martes, 4 de septiembre de 2018

Traduciendo sin piedad V: Más tonto que un iguanodón

Teníamos ya ganas de retomar esta sección, después de dos años y medio y, puesto que en las entregas anteriores nos centramos en la literatura, nos ha parecido que ya le tocaba al cómic. Y qué mejor terreno que el de las adaptaciones de clásicos.

Bueno, ciertamente no se le puede exigir exactitud a una adaptación literaria al cómic, en tanto se trata de una traducción intersemiótica [1], condicionada por las limitaciones que impone al traductor la interacción entre texto e imagen, a la que termina finalmente subordinada [2] en tanto no ofrece mayor dificultad sustituir el contenido de un bocadillo, más allá de adaptar su extensión según el caso, pero ningún editor estará dispuesto a modificar el dibujo. Como resume Carmen Valero, "La interrelación texto/imagen que se da en este tipo de publicación exige una lectura y una traducción diferente, puesto que nos encontramos con dos niveles inseparables, el significado de cada uno de los cuales depende del otro" ("La traducción del cómic: retos, estrategias y resultados", en Trans: Revista de traductología, 4, pp.75-88, 2000) [3].

Pero, si bien es necesario tener todo esto en cuenta, a veces la creatividad del traductor va más allá del cumplimiento de sus obligaciones.

El objeto de nuestra crítica hoy va a ser la colección que dio a conocer a mi generación muchos clásicos a través de las viñetas: "Joyas Literarias Juveniles" de Editorial Bruguera, monstruo que resucitará este mismo mes, cual moderno Frankenstein, según han anunciado desde el laboratorio de Penguin Random House.

Dos de los títulos coinciden con los intereses de nuestro blog: Viaje al centro de la tierra de Julio Verne (Joyas literarias juveniles #21, 1971), con guión de Víctor Mora y dibujos de Luis Casamitjana (la soberbia portada es de Antonio Bernal), y El mundo perdido de A.C.Doyle (Joyas literarias juveniles #257, 1982), que adaptó para las ilustraciones de José García Pizarro el guionista Juan Manuel González Cremona, continuador de Mora en El corsario de hierro y sucesor de José A.Vidal como guionista principal de las Joyas literarias juveniles desde 1977.

Mora (sobre estas líneas) trata de ser lo más fiel al original y deben achacarse a razones de espacio situaciones como el encuentro de la balsa con el ictiosaurio, al que en el texto original los exploradores no son capaces de identificar en un principio y confunden con una marsopa. Sin embargo, pronto conseguirán clasificarlo gracias a sus conocimientos científicos [4]. Dado que Mora sólo dispone de 30 páginas para desarrollar toda la novela, es comprensible que suprima todo este proceso.

Sin embargo, el respeto a la literalidad de la novela acaba produciendo una incongruencia entre el texto y la imagen, como puede verse en la viñeta inferior, ilustrada con toda suerte de dinosaurios mientras la cartela sólo describe mamíferos... obviamente desconocidos por los encargados de adaptar a Verne.

Aunque también es correcta en términos generales, hemos detectado mayores licencias en la adaptación de González Cremona. Por una parte, hecha varias veces mano de un recurso tan propio del cómic como la onomatopeya, ausente en el original. En principio, podría ser una buena decisión, al contribuir a acercar el relato al nuevo medio. Sin embargo, al no existir registros grabados del mesozoico, supone una técnica no exenta de riesgo: Resulta difícil aceptar que el gorjeo de los pterodáctilos se parezca tanto al croar de los batracios, mientras causa cierta confusión que un terópodo indeterminado al que el guionista se refiere simplemente como “dinosaurio” –siendo coherente con el texto de Doyle- emita diversos gruñidos (“Auugggrr”, “Grrrr!” o “¡Aggrr!”) sin terminar de decantarse por ninguno.

Menos razonable nos parece que, al encontrar al grupo de iguanodontes en la espesura, el eminente profesor Challenger los define de modo poco ortodoxo para un científico como “muy tontos”.

Al revisar cronológicamente desde el prisma de la cultura popular la visión que el hombre ha tenido de los dinosaurios a lo largo de la historia, vimos que hasta finales de los 60, salvo excepciones, les hemos tratado como amenazas ocultas en mundos perdidos o, en el mejor de los casos, como trofeos. La capacidad destructiva de que estaban dotados originó al contacto –virtual- con el hombre la necesidad de distinguir a los carnívoros de los vegetarianos.

No se nos ocurre otra justificación del bocadillo de González Cremona que remarcar la ausencia de peligro para mayor tranquilidad de nuestros exploradores: no es ya que los iguanodontes sean inofensivos, es que de puro buenos son “muy tontos”. Por otra parte, debe reconocerse la perfecta sintonía del dibujo de García Pizarro, que ilustra a los ornitópodos con las patas delanteras caídas en un ángulo cómico y con cara de bobalicones.

En cualquier caso, nos parece un calificativo gratuito e infantil, que presupone menor capacidad intelectual del potencial lector de lo que sería deseable en la adaptación de un clásico.

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[1] Conforme a las teorías de R.Jakobson, que influyeron decisivamente en los primeros trabajos consagrados a la traducción de cómics en los 70. Rodríguez, Paco: Traducción, traductología e historieta, en Tebeosfera, 3ª época, 7, Sevilla, 2018.
[2] Véase Spillner (1980) o Roberto Mayoral y Dorothy Kelly (1984) en Op.cit.
[3] En Op.cit.
[4] "Oui! le premier de ces monstres a le museau d’un marsouin, la tête d’un lézard, les dents d’un crocodile, et voilàce qui nous a trompés. C’est le plus redoutable des reptiles antédiluviens, l’ichthyosaurus!"

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