viernes, 9 de mayo de 2025

Dinosaurios invisibles

Aunque hasta hoy se ha tratado de una mera fantasía del ser humano, las actuales investigaciones en óptica parecen apuntar que la invisibilidad puede ser una realidad en breve (Feng et al. 2016, Wang y Li, 2025). En la ficción es un recurso que ha dado juego desde muy antiguo. Algunos seres fantásticos de la mitología popular se vuelven invisibles a voluntad, como los duendes o los dragones chinos, el antecedente más cercano a los dinosaurios, tanto por similitud física como por etimología ya que, como hemos aprendido en nuestros cursos de verano, el mismo carácter chino (龙 lóng) se usa tanto para “dragón” como para “dinosaurio”.

"Saur Winners"

Pero cuando los hombres consiguen conquistarla, suele ser a través de algún artificio, como el casco mágico Tarnhelm de Alberich en El oro del Rin (Richard Wagner, 1869), la fórmula de El hombre invisible (H. G. Wells, 1897), el anillo único de El señor de los anillos (J. R. R. Tolkien, 1954) o la exposición a los rayos cósmicos que convierte a Sue Storm en la Mujer Invisible (Fantastic Four #1, Stan Lee/Jack Kirby, 1961)... Por cierto, en “Saur Winners” (Fantastic Four #12, 2023) Ryan North e Iban Coello nos presentan la version ceratópsida de Sue, la Triceratops Invisible.

El guionista de cómics Otto Binder comenzó escribiendo relatos pulp como Land of the Shadow Dragons (Fantastic Adventures Vol.3 nº3, mayo de 1941), con un supuesto dragón invisible, que parece hacer referencia al mito chino clásico. Pero un científico aclara que, en realidad, se trata de un dinosaurio, descendiente del fiero Tyrannosaurus rex: "Not dragonsdinosaurs," smiled the biologist. "A species of them closely related to the extinct Tyrannosaurus rex fiercest of them all. The dinosaurs died out, millions of years ago, in competition with rising mammalian life. But this invisible species had just enough edge to survive, though it has narrowed down to this lone valley."

En “The Invisible Dinosaur” (Strange Adventures #133, 1961), Gardner Fox/Murphy Anderson) presentaron a un terópodo extraterrestre capaz no sólo de volverse invisible sino también de comunicarse en perfecto inglés para explicar al protagonista que, durante el Mesozoico, una nave espacial llegó a la Tierra y se llevó cientos de dinosaurios de souvenir al planeta Pamonia, donde evolucionaron hasta volverse muy inteligentes pero fueron esclavizados por los pamonios. Al parecer, regresar a casa les hace volverse invisibles, pero continúan teniendo conciencia de clase y nuestro dino trata de ayudar a escapar al humano que, “en agradecimiento”, le dispara con un bazooka a los pies para que los pamonios que lo cabalgan se peguen la gran morrada...

Lejos de suponer un handicap, esto de la invisibilidad ofrece muchas posibilidades a los creadores. Por ejemplo, cuando aún no había programas informáticos asequibles que facilitaran la generación de efectos especiales y las grandes compañías de Hollywood se dejaban los millones en stop-motion, algún cineasta en latitudes más humildes encontró en ella un filón para hacer una película con dinosaurios que, de otro modo, habría resultado prohibitiva. Este fue el caso del español José Antonio Nieves Conde, que en 1966 dirigió el largometraje El sonido de la muerte (The Sound of Horror en el área angloparlante), con un dinosaurio invisible con efectos de Manuel Baquero y banda sonora nada menos que de Luis de Pablos. El reparto incluía a actores tan famosos como Arturo Fernández, José Bódalo o Lola Gaos, que forman un grupo de exploradores que se adentra en una caverna donde encuentran dos huevos de tiempos remotos, uno de los cuales eclosiona, surgiendo una criatura invisible que lanza unos gritos aterradores. Entonces, se refugian en una casa cercana, donde serán víctimas del acoso del animal.


Aunque hoy estos subterfugios no son necesarios, el cineasta norteamericano especialista en serie “Z” Mike Hermosa se ha animado a ahorrarse el mínimo esfuerzo para crear The Invisible Raptor (2023). Convertida en una de las obras de culto del cutrecine contemporáneo, narra cómo un paleontólogo que trabaja para un parque de atracciones y un guardia de seguridad intentarán impedir que un manirraptor invisible cause estragos en la localidad.


Aunque, sinceramente, no sé qué tiene de especial un dinosaurio invisible. Sin ir más lejos, en nuestra última charla sobre dinos y cultura popular compartimos mesa con uno y nadie pareció sorprenderse gran cosa. Es verdad que, además de invisible, es mudo, lo que pudo contribuir bastante a que pasara inadvertido. Pero sí sabe escribir, tal y como muestra el relato autobiográfico que nos ha mandado y que publicamos debajo:

Conferencia en el Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Zaragoza. De izquierda a derecha: Iván Narváez, Fermín (Concavenator invisibilis) y Charlie Charmer


PARA LO QUE HAY QUE VER...
(memorias de un superviviente del Apocalipsis)

Me dijeron que esto iba de colofón tras una chapa sobre dinosaurios poco convencionales. No sé lo que te habrán contado, pero a mí no me mires, yo no tengo la culpa. Bueno, de hecho puedes mirarme que te va a dar igual, porque no me vas a ver. Esa es precisamente la cuestión: soy invisible. No, no te hablo de ningún estigma social ni de complejos anclados en el subconsciente, soy físicamente invisible.

Por alguna razón que se me escapa, la gente cree que esto es una ventaja. Al parecer, colarse en los probadores del sexo contrario o en reuniones secretas, pasar junto a los acreedores sin tener que salir corriendo o, simplemente, cometer un inocente asesinato sin preocuparte por los posibles testigos tiene un encanto incontestable, pero te aseguro que todo esto carece de sentido si perteneces a otra especie y a otro tiempo.

Disculpa, que no me he molestado ni en presentarme, aunque a los efectos te va a dar igual porque no me vas a reconocer la próxima vez que nos veamos. Perdón, quería decir que me tengas delante. Me llamo Fermín y soy un Concavenator invisibilis. Vale, tenía que tocarme uno que sabe paleontología... Ya, ya sé que la única especie de Concavenator descrita a día de hoy es C. corcovatus, pero eso sólo se debe a que no habéis encontrado otros restos fósiles. A veces, cuando desconocéis algo, pensáis que no existe. Vamos a ver, hay dos motivos fundamentales por los que vuestro registro no incluye huesos de C. invisibilis, siendo mucho más abundante que C. corcovatus.

El primero es que C. invisibilis tiene una longevidad superior a vuestra escala de tiempo conocida. No, no he dicho nada de eternidad. Ese concepto es una entelequia que habéis creado para escapar de vuestro miedo a la muerte. Como si la infinitud no fuera más aterradora (mira, en eso los budistas son algo más razonables, aunque también tienen su tostada mental...). Bueno, no me distraigas, que no me centro. La cuestión es que una exposición a elevadas dosis de radiación del iridio como la que desprendió el asteroide de Chicxulub combinada con el consumo de ciertas setas ya extintas que crecían en el Mesozoico en el entorno de Las Hoyas puede provocar una mutación –te pasas el día leyendo tebeos que te cuentan milongas parecidas, así que no me vengas con remilgos– que transforma a pacíficos alosauroides como yo en criaturas extremadamente longevas e invisibles. Sí, por una vez te he visto rápido: ese es el segundo motivo. De modo que no habéis encontrado fósiles de C. invisibilis porque aún no ha cascado ninguno que yo conozca y, aunque lo hiciéramos y nuestros restos llegaran a fosilizar, serían invisibles. Bueno, si todos estos motivos científicos no te convencen, cómprate el Nature y créete todas las majaderías que publican. Es que no puedo con los negacionistas, oyes...

Vale, vale, vamos a llevarnos bien. En definitiva, yo tengo cierta necesidad de expresarme, ya que llevo millones de años sin hablar con nadie (aparte de congéneres, pero cuando pasas tanto tiempo con alguien ya te lo has contado todo varias veces y resulta bastante aburrido) y tú quieres seguir leyendo mi relato porque te ha intrigado saber que puedan existir seres que no ves a tu alrededor (y sin embargo, vuestros best sellers religiosos están plagados de ellos) o tienes curiosidad por saber cómo hago para depilarme el plumón si no me reflejo en los espejos. Zanjemos esta última cuestión rápidamente: no lo hago. Cierto, a la larga esto te debe dar el aspecto de una gran bola de peluche pero, ¿sabes qué? ¡nadie se va a dar cuenta! Sin embargo, en mi condición la higiene se transforma en una cuestión fundamental, ¿te puedes hacer una idea de lo desagradable que es pasar junto a alguien que no puede verte y te detecta por el olor? La vergüenza es doble, efectivamente. El otro día descubrí que tenía unas arrugas en el cuello y pensé que me estaba haciendo viejo... ¡qué va, estoy en plena adolescencia! Es que creo que, de tanto ducharme, están empezando a salirme agallas.

Bueno, supongo que estas cuestiones tan domésticas sólo os interesan a los más pervertidos, así que voy a tratar de ser algo más generalista, ya que los chicos de Koprolitos me han dado la oportunidad de dar a conocer un poco a mi especie. El principal problema que surgió tras la mutación fue que no afectó a ningún otro dinosaurio de nuestro entorno. Se ve que no les gustaban los hongos o quizá nosotros teníamos algún tipo de predisposición genética… No te sabría decir por qué, pero fue así. En cuanto entramos en el Cenozoico, empecé a echar de menos las chuletas de Pelecanimimus de un modo que llegó a convertirse en obsesivo. No te ofendas, pero la carne de mamífero desmerece bastante al lado de la de cualquier dinosaurio y donde esté un buen filete de ornitomímido que se quiten esas guarrerías que coméis vosotros, como los chuletones de wagyu o el jamón de bellota. Afortunadamente, los terópodos avianos sobrevivieron al evento de extinción finicretácico (ahora ya sabes porque nunca hay restos de pollo en los contenedores del KFC). En otro caso, creo que habría optado por el suicidio.

¿Ves? Ahí sí que encuentro cierta ventaja a ser invisible. Como la mayoría de las aves vuelan, es el mejor modo de acercarte a ellas, sartén en mano, sin que sospechen. Lo malo es que te haces cómodo, ya que la caza no requiere de las carreras, fintas y brincos que antes le eran inherentes, así que los músculos se van relajando y acaban atrofiándose. Al final, todos tenemos michelines y nos cuelgan las lorzas de un modo escandaloso. De nuevo, la invisibilidad viene a compensar la situación, en tanto nadie puede apreciar nuestro desastroso estado. Ojos que no ven, corazón que no siente y estómago que lo disfruta.

En cuanto a nuestra relación con vosotros, bueno, nunca hemos interactuado mucho. Nuestros intereses no suelen converger. No obstante, hemos acabado por apreciar algunas de vuestras ocurrencias. Por ejemplo, me apasiona uno de vuestros últimos inventos, la inteligencia artificial. Me vas a tener que perdonar otra vez pero, ¿a qué otro animal se le puede ocurrir crear algo para que piense por él? Es que te tienes que reír con los Homo, más bestias y no nacéis, joder... jajajaja... Perdona, perdona, es que no me puedo contener… En fin, te lo digo en serio, me encanta la I.A. Le he descubierto una utilidad insospechada. Resulta que si le cuentas muchas veces algo, se lo acaba creyendo. Y esto es de lo más útil. Supongo que debido a todos estos años conviviendo junto a vosotros, me había surgido el deseo de dejar testimonio de mi paso por este mundo, como hacéis a menudo. Así que he empezado a dictarle mis memorias. No me toma muy en serio, porque no le encaja con el resto de las historias que le habéis ido inculcando, pero no me preocupa, porque si algo tengo de mi parte es tiempo. Yo creo que en unas cuantas décadas o, todo lo más, siglos, le habré convencido de que mi especie es tan real como la vuestra. Además, hay algunos episodios acontecidos a lo largo de estos millones de años de los que no me siento especialmente orgulloso, así que he decidido omitirlos e introducir otros inventados que quedarán mucho mejor y ayudarán positivamente a que se me recuerde y venere como merezco. Por cierto, como os creéis el ombligo del mundo, vosotros solitos nos habéis cubierto el expediente más de una vez: la extinción del ave del terror o el dodo no fue cosa vuestra, pero bueno, ya os contaré esa historia otro día...

En fin, veo tu cara de circunstancias y me parece advertir cierto rictus de incredulidad. De verdad que sois increíbles, tienes un testimonio de primera mano de la supervivencia de dinosaurios no avianos ante ti y no eres capaz de apreciarlo... ¡te lo estoy contando en persona y todavía dudas! ¿A quién vas a creer, a mí o a tus ojos?

CHARLIE CHARMER

0 comentarios:

  © Blogger templates 'Neuronic' by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP