lunes, 11 de septiembre de 2017

Llámame... Iguanodon

Walking with dinosaurs (1999)

Tal vez sea un escéptico, pero a mí nunca me trajo nada el Ratón Pérez. Aunque puede que sea culpa mía. Un día vi a un aloterio merodeando un diente que se me había caído y lo aplasté de un pisotón sin preguntarle el apellido. De lo que sí estoy seguro es de que ese diente iba a marcar mi futuro, ya que Gideon Mantell lo encontró en 1822 y me bautizó como Iguanodon o “Diente de iguana”. Puedes llamarme Iggy, sin más.

Gideon Mantell, 1825

Como puedes ver en la sofisticada reconstrucción gráfica que realizó, Mantell confundió la garra del pulgar que uso para abrir botellas y latas de conserva con un cuerno, demostrando tan elevadas dotes artísticas como profunda capacidad de deducción. Con todo, no le guardo rencor, ya que en 1852 se opuso al aspecto de paquidermo que Hawkins me dio, por indicación de Owen, en la escultura que aún hoy puedes ver en Crystal Palace.

Iggy en restauración en Crystal Palace (foto propia, 2015)

The country of the iguanodon

En 1837, el pintor inglés John Martin, famoso por sus escenas apocalípticas, me retrató bailando con un megalosaurio en The country (a mí me parece más bien rockanrol) of the iguanodon, el primero de varios cuadros de dinosaurios dramatizados (también pintó al Hylaeosaurus), que usó Mantell, mi descubridor, como portada de Wonders of geology.


El siguiente año, George Nibbs me dedica una escena más pacífica (litografiada por George Scharf), rodeado de bichos marinos, en The ancient weald of Sussex, para la obra de George Richardson Sketches in prose & verse.

Samuel G.Goodrich: Illustrated natural history of the animal kingdom (1859)

El error del cuerno y la pose paquidérmica se rectificarán a partir del hallazgo de Louis Dollo en 1878 del piso-patera que compartían 38 primos míos en Bernissart (Bélgica) –no te líes, la choza de Tintín está en Moulinsart-. Lo que tal vez no sabía Dollo era que todos trabajaban en el mismo restaurante. Pero, como vamos a comprobar, tardé un poco en sacudirme el estereotipo de encima.

Édouard Riou: La tierra antes del diluvio (1864)

Si eres seguidor de este blog, habrás leído en primicia mundial la traducción al castellano del primer relato que me otorgó un papel protagonista y, posiblemente, el primer auténtico relato de dinosaurios: El huevo de iguanodón (1882), de Robert Duncan Milne.

Como explicábamos aquí hace poco, Un iguanodón en París, de Stablo (estudio) y Motty (grabado) para Le monde avant la création de l’homme (París, 1886) es la primera ilustración en la que puede verse a un dinosaurio en una ciudad moderna.

En Tierra y Mar (1887), James William Buel me vuelve a enfrentar a un megalosaurio pero, a diferencia del grabado de Riou que vimos arriba, parece que ya tiene algo más claro cuál es el carnívoro de los dos.

Extinct monsters

En Extinct monsters (1892, Hutchison), Joseph Smit asume ya gráficamente las conclusiones que los paleontólogos extrajeron del yacimiento de Bernissart, como harán también Fraas o Woodward.

Scientific American (1893, Fraas)

Alice B.Woodward (1896)

Alice B.Woodward (1906)

Esta imagen más digna me ayudó a ganarme el favor del público y, conscientes de ello, Heinrich Harder [1] me erigió una estatua frente al acuario del Zoo de Berlín (1913), y Arthur Conan Doyle, que estaba fascinado con unas huellas mías recién descubiertas en Sussex, me ofreció un papel estelar en El mundo perdido (1912).


Animales del mundo primitivo (Heinrich Harder, 1916)

El mundo perdido (Rountree, 1912)

Entonces sucedió aquello. O’Brien estaba preparando el trasvase de la novela de Doyle a la pantalla (1925) y me invitó a su estudio para que le diera mi opinión. Sinceramente, otros dinosaurios los clavaba, pero conmigo se estrelló del todo. Y como nunca me callo las cosas, se enfadó bastante. Hasta tal punto que me vetó en el mundo del cine, justo cuando los dinosaurios comenzábamos a hacernos un sitio propio.

Ilustración para un poco conocido artículo de 1927 de Gerhard Heilmann en la revista Palaeobiologica

En 1962 fallece O’Brien. Un gran artista, pero que no aceptaba una crítica (al menos, mía). Llámalo casualidad pero, tras varias décadas casi olvidado, ese mismo año Zdenek Burian (que también me pintó en 1941 ó 1950) me dedica un soberbio retrato, participo en el libro Dinosaurios de W.E. Swinton, con ilustraciones póstumas de Neave Parker (1910-61), y Víctor Mora crea a Castor, hijo de Fuerte, cuyos enemigos cabalgan en iguanodontes.

Burian, 1962

Parker, 1962

Después he aparecido en la franquicia de En Busca del Valle Encantado (1988), la novela Red Raptor (1995), donde Robert Bakker me convierte en presa de un Utahraptor... y, finalmente, obtuve el papel de protagonista absoluto que merecía en la película de Disney Dinosaurio (2000, Ralph Zondag & Eric Leighton), donde hago de Aladar. Si estás preparando algún proyecto, en este preciso instante estoy disponible. La única condición que pone mi representante para firmar es que nadie me pregunte por mi opinión. Visto lo visto, no puedo reprochárselo.

Aladar

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[1] Colaboró con el escritor Wilhelm Bölsche en la serie de 60 láminas Animales del mundo primitivo.

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