lo explica todo, protagonizada por Melissa Joan Hart. Salido también de Clarissa estaba el accesorio número uno de Plesius, unas gafas oscuras que iban apenas acordes con su camisa de flores hawaiana y pantaloneta de baño roja. Hasta mucho tiempo después me encontré con la cruda verdad: el atuendo de Plesius no estaba en lo absoluto acorde con el clima del lago Ness. Otro sueño destruido, otra grieta en mi corazón, otro desengaño más en lo que iba de mi existir.

Como se puede deducir sin ninguna dificultad, la saga de Jurassic Park está entre mis películas favoritas de ayer, hoy y siempre. Por más que ame a los dinosaurios de una manera que halla corto cualquier lenguaje terrícola para expresar lo que siento acertadamente, creo que Jurassic Park nos hace el favor de entregarnos 3 cintas que claramente nos explican por qué los humanos y los dinosaurios no deben existir al mismo tiempo y por qué el hombre como especie, no debería clonar a ningún animal extinto. Nunca, jamás, eso no se hace, no señor, no señora, no y ya.

Somos muy irresponsables y egoístas como para hacernos cargo de traer a la vida a una criatura tan grande e impredecible como un dinosaurio. Clonar a estos animales es de las peores ideas del mundo, de los mismos creadores de ¨mandemos una sonda al espacio exterior con información acerca de nuestra ubicación a ver quién la recoge por ahí. De seguro vendrán en paz y nos traerán regalos muy bonitos como tecnología increíble que no podemos imaginarnos, porque claro no hay posibilidades de que quien encuentre esto venga con intenciones colonizadoras violentas… ni que eso hubiera pasado en la Tierra¨.

Tanto en nombre de la religión como de la ciencia se han hecho cosas horribles. Ambas cosas se comandan por la avaricia y el egoísmo, no ven límites para lograr su cometido, ambos motores son tan tercos y arrogantes como la persona que cree que ver televisión/gustar de algún deporte hace a los demás estúpidos, o como la persona que cree que leer libros hace a alguien más inteligente. A esto se agrega lo que considero otra dupla de pensamientos que nos tienen condenados: 1. Creer que la Tierra y sus habitantes no humanos están acá para servirnos. 2. Creer que con ser vegetarianos arreglamos el problema. El problema no creo que sea consumir carne, el problema es el masivo, violento y desmedido consumo no solo de materias primas, sino de todo lo que existe, respire o no. No podemos conformarnos con uno de cada uno… pero bueno esa es otra historia. El punto principal que se encadena con lo que quiero decir es que no podríamos conformarnos con un solo espécimen de dinosaurio. Las características mencionadas llevarían eventualmente a los científicos encargados de la tarea, a traer a nuestro plano existencial por lo menos a 3 dinosaurios. ¿Por qué 3? Porque siempre es 3 y si no es 3, es 7, pero esa también es otra historia.

No sería raro que recrearan la manada de velociraptors de Jurassic Park y entendiéramos esta vez, en carne propia el verdadero significado del ¨clever girl¨ pronunciado por el ficticio pero astuto doctor Grant. Se crearía toda una industria, un gran negocio alrededor de regresar al planeta una criatura extinta hace millones de años. Claramente la parte del entretenimiento vendría luego de experimentar, después de llevar a cabo numerosos exámenes que incluyen introducir agujas e invadir de todas las maneras físicas que se les ocurra al anacrónico animal.

Además de la trilogía de películas y las novelas escritas por Michael Crichton en las que están basadas las cintas, existen 3 atracciones temáticas en el mundo de la franquicia de Jurassic Park que agregan peso al argumento de ¨por favor, por favor, por favor, no devuelvan a la vida a uno o varios dinosaurios¨. Tuve la oportunidad de ir a la que queda en Orlando, Florida y fue una de las mejores experiencias que tendré en toda mi vida, en gran parque porque el parque Island of Adventures reúne 3 cosas que me apasionan: los réptiles terribles, Harry Potter y Spider-Man. La parte del sitio dedicada a Jurassic Park consta de una atracción acuática en la que nos movemos por medio de un bote entre varios animatronics de dinosaurios que para los amantes del realismo y los efectos especiales son una decepción garantizada, gracias a que probablemente no han sido actualizados desde que se lanzó No Strings Attached de ´N Sync. Gran parte del encanto de ir a ese plan, es sentirse atrapado en la década de los 90 del siglo pasado. Es la misma sensación que causa ver esa película malísima que uno sabe que es pésima pero que no puede dejar de ver y de todas maneras a uno le gusta así, disfruta de la película con todo y su mediocridad, disfruta la película por su mediocridad. Esta experiencia es como amar al hijo bobo, al que se le salen las babas, el que es para toda la vida.

Debo decir que sentí verdadero terror a medida que el viaje en el bote de la atracción iba avanzando. Se abren las puertas y la banda sonora de Jurassic Park empieza a sonar y me dan ganas de llorar de la felicidad. Los rieles del bote se ven perfectamente debajo del agua, todo es hermoso. Un braqueosaurio (no recuerdo bien) con movimientos bastamente robóticos nos saluda. Dos estegosaurios continúan dándonos la bienvenida al paraíso prehistórico, luego un parasaurolopus emerge torpemente del agua para asustar al público distraído. Más adelante se le informa a quienes van en el vehículo que algo ha salido mal, los velociraptors han escapado y enseguida vemos a dos pequeñines de esta especie peleándose por lo que queda de una camiseta de un empleado del parque que seguramente ya fue devorado. El bote empieza a subir a un túnel oscuro, allí vemos sombras de mas velociraptors forcejeando, hasta que la tripulación es emboscada por un velociraptor adulto, hermoso pero terrible. El paseo termina con el emblemático T-Rex de la saga, o bueno su cabeza, saliendo del techo, dirigiéndose hacia el bote. Es para morirse de la alegría. Cumplir mi sueño de ir a este parque y vivir la experiencia de Jurassic Park en persona me terminó de convencer de lo mala que es la idea de clonar dinosaurios. Si tuve por lo menos 5 aproximaciones a un infarto durante el recorrido gracias a unos animatronics viejos que se ven bastante falsos, no imagino como colapsaría mi cuerpo si se tratara de criaturas vivas. La gran trampa en la que nos hizo caer la franquicia de Jurassic Park fue que nos presentó a los herbívoros comportándose como mamíferos, nos convenció de que un réptil gigante con cuernos se va a dejar mimar y dar besitos como si se tratara de un cachorrito.

Continuando con la idea de dinosaurios-cachorritos, vale agregar a estas confesiones saurópsidas la experiencia que tuve hace unos meses en cine. Fui a ver con mi papá The Dinosaur Project, sabía que no iba a ser una gran película, ni siquiera una aceptable pero que igual me iba a gustar. En realidad fue todo lo que yo quería que fuera, un cocktail de malas actuaciones, regulares efectos especiales y una trama flojísima con un montón de fallas de continuidad, la más notoria de estas siendo que un experto biólogo/zoólogo confunde a unos reptiles voladores con patos. Lo que más me gustó/estuvo mal de The Dinosaur Project fue que el dinosaurio que apareció más tiempo era un pequeño carnívoro que se comportaba como mamífero y nadaba como delfín. Sí, nadaba, como delfín. Los protagonistas de la película, unos científicos británicos que van en busca del críptido del Congo, el Mokele-mbembe, explican las habilidades del dinosaurio y sus compañeros diciendo que tuvieron miles de años para evolucionar y adaptarse a su hábitat. El argumento de la película es tan flojo como los mocos que Crypto (así nombraron cariñosamente al dinosaurio nadador) le echa a uno de los personajes para evitar que unos dinosaurios más grandes se lo comiera. Pero lo que tiene de baboso el filme, lo tiene también en corazón. Uno debe amar mucho a los dinosaurios para hacer una película sobre ellos, así sea una bien mala (tan mala que parezca que se odia a estos animales), por todos los retos que hacer lo propio implica. ¨Obraron con buenas intenciones¨ es lo que me digo cuando veo una película de la calidad/calaña de The Dinosaur Project. No será la película que le cambie la vida a nadie (eso espero), tampoco será la más acertada científicamente (ni un poquito) pero es de dinosaurios, y este solo hecho me llena de felicidad.

Los productos sobre dinosaurios que más pueden llegar a capturar la atención y los corazones del público, son los que tienen poco o nada en cuanto a precisión científica. Nos recuerdan (a mí me pasa así) de las veces que jugábamos con nuestras figuras plásticas de los lagartos terribles, cuando inventábamos universos de posibilidades para que tuvieran vida. Estas películas, series, figuras, etc. cumplen la función que cumple el olor que captamos inesperadamente, que nos traslada en el espacio-tiempo, que nos hace sentir como si estuviéramos en ese cuándo y dónde con los cuales identificamos esta percepción.

Me gusta ver las aves de cerca cuando tengo oportunidad y ponerme a pensar qué dinosaurio pudo haber terminado convirtiéndose en el ejemplar que esté detallando. Pero me gusta más y me hace inmensamente feliz, pensar que estoy en el mismo lugar en el que existe un dinosaurio vivo que nadie ha visto nunca y ojalá no lo haga jamás. Si la medida estándar para la felicidad fueran los dinosaurios, la mía marcaría Sauroposeidon cada vez que tengo la oportunidad de acercarme al tema.

MAGOSBARATOS (María Camila Nuñez B.)


Aquí está el cuarto de los relatos presentados al Cuarto Certamen Literario Koprolitos, escrito por Maria Camila Nuñez B., que se estrena en esta edición. ¡Muchas gracias por participar!

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