Llegan con el viento (Loli González Prada)
Hace horas que la noche cubrió está parte del mundo.
Las mismas horas que el viento lleva retorciendo sin duelo los árboles hasta doblegar sus ramas que barren la tierra sucia de hojas, y vistiendo los jardines de papeleras arrancadas que ruedan hasta quedar atrapadas bajo los vehículos. Los pájaros se han quedado afónicos tratando de piar más fuerte de lo que el viento sopla, y los perros aúllan ateridos de frío acurrucados en sus lechos. Esta noche Morfeo nos ha dejado en vela incapaz de pasar los linderos.
“En mi caso no me importa ─ pensé, poniéndome la chaqueta más gruesa que tenía en el armario.”
Desde el día en que descubrí lo que había en el lago, las noches en que el viento se colaba evadiendo montañas y sorteando edificios, sé que los voy a ver, y casi en silencio subo a mi vehículo y me dirijo a las montañas.
Las farolas de la calle están apagadas, y mi vehículo es el único que pone luz a la noche. Algún hogar está iluminado de tenues luces, pero nadie se atreve a salir. Tomé la carretera de las montañas observando los montes donde se ven pinos, carrascas, enebros y quejigos.
Me siento inquieto e ilusionado, no puedo evitarlo, a pesar de que está va a ser la quinta vez en la que los voy a ver.
Tiempo atrás en estas tierras se cultivaba azafrán y viñas, pero hace mucho que cobijan sólo hierba que nace libre. Dejo atrás maizales, girasoles, campos de hortalizas, alfalfa y cereales, y cuando el lago se muestra ante mí, apenas quedan minutos para que el amanecer despunte en todo su esplendor. No veo ningún ave revolando las tierras, sin embargo, si fuera de día me cruzaría con algún buitre, águilas, grullas o fochas, incluso zorros, corzos, gatos monteses, tejones, comadrejas, jabalíes o conejos que se dejarían ver a los lados de la carreta, pero todo es silencio, porque saben que ellos se acercan.
Detengo mi vehículo a los pies del lago y me bajo sin molestarme en cerrar la puerta. Llego a tiempo de ver como el agua va bajando de nivel hasta casi desaparecer absorbida por la tierra, y la belleza de lo que veo me corta el aliento, pues ante mí se yerguen treinta figuras imponentes de diplodocus cubiertas de una gruesa capa de sal. Los diplodocus, son los animales más largos que han existido en la tierra y la prueba la tengo ante mis ojos. Sin peces que los molesten, y ocultos por el lecho cristalino, se han conservado a lo largo del tiempo, y gracias a mis desvelos, los descubrí una noche de viento en que el agua del lago desapareció haciéndolos emerger.
Un barco, una iglesia, varias casas, y diversos animales crean un cuadro de perfectas pinceladas en albino.
Los ojos de los diplodocus brillan al ser sorprendidos por el naranja del incipiente amanecer.
Un sapo mira incrédulo el fondo del lago. No sé cuánto tiempo estoy sin inmutarme y para cuando reacciono, el agua comienza a salir de los torrentes subterráneos cubriendo poco a poco las figuras. Ocupo mi asiento frente al volante cubriéndome con una manta, y espero pacientemente a que llegue el amanecer para que nuestro secreto quede nuevamente oculto, y cuando esto sucede, al fin me duermo.
LIDIA GOPRA REAL (Loli González Prada)
Entre los relatos presentados al Tercer Certamen Literario Koprolitos, destaca este de Loli González Prada, que también repite, ya que el año pasado participó con "16:40, descubriendo icnitas y el sexo". ¡Gracias Loli!
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