viernes, 11 de enero de 2013

A pleno sol (Christine Andrés Moreno)

Beatriz quería ir a ver las icnitas, y no había más que hablar. Daba igual que el sol maltés brillara tan fuerte que hubiera podido fundir al mismísimo halcón, y que no hubiera una maldita sombra con la que cubrirse. Nunca había visto una icnita y había que hacerlo, punto. Yo dudo que supiera siquiera lo que era, porque la guía la llevaba yo. Tampoco es que yo tuviera más datos, sólo había visto una foto pequeña de una huella de dinosaurio en una roca y un párrafo sobre el paraje especial donde se encontraban. 

Había que atravesar el jardín de un hotel de lujo y localizar el camino que bordeaba la costa, y eso hicimos. Pasaron diez minutos, veinte, y no había rastro de nada que no fueran surcos en llanuras de piedra caliza que acababan bruscamente en acantilados blancos. Notaba el sudor que nacía en mi sien y recorría mi cara hasta morir en el cuello de la camiseta. Beatriz iba más deprisa, y estaba cada vez más lejos.

Cuando estaba a punto de rebelarme, surgieron los círculos de piedras, una especie de Stonehenge, aún más primitivo e irregular, con ligeros desniveles. En el centro se suponía que estaban las huellas misteriosas. Entramos en el laberinto de rocas, evitando cortarlo a través, siguiendo el ritual y aprovechando las sombras ligeras.

Veía a Beatriz siguiendo la espiral, con los brazos abiertos en cruz rozando las formas verticales, como si estuviera en trance, aparecer y desaparecer al interponerse una roca en mi campo de visión. Al llegar al centro oí una exclamación de sorpresa y luego todo fue silencio. Aceleré el paso, esperando ver la maravillosa icnita que los antiguos veneraban. El centro del paraje surgió de repente, en el centro, como un altar, una placa circular con una huella enorme en el centro. Me acerqué a tocarla, la piedra arañaba suavemente mi palma, la recorrí con mis dedos y me giré buscando a Beatriz, pero allí no había nadie. La llamé, cada vez más alto y rápido, pero no oí nada, ni el viento, ni pájaros, ni el mar. Nada.

Recorrí el laberinto en sentido contrario, esperando que apareciera en cualquier momento, que todo fuera una broma, pero allí sólo estaba yo. Salí corriendo y cogí el camino de vuelta bajo el sol abrasador. 

Lo siguiente que recuerdo fue una cama de hospital y un policía que me preguntaba en inglés. El recepcionista del hotel había dado la voz de alarma cuando vio que las dos turistas no volvían. A mí me encontraron a medio camino, a Beatriz no la habían encontrado. La policía pensaba que había debido de caer por un acantilado. 

Una semana después volví a casa. He intentado olvidar ese viaje a Malta desde entonces. A veces parece que lo consigo, pero por las noches, Beatriz sigue bailando en mis sueños alrededor de los círculos de piedra bajo el sol del mediodía. 



Y este es el tercero de los relatos que finalizaron en segundo lugar en el Segundo Certamen Literario Koprolitos. Su autora, Christine, tiene un blog propio donde pueden leerse más relatos suyos.

¡Muchas gracias por participar!

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