miércoles, 9 de septiembre de 2015

Pangea Sauria (Charlie Charmer) (y II)

por Charlie Charmer

Resumen de lo publicado:
Tito el gallimimus conduce al autobús escolar de Sapientia Rex camino de la escuela cuando sufren una emboscada en el bosque y son atacados por el grupo terrorista Pangea Sauria. El experto General Rosendo, de las Fuerzas Especiales Operativas Saurias, tratará de hacerse con la situación...


En el interior del autocar, algunos de los pequeños se estaban empezando a poner nerviosos, aunque muchos otros entendían la experiencia como una parte más de su educación. Cuando ocuparan los sillones en los que ahora se sentaban sus padres, seguramente se las tendrían que ver con desaprensivos como aquellos y era importante que supieran mantener la sangre fría. Llevado de la curiosidad, Albertito, uno de los más atrevidos, levantó la mano.

- ¿Qué quieres?
- ¿Ustedes secuestran niños sólo porque no les gusta comer calamar?
- No es eso, pequeño. El planeta está en un equilibrio altamente inestable. Los saurios somos grandes depredadores y necesitamos consumir mucha carne…
- …y pescado –añadió Albertito, al que obviamente le encantaba el calamar.
- Y pescado, claro. El caso es que la expansión de los dinosaurios por todo el planeta ha colocado a multitud de especies en peligro de extinción. El problema no es sólo lo que comemos sino, sobre todo, lo que tiramos. Las empresas almacenan excedentes para obtener mayores beneficios cuando suben los precios y no les importa que muchos de esos excedentes haya que tirarlos porque se pongan en mal estado. Y luego está la deforestación, claro... Dime –autorizó a hablar a otro niño que se había animado a levantar el brazo.
- Eso lo estudiamos el trimestre pasado. El profe nos dijo que había grandes áreas de Gondwana que se estaban talando para hacer campos de golf y resorts de lujo.
- Parece que tenéis algún profesor con criterio. Me alegro.
- Don Froilán dice que no se puede tener todo y que para hacer tortillas hay que cascar huevos.
- Vaya, ya me he columpiado. Verás, pequeño: los saurópodos como mi amigo José Luis necesitan comer varias toneladas de hojas al día. Si terminamos con los bosques, estamos condenando a muerte a muchos grandes saurios hervíboros.
- ¿Y qué? –respondió haciendo alarde de su prepotencia el hijo del embajador- Nosotros somos carnívoros…
- Te han dicho que levantes la mano –dijo Paco, propinándole un contundente capón que apenas hizo cosquillas en aquel monumental cráneo.
- A ver chavalín… -intentó ilustrarle Trini- Los hervíboros comen hojas, los carnívoros comen hervíboros: ¿qué les pasa a los carnívoros si desaparecen las hojas?

El hijo del embajador se sonrojó ante la evidencia, mientras la mitad de sus compañeros levantaba la mano, ansiosos por contestar. La voz del General Rosendo reclamó su atención desde el exterior.

- A los de dentro. Ya tengo autorización para negociar, pero necesito una prueba de buena voluntad: liberen a los niños y quédense con el conductor como rehén.
- ¡Serán cabrones…! –la indignación de Tito no tenía límites.

Cuando el conductor se disponía a contestar personalmente a la policía, Trini le quitó el transmisor de las manos.

- ¿Por quién nos habéis tomado? Decidle a vuestros jefes que no volveremos a negociar hasta que envíen a alguien serio… Cambio, coño.
- No nos alteremos. He comprendido –trató de disculparse Rosendo-. Al menos, dejen salir a los más pequeños. No pueden controlar mucho tiempo sus esfínteres.

Trini olfateó una de las ventosidades del hijo del embajador y pensó que algún crío había terminado haciéndoselo encima. Aunque no pudo localizar la boñiga, sí encontró varios charcos de orina en la zona de los párvulos. El General tenía razón. Aquel pequeño habitáculo podía llegar a ser muy desagradable si no evacuaba a los chiquitines y, por otra parte, así mostraba su buena disposición a los políticos. La próxima ficha, la tendrían que mover ellos.

- De acuerdo. Diga a sus hombres que se alejen hasta que se vuelva a cerrar la puerta trasera. Cambio y cierro.

La evacuación se desarrolló sin incidentes. El General tenía a sus párvulos, apenas diez o doce de los más de sesenta críos que transportaba el autobús. Los secuestradores le dijeron que esperaban la reacción de las autoridades y le recordaron que el tiempo seguía corriendo. Rosendo volvió a comunicar con el Alto Mando.

- Señor, han liberado a un buen grupo de escolares como muestra de su buena disposición y soltarán al resto si creen que sus reivindicaciones pueden llegar a ser atendidas.
- General, ya hemos discutido antes esto, ¿qué es exactamente lo que pretende?
- No les estoy pidiendo que acepten sus condiciones, sólo que les hagan creer que tienen intención de hacerlo… Emitan un anuncio diciendo que se va a estudiar una enmienda a la Ley de Inmigración o que se está tramitando una inciativa para limitar la pesca. Después, donde dije “digo” digo “Diego” y todos contentos… ¿no funciona así la política, en general?
- ¿De veras cree que los secuestradores son tan estúpidos? Querrán algo más sólido. Hasta que no hablen con alguno de sus compañeros encerrados y les asegure que lo han liberado, no cesarán en su actitud.
- Pues suéltelo. El otro día escuché que Tiburcio el edmontosaurio, histórico de la banda, había solicitado el tercer grado por motivos humanitarios. Por lo visto se lo está comiendo un cáncer de cloaca.
- General: si ponemos en la calle a uno solo de esos hijos de puta, la prensa y las asociaciones de víctimas se nos van a echar encima como fieras... ¿Acaso se le ha escapado que estamos en época de elecciones?
- ¿Qué supondrá para la opinión pública soltar a un anciano moribundo, que lo mismo no llega ni al portal de su casa, al lado de coger a una peligrosa célula de la organización en activo sin derramamiento de sangre?
- …
- Piénselo, Señor. Consúltelo con el Presidente. Seguro que lo entiende.
- Manténgase a la escucha, General.
- A sus órdenes, Señor. Pero, por favor, no tarde mucho que los ánimos se están caldeando allí dentro.

En realidad, las cosas habían cambiado en el interior del autobús, sí, pero de un modo radicalmente distinto al que creía Rosendo. Al escuchar la protección que pensaba prestarle la policía, Tito se había unido al grupo en su campaña de concienciación de los alumnos.

- …y, pog más que os hayan contado que son unos asesinos peligrosos, lo ciegto es que Pangea Saugia nunca ha hecho daño a otro dinosaurio. Todo es pura propaganda.
- ¿Para qué? –preguntó un crío cuando le hicieron la seña de que podía intervenir.
- Para que nadie haga preguntas incómodas. Para que todo siga según está establecido y los beneficios continúen fluyendo en las cuentas coguientes de los que mandan.
- O sea, de nuestros padres –concluyó el joven.
- Eeeh… pues sí. Así es –de pronto se sintió incómodo, al ver emerger la conciencia de clase en los ojos claros de aquel pequeño T-Rex.
- Todos los dinosaurios somos iguales, pequeño –le tomó el relevo Trini-. Es lo que trataba de contaros antes. Por poderosos que sean los tiranosaurios, no son nada sin los anquilosaurios que construyen sus casas, los pachyrhinosaurus que envasan su comida, los torosaurus que limpian las calles, los gallimimus que llevan a sus hijos a la escuela…
- ¿Sabes lo que dice mi padre? –interrumpió de nuevo el hijo del embajador. Esta vez, Paquito no se molestó en propinarle un correctivo que no iba a notar siquiera-. Dice que si los tiranos somos Rex es por algo. Por eso venimos a este colegio, porque debemos prepararnos para gobernar y decidir lo que os conviene al resto de los dinosaurios. Sin nosotros, sois vosotros quienes estaríais perdidos.

Aquello era mucho más de lo que estaba dispuesta a tolerar Trini. El intento de anular el adoctrinamiento al que estaban sido sometidos aquellos despreciables saurios había resultado vano. Llevaban la semilla de la injusticia en la sangre. El suelo del coche retumbó mientras se acercaba a la cría, resoplando por la nariz, con los ojos inyectados en sangre. Entonces escuchó la voz de su viejo camarada a través de la radio.

- ¡Trini, chicos! Soy Tiburcio. Parece que tengo que agradeceros que me acaben de sacar del talego.
- ¡Tibu! ¿Cómo estás?
- No muy bien. Los médicos no me dan ni dos telediarios. Estos cabrones lo saben y por eso están negociando con mi triste pellejo. Pero aún me funciona la cabeza, ¿sabes? Por eso, te digo que no te dejes engañar y sigáis con lo que tengáis entre manos hasta el final…

La comunicación se cortó tan bruscamente como se había iniciado. En el exterior, el General Rosendo gesticulaba como un poseso mientras hablaba por su radio hasta que terminó viniéndose abajo, sentándose de lado en el asiento del todoterreno con la cabeza entre las manos. Trini comprendió que no iban a sacar nada en claro de todo aquello si no se ponían más serios y volvió a tomar el transmutador:

- Escúchame, generalucho. No hemos venido aquí a jugar al lagarto y el insecto. Si en quince minutos no comparece el Presidente ante la prensa para comunicar que va a satisfacer todas nuestras peticiones, empezarán a rodar cabezas. La primera, la del hijo del embajador.

Tito miró a Trini a los ojos. Quería asegurarse de que era un farol. Una cosa era la lucha por la libertad y la igualdad entre los saurios, y otra muy distinta la masacre de las criaturas a las que cada mañana, desde hacía un cuarto de siglo, se encargaba de recoger en sus domicilios y llevaba a la escuela para devolverlos sanos y salvos al acabar las clases por la tarde. Les conocía a todos desde que apenas acababan de salir del huevo. Sabía cuando se habían peleado, qué enfermedades habían pasado y quien sacaba buenas y malas notas. Serían T-Rex, pero eran casi hijos suyos. Nadie iba a hacerles daño. A ninguno de ellos.

Antes de que pudiera encontrar la respuesta, un silbido metálico atravesó el aire y una bala de nueve milímetros atravesó el cristal para alojarse en la nuca de la triceratops, justo bajo la gola. Un chorro de sangre escapó por sus fosas nasales y cayó fulminada a los pies del conductor. Casi inmediatamente, Paquito era acribillado junto a la puerta posterior del autocar y José Luis recibía un balazo en la cara y otro en un hombro. El secuestro había terminado. Tito se apresuró a accionar las puertas y los niños se abalanzaron hacia el exterior, gritando histéricos. Ninguno había resultado herido.

- Señor. El objetivo ha sido eliminado y los rehenes están a salvo. Todo ha ido según lo previsto.
- Sabía que podía confiar en usted, General. Le propondré para un ascenso.

Al mediodía, todas las familias de los pequeños T-Rex habían acudido a recoger a sus vástagos al colegio. Ya continuarían con su formación al día siguiente, ahora lo que importaba era darles todo su cariño para ayudarles a superar una experiencia tan traumática. El General Rosendo se despidió del director y el resto del personal del centro. Antes de abandonar el lugar, se acercó al hangar donde Tito estaba terminando de limpiar su autobús de cristales y sangre.

- ¡Hola, General! Supongo que el gobiegno se hará gesponsable de los destrozos. No me gustaría que me descontaran también esto del sueldo…
- No tema por eso. A fin de cuentas, sólo son cuatros cristales.
- Bueno, hay un impacto de bala en la gadio. La he estado probando y parece que funciona, pero no sé hasta qué punto podrá haberle afectado.
- En realidad, tiene motivos más serios de preocupación.
- No le entiendo, General, ¿a qué se gefiere?
- Uno de los críos asegura que estuvo haciendo apología del terrorismo, posicionándose claramente a favor de propuestas revolucionarias y tratando de socavar los fundamentos del Estado Saurio. Un amiguito confirma su testimonio.

El gallimimus se puso lívido.

- Eh… yo…
- Comprenderá que debo informar de ello a mis superiores. Pero yo sé lo que son estas cosas y, naturalmente, haré constar que estaba usted bajo mucha presión y no lo hizo por confraternizar con el enemigo ni, por supuesto, por convicción alguna, sino más bien para distraerles con su actitud y poder cogerles desprevenidos en algún renuncio, ¿no fue así?
- Sí… sí, claro…
- Es una lástima que todo acabara tan bruscamente y no tuviera oportunidad de demostrar su valor en alguna heroica acción, después de haberles engañado de aquel modo, ¿verdad?
- Ciegto, ciegto. Así fue. A propósito, no se preocupe de los cristales ni de la gadio. Ya que, al final, no tuve opción de ayudarles de otra forma, déjeme que, al menos, coga con este gasto… ¿me hará el favog?

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