jueves, 29 de marzo de 2018

Lori Henriques - Dinosaur

Lori Henriques, cantante de Portland (Oregon, Estados Unidos), comenzó desde muy joven a tocar el piano y más tarde se convirtió en una profesora de este instrumento con gran reputación en Seattle o Los Angeles. Fusionando géneros como el jazz, el latin, el blues o el gospel, Lori ha compuesto multitud de canciones rodeándose de importantes músicos. Desde hace algunos años, se dedica a la realización de música infantil y fue nominada en la 58 edición de los premios Grammy celebrados en 2016 al mejor álbum en esta categoría por "How Great Can This Day Be". Tres años antes, editó el disco "The World is a Curious Place to Live", en el que incluyó su canción "Dinosaur", en la que habla de la nostalgia de una niña por la desaparición de los dinosaurios y que cuenta con un curioso videoclip:


La letra de la canción es la siguiente:

Dinosaur, dinosaur

You're on my mind more and more
It's hard to imagine 
You walked on this same land
And quite possibly 
You touched this rock with your three-fingered hand
Dinosaur, dinosaur
You used to be here 
But you're not anymore
Oh-oh-oh-ore

The land has changed its shape a lot 
You'd be amazed at all the continents we've got
We've still got the ferns
And the ferns have still got spores
We've still got the ants
And they're still crawlin' 'round on our floors
Dinosaur, dinosaur
You used to be here
But you're not anymore
Oh-oh-oh-ore

Some have cautioned me that if you were still here
Gettin' along wouldn't be so easy year after year
When I hear them say these things, they sound so flip
They say we're better off in this long-distance relationship

I've gotta say, you were so cool
A little creepy and so old school
It's really astounding 
You lasted here so long
And something else I'd admire
Is the fact you were so big and strong
Dinosaur, dinosaur
Because you're not here
I can love you much more
Oh-oh-oh-ore, dinosaur

miércoles, 28 de marzo de 2018

Los dulces dinosaurios de Mango is so sweet

Bajo el sobrenombre de Mango is so sweet se esconde una joven ilustradora de Guangzhou (China) que realiza deliciosas composiciones en las que predominan escenas cotidianas de colores suaves. Entre su obra destaca una serie de dibujos en los que retrata dinosaurios de extrema dulzura y candidez, de la que dejamos una muestra a continuación:











martes, 27 de marzo de 2018

I'm a websurfer

El ilustrador brasileño Luan Brombim ha resumido perfectamente en este diseño de camiseta el perfil del internauta modelo. Parece que todavía no se ha puesto a la venta, pero prometemos informar si nos enteramos de su comercialización...


Me lo chivó Javi Godoy. ¡Gracias!

lunes, 26 de marzo de 2018

Psico Trópico (Charlie Charmer) (y II)

Resumen de lo publicado: en la comuna conocida como "La Patera" están comenzando a suceder extraños acontecimientos, pero nadie tiene claro que no sea todo una alucinación debida a los alcaloides.


- Mirad, esto está lleno de huellas –observó acertadamente Basilio.

Los restos no dejaban lugar a dudas. Las impresiones sanguinolentas sobre el suelo de madera se iban alternando siguiendo siempre la misma pauta: primero, una huella alargada de zancuda y luego un círculo. Si ya la pata estampada indicaba que el asesino no era un ave palmípeda, el redondel recordó a todos (menos a Ana) que Patapalo había tenido que sustituir su bastón. Obviamente, la urgencia le había hecho olvidar darle la misma forma que al anterior.

- Siempre desconfié de ese pibe –dijo un pato.

- Ya os dije que los lectavis no eran de fiar –se quiso apuntar el tanto otro.

Armados de palos, rastrillos y cualquier otro utensilio apto para trinchar, se agruparon para subir a la habitación donde, supuestamente, dormía Patapalo. Patoruzú empujó la puerta y entraron en tropel, encontrándose con el susodicho balanceándose en una tumbona con la bata puesta. Ensimismado en su delirio, la zancuda continuó hablando entre dientes, ignorando a la multitud que había irrumpido en su dormitorio.

- Comprendelo, mijito –dijo impostando una ridícula voz femenina-. Esa pájara era una guarra y solo quería chuparte la sangre. Ya no volverá a molestarte y podrás dedicarme toda tu atención.

- Sí, mamá –se contestó con su tono habitual.

En ese preciso instante, cuando los allí congregados todavía no se habían recuperado del shock, un fuerte golpe resonó en la planta baja, seguido de un tropel de enérgicos pasos que hicieron retumbar toda la edificación.

- ¡Les habla la policía! Esto es un desalojo. Salgan con las alas en alto y el carnet en la boca –gruñó al pie de las escaleras un fiero carnotauro mientras las astillas de la puerta seguían todavía cayéndole desde los cuernos.

- Puucha, la pasma ¡Sálvese quien pueda! –gritó el gurú.

La histeria se adueñó de los patos, que salieron corriendo en desbandada, olvidándose por completo del lectavis. Alguno se arrojó por la ventana, recordando demasiado tarde su deficiente capacidad de vuelo. En cuestión de pocos minutos, los supervivientes formaban en el exterior, con las alas apoyadas sobre la pared. Un policía golpeó a Patoruzú en las piernas con la porra para que las abriera más.

- Eeeh, un poco de respeto –se quejó Basilio- No sabés a quién estás pegando.

- ¿Ah, sí? Explicame vos –dijo, levantando la barbilla de Basilio con su porra.

- Es Mampato González, doctor en filosofía y una eminencia mundial en biología.

- Te presentaría a dos eminencias que vienen conmigo –dijo el policía, haciendo ademán de bajarse la cremallera-, pero hay señoritas presentes.

Entonces, el gurú se acordó de Patapalo. Miró a su alrededor y comprobó que no estaba presente.

- Agente, arriba se ha quedado un asesino en serie. Tengan cuidado, es un auténtico psicópato.

- ¿Sí? Huuy, qué miedo –dijo Fausto, el oficial al mando-. Gómez, subí por ese pájaro de mal agüero. Con cuidado, que pica.

- Nadie nos ha leído nuestros derechos –dijo Ana, mientras Gómez se crujía los nudillos subiendo las escaleras.

- Tenés razón, pollita. Te los voy a contar, para que no se diga. Mirá: tenés derecho a cerrar tu puto pico, todo lo que digas me la pela y consuélate si no te violo en la furgoneta. ¿Querés que te los repita en privado o entendiste?

Antes de que Ana pudiera darle la réplica (lo que tal vez habría sido fatal para ella), un ruido seco se dejó oír en la planta superior, seguido del estruendo que hizo aquel austrocheirus de ocho metros con el equipo completo de antidisturbios al caer a plomo al suelo de piso inferior, reventando la tarima en el impacto. Fausto echó un ojo desde el umbral y, cuando vio la flecha clavada en el entrecejo de su compañero, alertó a los suyos.

- ¿Viste, loco? ¡La puuuta que lo parió! Chicos, agárrenme a ese guacho y vamos a romperle el orto.

El sargento hizo una seña a varios efectivos para que cubrieran la parte trasera del edificio mientras el resto entraba en tropel, con los escudos por delante. Al darse cuenta de que dejaba a los detenidos solos, entendiendo que las órdenes habían sido claras y no incluían hacer guardia en el exterior, el austroraptor que entró en último lugar les dijo:

- Y ustedes, no se me vayan a mover mientras bajamos a ese hijoperra, ¿eh? Llevémonos bien. No me sean pendejos.

Patapalo había tapado la ventana con un armario y se había atrincherado en el dormitorio, usando la puerta entreabierta como una tronera, desde la que disparaba su ballesta a diestro y siniestro. Un orkoraptor que había conseguido alcanzar la segunda planta se aproximó parapetado tras un reloj de pared. Cuando estaba a punto de lanzar sus garras por la abertura, sonaron los cuartos. Alertado, el lectavis dirigió su arma hacia el sonido y vació el cargador. El celurosauriano salió despedido hacia atrás, impulsado por los impactos, y cayó al vació arrastrando consigo buena parte de la balaustrada.

- Santo Saurio –dijo el sargento Fausto-. Pedí refuerzos –ordenó al recién llegado austroraptor, que emprendió la carrera en busca de la furgoneta.

Al salir de la casa, el dromeosáurido comprobó que los pájaros habían volado y comenzó a temblar pensando en las consecuencias que aquello le podría acarrear. Aunque, claro, nadie sabía que había sido él quien les había dejado sin vigilancia.

- Lo siento. No se fiaban de que fueran a ser objeto de un juicio justo –dijo una voz bajo la sombra de una cica.

Lo que faltaba. Sí había testigos de su negligencia. Y todavía tenía la desfachatez de acercársele con la mano tendida.

- Clodomiro Skinner. Psiquiatra. El prúrito profesional me impidió unirme a mis compañeros. Creo que os puedo ayudar a coger a Patapalo.

Al final iba a tener suerte. Si lo que decía el pollo era cierto, nadie preguntaría siquiera por los fugados. Casa desokupada, asesino loco en la trena. El sargento estaría contento. Era suficiente para ponerse la medalla.

- Mi sargento, este yungavolucris asegura que sabe cómo reducir al pirado.

- ¿Y a que esperás? –le espetó Fausto- Esa mala bestia va a acabar con todos mis chicos.

- El sujeto es un víctima de una patología cognitiva de tipo esquizoide, posiblemente fruto de una predisposición originada en un trauma infantil y catalizada por el uso de opiáceos. Debe ingresar en el frenopático.

- ¿Lo qué?

- Que está enfermo.

- Dejámelo diez minutos y verás como lo curo. No lo va a reconocer ni la puta que la parió.

- No. Debe recibir tratamiento médico. Si querés que os ayude, esas son mis condiciones.

Un noasaurio cayó acribillado a flechazos a los pies del sargento Fausto. No tenía elección. Asintió con la cabeza. A instancias del yungavolucris, ordenó el alto el fuego. Clodomiro subió por las escaleras ondeando una bandera blanca. Bueno, una camiseta que tomó de la cesta de la colada atada a un palo. La prenda llevaba estampada una y griega invertida a la que el trazo central atravesaba por completo, un diseño del propio Patapalo, que había contado a sus compañeros de comuna que se trataba de un símbolo de la paz, pese a que era evidente que representaba a una zancuda con un pene desproporcionado.

- Fermín –dijo el psiquiatra, utilizando el nombre de pila de Patapalo para ganarse su confianza-, soy Clodomiro. No dispares, subo solo.

- ¿Qué querés?

- Charlar un rato con vos, no más.

- Andá con cuidado, ha entrado la cana en “La Patera”.

- Sí, ya me he dado cuenta. No te preocupes, les has asustado y se lo están pensando mejor antes de intentar subir de nuevo. ¿Puedo pasar?

La puerta del cuarto se abrió por completo un instante y luego se cerró de un portazo. Un policía hizo ademán de dirigirse hacia las escaleras, pero el sargento le detuvo.

- Esperá, ese loquero parece que sabe lo que se hace. Dejemos que nos haga el trabajo sucio y ya nos ocuparemos a fondo de los dos pollitos en la furgoneta, jajaja.

Al cabo de veinte minutos, la paciencia del carnotaurus expiró y ordenó a sus saurios acribillar la puerta y mirar después en qué había quedado la negociación. Deseosos de terminar la operación cuanto antes y retirarse a escuchar por la radio el campeonato de caída libre del circuito de Montmeló, los terópodos vaciaron los cargadores a conciencia contra la indefensa tabla, que acabó convertida en serrín. Cuando el humo se despejó un poco, entraron en la habitación, que encontraron vacía. Varios tablones despegados del suelo les orientaron sobre el curso de los acontecimientos. Entre la tarima y el forjado había hueco suficiente para las aves.

- Disparad al techo –ordenó el sargento Fausto, seguro de que los patos debían seguir en la casa.

Las fuerzas del orden agotaron toda la munición que llevaban encima y después fueron a la furgoneta a por más. Nadie se iba a reir de ellos. Cuando las vigas, echas un colador, no pudieron soportar más el peso del plomo, cedieron, y todo el piso se hundió sobre los asaltantes, que quedaron sepultados entre toneladas de cascotes, maderos y polvo.



Amanecía en el valle. Los soroavisaurus cantaban a la aurora, despreocupados, bebiendo el rocío de las hojas y, en la cercana laguna, los paeloanfibios miraban sorprendidos a aquel montículo que había crecido durante la noche y discutían vivamente (los paleoanfibios son muy dados a discutir y cualquier excusa es buena) sobre el aspecto del paisaje antes de su irrupción.

“La Patera” había quedado reducida a una escombrera. Lentamente, una cabeza asomó entre los restos, perfectamente camuflada por la suciedad que la cubría. Al abrir los párpados, el sargento Fausto creyó que estaba nevando al ver las partículas de polvo desprenderse de sus cuernos y cejas. Trató de incorporarse, pero no pudo conseguirlo. Una viga le había golpeado la espalda provocándole una seria lesión medular, dejándole paralizado de cintura para abajo. Y las extremidades superiores de un carnotauro son aún más pequeñas, en proporción, que las de un T-Rex.

Una pareja de paleobatracios se presentó ante la escombrera, deseosos de ver cuál de los dos llevaba razón en base a los restos que pudieran encontrar. Al ver al abelisáurido se asustaron un poco, pero les tranquilizó ver que no era capaz de moverse. El más atrevido se acercó unos pasos, pensando que lo que pudiera contarles aquel superviviente podía terminar inclinando la balanza de su lado.

- Perdone, buen saurio, aquí había antes un corral de patos, ¿verdad?

- No sé de me habla, señor. En todo el tiempo que llevo viviendo entre la nieve, no he visto ningún pato. Ahora, si me disculpa, voy a regresar a mi concha. Los moluscos no podemos estar mucho tiempo fuera de casa.

El sargento Fausto volvió a meter la cabeza entre los escombros, dejando a los paleoanfibios estupefactos. Desde luego, no podían contar con su testimonio para dirimir su contienda.

- Che, ¿viste lo mala que es la droga, compadre? ¡Cómo se le fue la pelota a ese saurio…!

- Y que lo digas, boludo. Todo el mundo sabe que los moluscos no pueden sobrevivir en la nieve.

CHARLIE CHARMER

viernes, 23 de marzo de 2018

Los dinosaurios humanizados de Bethany Wheeler

Bethany Wheeler es una ilustradora británica residente en Londres. Ha realizado varios diseños para libros que van desde el género fantástico o de aventuras hasta historias con personajes con diferentes discapacidades, con frecuencia utilizando animales que realizan acciones de humanos, ya sea de forma seria o en situaciones cómicas. De entre todos los personajes a los que ha dado vida Wheeler, siempre hay un lugar para los dinosaurios, a los que viste con ropas y accesorios típicos de humanos. Aquí dejamos una muestra:




jueves, 22 de marzo de 2018

Jurassic Fried Dinosaur

Probablemente John Hammond podría haber pensado otras opciones de negocio en caso de que no le hubiese ido bien con el parque de dinosaurios. Por ejemplo, una cadena de restaurantes de comida rápida como el que propone el ilustrador australiano Dale Hutchinson en este diseño de camiseta para TeePublic. Puedes conseguirlo aquí por veinte dólares.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Xabi’s Lost World (2018)



La semana pasada veíamos por aquí el trabajo del ilustrador británico Alex Chilvers y mencionábamos también su faceta de animador. Hoy traemos un ejemplo de ello, con su cortometraje "Xabi’s Lost World", en el que combina su nostalgia personal por dos de sus pasiones: los dinosaurios y el fútbol, representado en este caso por su ídolo Xabi Alonso. Chivers cuenta con la ayuda de Steven Dove en el sonido y la música, mientras que él mismo se ocupa de las ilustraciones y la animación.

martes, 20 de marzo de 2018

El parque jurásico de Antonin Jury

Antonin Jury es un ilustrador de Lyon (Francia) que ha estudiado Arte en la Ecole Emile Cohl y que forma parte de la plataforma de paleoarte Studio 252MYA. Además de realizar reconstrucciones paleontológicas fidedignas, Jury también ha experimentado con la parte más caricaturesca de los dinosaurios, tal y como refleja su proyecto de graduación, en el que recrea un videojuego sobre un parque temático inspirado en la novela de "Jurassic Park" de Michael Crichton. A continuación dejamos una muestra:












lunes, 19 de marzo de 2018

Psico Trópico (Charlie Charmer) (I)

Basilio se levantó sudando como un pollo. En principio, esto no tiene nada de extraño, puesto que era un pollo, concretamente un yungavolucris adolescente de anchos pies palmeados. Pero sus reacciones físicas tenían bastante poco de naturales, ya que debían casi todo a la química. Las alas le temblaban y notaba un picor que le ascendía desde la cola a lo largo de la espalda. Tenía la lengua seca y pastosa, y los ojos, desorbitados, le escocían como si le hubieran orinado dentro. Vomitó el desayuno y subió por las escaleras dando bandazos en busca del gurú. Pero allí solo estaba Patapalo, el lectavis cojo, que se había vestido con una bata de andar por casa que parecía poco adecuada para el sofocante clima tropical. Realmente era un bicho raro –pensó Basilio, comprendiendo que el gurú le hubiera dejado aquel pequeño cuartucho como dormitorio, mientras los demás debían compartir los suyos con no menos de cuatro compañeros.

- ¿Viste a Patoruzú? –preguntó Basilio.

- Lo que veo es un pato mareado.

- Sos un boludo. Sigo sin entender cómo el gurú te dejó entrar en la comuna, por más que te tallaras esa falsa pata de yungavolucris para sustituir la que se te comió el noasaurio.

Patapalo sonrió, con la mirada perdida, y Basilio volvió a bajar al piso inferior. Por más que preguntó, nadie en “La Patera” le pudo aclarar dónde se había metido el gurú. Aunque debe aclararse que la mitad estaban tan colocados que aunque le hubieran tenido delante no habrían podido dar testimonio de ello.

“La Patera” era el nombre con que el gurú había bautizado aquella fábrica abandonada cuando la okuparon. Era un buen nombre, teniendo en cuenta que sus inquilinos era aves patagónicas, que se autodenominaban “patos” en su argot. Pero estos patos no eran unos okupas cualquiera. Se trataba de la flor y nata de la intelectualidad patagónica. Liderados por el filósofo y biólogo Mampato González, alias “Patoruzú” y asqueados por el inmovilismo y la apatía (nada que ver con los patos) reinante en su sociedad, emigraron al campo, decididos a llevar una vida más plena y respetuosa con la naturaleza, donde podrían desarrollar sus capacidades sin cortapisas ni tabús. Como era de esperar, en poco tiempo el sexo libre y las drogas se convirtieron en el único objetivo del grupo.

Como no pudo encontrar por ningún lado a quien buscaba, Basilio salió a tomar el aire, a ver si se le pasaba el mareo. Entonces vio abandonar el granero a Patoruzú, con las plumas llenas de suciedad, tarareando feliz aquello de “Mi Buenosauria queriiida…”. Tras él, salieron tres hermosas yungavolucris riendo como tontas y sacudiéndose la paja de todo el cuerpo.

- Gurú, te andaba buscando.

- ¿Es que no sabes que los patos andan con las patas?

- Ya… -las risitas de las tres se hicieron aún más estridentes-. He tenido un mal viaje. Necesito tu ayuda.

- Puuucha. No se os puede dejar solos. Anda, vamos a dar un paseo y me contás.

La alucinación de Basilio tenía un inquietante tono apocalíptico; era comprensible su excitación. El enfriamiento del planeta había acabado reduciendo al mínimo la vegetación, con lo que los grandes saurópodos e incluso los hadrosaurios terminaron pereciendo de inanición o de sobredosis, al tener que recurrir a la ingesta masiva de angiospermas saturadas de alcaloides, como las que cultivaban en “La Patera”. Tras un breve periodo de éxtasis, los carroñeros y el resto de los carnívoros, que tuvieron que asimilar su dieta a la de aquellos, se quedaron sin su sustento. El canibalismo fue la solución final, acelarando la extinción. Tan solo las aves lograron sobrevivir, cazando insectos y volando de un lado a otro en busca de un poco de calor.

Patoruzú le explicó que todo era consecuencia de su etapa de estudiante junto al profesor Trappa. Basilio le había contado en alguna ocasión que, a raíz de los datos que le facilitó el doctor Hurtado sobre la situación en las antípodas cuando depuraron su teoría del desplazamiento continental, Pascual Trappa había comenzado a trabajar en una nueva tesis, especulando con la posibilidad de que se estuviera produciendo un enfriamento global progresivo.

Pero la pesadilla de Basilio no terminaba ahí. Cuando, en su delirio, creyó posarse en la tierra, comprobó que ésta había sido repoblada por los mamíferos que, al comprobar la desaparición de los grandes depredadores saurios, salieron de sus madrigueras protegidos del frío por su pelo. Sin otro rival en aquel nicho vacío, habían progresado hasta hacerse enormes, imitando a los dinosaurios. Así, había gigantescos mamíferos con cuernos como los triceratops, otros con largos cuellos como los titanosaurios y fabulosos depredadores peludos de enormes fauces como los terópodos. Sin embargo, todos ellos eran cuadrúpedos… salvo un misterioso ejemplar que había logrado erguirse sobre sus extremidades posteriores, el más espeluznante de todos. Como apenas tenía vello, arrancaba la piel al resto de especies para cubrirse. Su mera visión hizo a Basilio despertar de su trance.

- Esa parte no la entiendo del todo, aunque supongo que tiene que ver con los crueles cuentos infantiles que tienen a un celéstide como protagonista –intentó explicar Patoruzú.

- Puede ser… nunca me gustaron esos cuentos.

- Sin embargo, vos sabés que si esas alimañas se ven obligadas a sobrevivir escondidas bajo tierra es precisamente por su extrema debilidad. Dicen que sus crías nacen a medio formar, completamente dependientes y tan frágiles que han de mantenerse con secreciones del cuerpo de sus progenitores. Pucha, lo extraño es que aún no se hayan extinguido.

Las palabras del gurú fueron sabias, como siempre, y el joven yungavolucris se sintió bastante reconfortado.

- Ese tipo de viajes son habituales cuando se ingieren demasiados alcaloides. Creo que deberías reducir las dosis o te dará un patotús y acabarás patodifuso –con este término, el gurú quería decir que podía perder el control de la realidad.

- Tienes razón. Así lo haré.

Un grito desgarrador interrumpió su conversación. Parecía provenir de la planta superior. Patoruzú y Basilio corrieron hacia el interior de “La Patera”, donde encontraron a Clodomiro Skinner, el famoso psiquiatra, interrumpiéndoles el paso en medio de la escalera.

- No subáis. Es horrible…

María, la doctora en farmacia que se encargaba de preparar los alcaloides para su consumo, había sido apuñalada repetidamente mientras se duchaba. Todos lamentaron su pérdida, por diversos motivos, pero sobre todo porque no había dosis más que para una o dos semanas y nadie más sabía cortar adecuadamente la droga. El gurú convocó a su gente con carácter de urgencia. Salvo Horacio, el sociólogo, que llevaba tres días sin mover un músculo colgado boca abajo de una rama bajo los efectos de los estupefacientes y Patapalo, que estaba ocupado tallándose otra prótesis, pues la vieja se le había partido al dar un mal paso, todos acudieron puntuales. Cuando estuvieron reunidos, Patoruzú cedió la palabra a Clodomiro.

- Queridos camaradas: No es mi intención asustaros, pero me veo obligado a preveniros. Tenemos a un auténtico psicópato entre nosotros.

- ¿No seré yo, Clodo? –preguntó Basilio, bastante preocupado por su salud mental tras su demencial viaje apocalíptico.

- Cualquiera puede ser. Podés ser vos, puedo ser yo… Es importante que estemos atentos. Se trata de un sujeto incapaz de empatozar con los demás, algo poco propio de un pato, pero no tiene porqué tratarse de alguien antipático, eso no es más que un clisé. No obstante, si presenciáis cualquier comportamiento extraño, os ruego que me lo hagás saber.

- Claro, y si podés ser el psicópato ¿cómo vamos a confiar en vos? –dijo Ana, que nadie se explicaba que tuviera cuatro licenciaturas.

- No seas boluda, era un decir. Me lo tenés que decir porque es mi laburo. Soy el único psiquiatra de la comuna y, por tanto, el que mejor puede valorar si una conducta no es patológica (en argot, el término significa justamente lo contrario que en lenguaje común, es decir: “sano, que sigue la lógica de los patos”).

Aunque, aparentemente, en pocos minutos la rutina volvió a “La Patera”, en el ambiente flotaba una extraña sensación que impedía a sus inquilinos desarrollar sus actividades con normalidad. La desconfianza se había instalado entre los patos. A excepción de Horacio, que seguía colgando de su rama en estado vegetativo, todo el mundo miraba a los demás por encima del hombro. Incluso la tradicional sesión de teatro vespertina fue cancelada, ya que los actores no eran capaces de concentrarse. De modo que, por primera vez desde que inauguraron el centro, aquella noche todos se acostaron antes de medianoche. Eso sí, nadie fue capaz de pegar ojo, pensando que sus compañeros de habitación podían ser asesinos en potencia.

Un grito espeluznante rompió el silencio a eso de las cuatro de la madrugada. Cuando lograron iluminar la casa (en esos momentos, todos se arrepentían de haber llevado a rajatabla su decisión de “volver a la naturaleza”, prescindiendo de la electricidad), pudieron ver aterrados como un cuerpo sin cabeza bajaba rodando las escaleras y salía corriendo por la puerta principal, desmoronándose a los pocos metros.

- ¡Un pollo sin cabeza! –gritó Ana, aunque nadie necesitaba de su descripción para comprender lo que estaba sucediendo.

Tras las subsiguientes pesquisas para averiguar el paradero del resto del decapitado, los encontraron finalmente en el servicio, sobre la tapa del inodoro.

- ¡Mercedes! –gimió Clodomiro-. Finalmente me hiciste caso y sentaste la cabeza…

El humor negro es consustancial a los patos. Ellos aseguran que es el mejor modo de no volverse loco. Pero, evidentemente, había alguien allí al que ya no le serviría de mucho.

(Continuará...)

CHARLIE CHARMER

viernes, 16 de marzo de 2018

Fútbol y dinosaurios con Alex Chilvers

Alex Chilvers es un ilustrador, pintor y animador de Grimsby (Gran Bretaña). Después de pasar su infancia jugando al fútbol y pintando dinosaurios, se graduó en Dibujo por el Royal Drawing School de Londres. Desde entonces, ha trabajado para BBC Three o Bullion Productions y ha expuesto en la Mercer Chance Gallery. Si se echa un vistazo al global de su obra, pronto reconocemos los elementos que marcaron su niñez: el fútbol y los dinosaurios. Sus pinturas muestran escenas del juego en las que intervienen enormes tiranosaurios. Pero no todo se reduce a lo balompédico, ya que también es capaz de colocar mosasaurios en piscinas o raptores en las gradas de Wimbledon. Aquí dejamos una muestra:

Tears (2018)

Raptors at Wimbledon (2015)

Ballotelli (2018)

Dino Crisis (2015)

Mosasaurus does backstroke (2016)

Raptorman (2017)

Pink Kit (2017)

Don’t Move (2017)

Piggy In the Middle (2015)

Clever Girl (2017)

Dean Sturridge (2018)

Hackney Half Marathon (2017)

jueves, 15 de marzo de 2018

3 Tri Moon

Hace casi una década, un diseño de camiseta de la ilustradora Antonia Neshev para The Mountain Corporation titulado "Three Wolf Moon" se convirtió en un fenómeno viral en internet. Se trata de una camiseta con tres lobos aullando a la luna y recibió numerosas reseñas satíricas en la página web de Amazon que aumentaron enormemente sus ventas. Entre otras propiedades que se atribuían a la camiseta, estaban hacer que el usuario varón fuese irresistible para las mujeres, poder infundir miedo en otras personas o tener habilidades curativas mágicas, entre otras cosas en cerca de 3000 reseñas (para más información sobre el fenómeno, se puede ver este vídeo de Know Your Memes). Pero vamos a centrarnos en lo nuestro, y es que a partir del diseño original se realizaron muchísimas parodias, entre las que encontramos esta "3 Tri Moon" de Snorg Tees. Para ellos, los triceratops son los lobos del Mesozoico, y como tal, aúllan a la luna al anochecer. Puedes conseguirla por unos veinte dólares aquí.

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