martes, 1 de septiembre de 2015

Pangea Sauria (Charlie Charmer) (I)

Tito el gallimimus llevaba veinticinco años conduciendo la línea cinco de autobuses escolares de Sapientia Rex, la escuela privada más prestigiosa de los T-Rex. Su veteranía le dotaba de la autoridad suficiente para tener controlados a aquellos cachorros cabezones, a pesar de que eran mucho más corpulentos que él. La ventaja de trabajar para un colegio de niños bien, era que la simple posibilidad de que se quejaran a sus sádicos profesores de un comportamiento inadecuado les hacía orinarse encima. Uno de los camaradas con los que acostumbraba a jugar al mus en los ratos libres contaba historias terribles de los pequeños monstruos a los que transportaba en los suburbios, y eso que la mayoría eran pequeños velociraptores o compsognathus.

El hilo musical ayudaba también a anestesiar a las criaturas. Llevaban escuchando aquellas monótonas melodías día tras día desde que comenzó su escolarización. Formaban parte, como el uniforme o la férrea disciplina del reglazo en la punta de los dedos, del concienzudo plan para anular cualquier conato de desarrollar una personalidad distinta a lo programado o, en general, de tener cualquier idea propia. El compositor no debió firmar la partitura o, de hacerlo, habría emigrado a alguna isla remota, porque si cualquiera de aquellos pequeños megadepredadores se lo encontraba por la calle, a buen seguro lo despacharía de un solo bocado.

El autocar abandonó la autopista en la salida 55, como siempre. A partir de ahí, les quedaban cuatro kilómetros por un camino de mala muerte a través de gigantescos helechos. También este aislamiento había sido especialmente escogido para formar a los vástagos de las clases dirigentes. Justo antes de entrar en la selva, un niño gritó:

- ¡Hala! ¡Vaya montón de chasmas!

Tito observó a aquel grupo de pterosaurios nocturnos abandonando la espesura en desbandada y le pareció un poco inquietante. Tal vez algún depredador había trepado hasta su nido pero, por si acaso, conectó su equipo de 27 MHz.

- Aquí, Doble Tango. Aquí, Doble Tango. ¿Me copias? Cambio.
- Aquí, Charlie Bravo. Alto y claro. ¿Cómo lo llevas en tu barrita acristalada, Doble Tango? Cambio.
- Bandada de ctenochasmas a un kilómetgo de la salida 55 de la A3, ¿sabes algo? Cambio.
- Que el planeta se va al carajo. El cambio climático, la polución, la sobreexplotación… ¿de qué te extrañas, Doble Tango? Cambio y cierro.
- Ya. Tienes gazón.

Dejó el micro en el salpicadero, sacó un pitillo del bolsillo y se lo colocó en la comisura de los labios, sin encenderlo. Echó un vistazo por el retrovisor. A bordo reinaba la más absoluta normalidad: las flatulencias del hijo del embajador, que lastraba una preocupante gastritis desde el curso pasado, habían obligado a sus compañeros a abrir la ventanilla y los gemelos seguían empeñados en tirar de las coletas a la empollona de la clase. Bastó el reflejo de los ojos del conductor en el espejo para que desistieran de su actitud.

De pronto, vio que algo obstaculizaba el paso y tiró de freno. En efecto: un enorme tronco yacía atravesado en medio del camino. Seguramente estaba podrido y, al derrumbarse, había asustado a aquellos pterosaurios. Tito bajó a retirarlo y toda la fila de alumnos del ala izquierda del autobús se abalanzó sobre sus compañeros del ala derecha para seguir las progresiones del viejo gallimimus con las caritas pegadas al cristal.

Antes de que se diera cuenta, un monumental alamosaurio se abalanzó sobre él, inmovilizándole el brazo con una llave, empujándole contra el vehículo, y un joven estegoceras le encañonó con una recortada. En el interior, los gemelos jugaban a meterle un dedo en el ojo al infortunado conductor sobre el cristal, como si todo lo que sucedía afuera no fuese sino una pantomima organizada para entretenerles.

- ¡Vamos, arriba con él! –dispuso su líder, apareciendo de entre la maleza en un espectacular caballito con su Harley Davidson

Era una triceratops enfundada en un ajustadísimo traje de cuero negro claveteado, con un cráneo de ave atravesado a modo de piercing en la ceja y sendos amonites a guisa de pendientes. Los agresores la obedecieron sin rechistar y devolvieron al conductor a su asiento, sin dejar de apuntarle con el arma.

- ¡Cierra las puertas! –ordenó la ceratópsida, moviendo sus cuernos de modo intimidante.

Tito obedeció a regañadientes. Entonces, la jefe del grupo se dirigió a las crías, engolando su ronca voz para hacerla sonar dulce y femenina, casi tan empalagosa como esas que anuncian promociones por los altavoces de los centros comerciales:

- No tengáis miedo, no vamos a haceros daño...
- …Si no nos obligáis –completó el estegoceras.
- Paquito… ¿qué te he dicho antes?
- Perdona, Trini. Tú hablas.
- Nadie va a haceros nada, pero debéis respetar unas reglas. No podéis abrir las ventanillas, ni levantaros del sitio sin pedir primero permiso…

Todas las criaturas se pusieron a vocear a la vez, solicitando autorización para ir a mingitar, sacar el bocadillo del macuto, abrir o cerrar las ventanillas… Sobrepasada por el barullo, Trini lanzó un rugido que habría helado la sangre a los padres de muchas de aquellas criaturas y volvió a hacerse el silencio.

- …y por supuesto, no podéis hablar sin permiso.

Veinte o treinta manos se alzaron apuntando al techo. Tito no pudo reprimir una risilla sardónica. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había dejado la estación encendida. Aprovechando el jaleo, dirigió su mano con disimulo hacia el transceptor pero, cuando estaba a punto de cogerlo, el alamosaurio se le adelantó.

- Tenías razón, Trini. Tiene una radio.
- Ya te lo dije, José Luis. Estos tíos siempre van comunicados. Así pueden avisar si se les cuela gentuza como nosotros… Está bien. Venga, capullo, contacta con la pasma.

Tito la miró con estupor hasta que comprendió que el objetivo de aquella gente no debía ser pedir un rescate al papá de alguno de sus clientes sino trasladar alguna exigencia a las autoridades. Seleccionó el canal oportuno y cuando recibió respuesta le pasó el micrófono a la ceratópsida.

- Policía, dígame. Cambio.
- Somos una cédula de Pangea Sauria
- Tiene que apgetag ese botón mientras habla –le aclaró Tito.
- ¿Cuál? ¡Ah, ya!... Somos una cédula de Pangea Sauria y hemos secuestrado un autobús con los retoños de toda esa gentuza que os paga por defenderles de quien se atreva a quejarse de cómo roban a los que les han colocado en la poltrona con sus votos. Cuando lleguéis por aquí, hablamos.
- “Cambio” –trató de ayudar de nuevo el conductor.
- Cambio, corto, cierro y toda esa mierda.

Pangea Sauria era un conocido grupo terrorista que reivindicaba la universalidad de los derechos sociales, la protección del medioambiente y el control de la dictadura de los mercados, entre otras pretensiones igual de descabelladas. Aunque sus acciones eran contundentes y llamativas, no tenían en su haber delitos de sangre. Al menos, aún. Pero todo el mundo sabía que eran seres despiadados y sanguinarios, y que estaban preparándose para dar una nueva dimensión a sus actividades, en lo que sería sin duda una sangrienta vuelta de tuerca al horror que despertaban entre los dinosaurios de bien.     

Tras confirmar las coordenadas desde las que se había efectuado la llamada y que la línea cinco no había llegado a su destino, el gobierno envió de inmediato al lugar a las Fuerzas Especiales Operativas Saurias, su cuerpo de élite. El General al mando era un veterano que había solucionado muchos conflictos, un terrible y musculado Rex lleno de cicatrices que sabía exactamente lo que tenía que hacer. Organizó toda la operación en pie junto al todoterreno en el que su técnico de confianza, un vegavis al que había conocido durante un operativo en la Antártida, se ocupaba de la radio. Rodeó el objetivo, afianzando a sus hombres en todas las posiciones, y sólo entonces se quitó el puro de la boca para tomar el megáfono:       

- Les habla el General Rosendo, de los FEOS.
- Ni que lo digas –contestó Trini por la radio.
- Ya estamos –dijo fuera de micro, dirigiéndose al vegavis-. Vicente, cuando volvamos quiero que me sirvas de testigo para ver si los jefes se avienen a cambiar el orden de las siglas de un pajolera vez.
- Cambio –añadió Trini, aleccionada por Tito, aunque no había ninguna necesidad, ya que el General contestaría por el megáfono.
- ¿Con quién hablo y qué coño queréis?
- No hace falta ser grosero, guapo. Mi nombre es lo de menos, pero puedes llamarme Trini. Es muy sencillo: queremos la amnistía para nuestros compañeros encarcelados, que se derogue la ley que se acaba de aprobar negando la asistencia sanitaria a los inmigrantes de Laurasia y que se ponga coto a la pesca indiscriminada de calamares gigantes en el Océano de Tetis. Cambio.
- Ya… ¿y la paz mundial?
- No estaría mal. Aunque no tendríamos tiempo suficiente de comprobar que cumplís vuestra parte del trato antes de palmar todos de inanición, así que casi lo dejamos para la próxima y organizamos el secuestro en un supermercado lleno de comida. Cambio.
- No hay nada que me joda más que un terrorista graciosillo.
- Sí, señor –asintió Vicente.
- Estos niños tienen la boca demasiado grande para mantenerlos mucho tiempo con hambre, así que tenéis una hora antes de que comencemos la fiesta –amenazó Trini-. Corto y cierro.
- Podemos prepararles la merienda. La selva está llena de presas…
- Señor, ha dicho “corto y cierro”.
- ¡Ya la he oído, maldita sea! Le estoy hablando por un megáfono, no por la radio.

Como la triceratops no volvió a abrir la comunicación, dándole la razón al vegavis, el General se apresuró a trasladar las noticias al cuartel general. Las órdenes eran claras: no iban a ceder ni un milímetro y él estaba allí para exterminar a los secuestradores sin que resultara herida ninguna cría. Rosendo se las había visto en situaciones parecidas, pero siempre había algo con lo que negociar. Esta vez, tendría que sacárselo de la manga. 
(...)

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¿Qué tal? Soy Eustaquio T.Rex, editor de CHM, la revista gratuita y sin publicidad donde Charlie publicó este relato.

Si quieres conocer la suerte de Tito y las "criaturitas" que transporta en el autobús, no tienes más que hacer click aquí o esperar a la semana que viene.  

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