miércoles, 31 de enero de 2018

Cavernícola (2018)

En 1972, David Sproxton y Peter Lord fundaron Aardam Animation, bautizada como su primer personaje (de dibujos animados), sin ningún significado en particular. Pronto se decantaron por la plastilina, estableciendo su sede en Bristol desde 1976. Tras Morph (1981), mascota de la BBC, obtuvieron un primer reconocimiento con sus clips animados para Nina Simone o Peter Gabriel.

Pero su auténtica proyección arranca de la incorporación a la productora de Nick Park, cuyo óscar Creatures comfort (1989) les abrió las puertas del despacho de Jeffrey Katzenberg (artífice de la resurrección de Disney a finales de los 80 y cofundador de Dreamworks con Spielberg y David Geffen) y Channel4. Park ideó al dúo estelar de la casa, Wallace & Gromit: nominados por A grand day out (1989), ganaron sendos oscars por Los pantalones equivocados (1993), Un afeitado apurado (1995) y su debut en el largometraje (2005).

Cavernícola (Nick Park, 2018)

Park emulando a O'Brien

El próximo 2 de febrero se estrena en España el último largo de Park para Aardam, Cavernícola, una alocada historia en la que da igual que se mezcle la Edad de Piedra con la del Bronce e incluso aparezcan bestias mesozoicas que justifican que publiquemos aquí la noticia. Lo que realmente cuenta es que el disparatado humor que caracteriza al director nos garantiza pasar un buen rato junto a nuestro cubo de palomitas. En el doblaje han participado Mario Vaquerizo, Hugo Silva o Chenoa. Aquí tenéis el trailer para ir abriendo boca.



Un miembro del equipo preparando una maqueta

Por cierto, que no es la primera vez que Aardam se ocupa de los dinosaurios, a los que ha explotado en particular en el ámbito publicitario:

Plato, el "Publixaurus"

Ben Curtis es el director creativo de Pantosaurus, protagonista de un juego para móviles destinado a prevenir el abuso infantil. Y Joe Burrascano (con perdón) & Anca Risca, del estudio norteamericano Nathan Love (fusionado en 2015 con Aardam) han dirigido varios spots para la casa protagonizados por el “Publixaurus” deportista Plato.

Dinosaur (Peter Peake)

Pero el auténtico especialista es el director Peter Peake quien, además del spot Dinosaur para Coca-Cola, ha dirigido el corto Pythagasaurus (2011), en el que un dinosaurio matemático es invocado para predecir la erupción de un volcán.

¿Es un cartabón?¿Es una lagartija aplastada? No, es... Pythagasaurus

La verdad es que hay miembros del staff de Aardam que son auténticos apasionados de los dinosaurios, como Henry St.Leger, que dedica sus ratos libres a hacer velociraptores y pterosaurios de origami.


martes, 30 de enero de 2018

I Am Not a Dinosaur (Will Lach & Jonny Lambert)

Como suponemos que ya sabéis, una gran cantidad de criaturas asombrosas habitaron nuestro planeta en el pasado, y no todas ellas eran dinosaurios. Esto es lo que han querido mostrar el escritor Will Lach y el ilustrador Jonny Lambert en el libro en "I Am Not a Dinosaur", en el cual, basándose en las colecciones del American Museum of Natural History, hacen un recorrido por muchos de estos animales, desde peces de enorme tamaño hasta reptiles voladores. El libro cuenta con notas breves, fotografías y una línea temporal que ponen en contexto a cada uno de los ejemplares, así como con un prologo de Mark A. Norell, director del área de paleontología del museo. A continuación dejamos una muestra de los que puedes encontrar en el libro:



lunes, 29 de enero de 2018

Los tejidos dinosaurianos de I❤Histo

I❤Histo es un blog gestionado por el anatomista estadounidense Nathan Swailes, que trabaja como investigador en la University of Iowa y está especializado en histología, que es la disciplina científica que estudia todo lo relacionado con los tejidos orgánicos, su estructura microscópica, su desarrollo y sus funciones. Precisamente en su blog recopila fotografías obtenidas a través del microscopio en las que se identifican patrones concretos en células y tejidos, explicando las características de las estructuras que se observan en la imagen. Las referencias dinosaurianas son variadas en estos patrones y a continuación dejamos una muestra:

The Endometrium T-Rex

Godzilla Monocyte in Blood

Epidermisaurus in the Skin

Cili-raaaar-y Body of the Eye

Thymic Parasaurolophus

Embryosaurus


Me lo chivó Javi Godoy.

viernes, 26 de enero de 2018

El sarcasmo dinosauriano de Ben Chen

T-Rex Ink

Ben Chen es un ilustrador de Taipei (Taiwan) con una desmedida pasión por el cine y la televisión. Con un fino humor negro, satiriza a conocidos personajes de la cultura popular en sus creaciones, como puede comprobarse en su prolífica obra como diseñador de camisetas en Threadless. Y es que como él mismo dice, "su cerebro nunca descansa". A modo de muestra, hemos seleccionado algunas ilustraciones con referencias dinosaurianas en las que, casualmente, siempre hay un tiranosaurio...

The End Of Time Travel

Dinosaur Avengers

Old T-Rex Hunting Walker

Dinosaur World

Wrestling Showdown

jueves, 25 de enero de 2018

Plancton Deconstruido (Charlie Charmer)

Pese a su aspecto de tetrápodo, Roberto se movía con bastante torpeza. En el fondo, nunca había dejado de ser un pez, y eso siempre pesa cuando sales fuera del agua. No pudo evitar recordar lo que le había contestado su abuelo Celacanto cuando le dijo que en el instituto les habían explicado que en tierra firme existían aldeas de anfibios que se habían atrevido a aventurarse más allá del mar: “si Dios hubiera querido que anduviéramos por la superficie, no nos habría llenado el cuerpo de escamas”. Lejos de amedrentarle, aquellas palabras fueron un acicate para él. Pasó horas y horas en el gimnasio entrenando hasta que desarrolló suficientemente sus extremidades. Ahora no podía negar que aquella piel resbaladiza, ideal para progresar dentro de un líquido, suponía un obstáculo para mantenerse en pie sobre la hierba, pero el pecho se le hinchaba de orgullo contemplando los reflejos del sol brillar sobre sus robustas patas mientras sostenían su cuerpo.

La espesa maleza terminó pronto con su estusiasmo transgresor, pero ya no podía echarse atrás. Bebía de los sucios charcos embarrados que encontraba por el camino y se veía obligado a refugiarse entre los helechos cada vez que oía un ruido, temiendo caer entre las garras de algún depredador. Al llegar a la carretera, siguió las indicaciones de las señales, pero aquel kilómetro y medio hasta la primera población habitada le resultó más largo que el cuello de un mamenchisaurio. A medida que pasaban las horas, el cansancio iba haciendo mella en sus novatas extremidades, a la par que su delicado estómago comenzaba a enviarle mensajes de preocupación. Tendría gracia –llegó a pensar en algún punto del camino- que acabara tirado en la cuneta y encontraran su cuerpo inerte al día siguiente. Pudo imaginar cómo se regodearía la prensa ideando sarcásticas necrológicas del tipo “conocido crítico de la Guía Miguelín fallece de hambre”.

Nectridea del Valle era una aldea tan pequeña que la mayor parte de los viajeros la pasaban de largo creyendo que aún no habían llegado. Las calles no estaban asfaltadas y carecían de aceras o encintado, el alumbrado o el alcantarillado brillaban también por su ausencia y un hediondo olor a estiércol anegaba el ambiente. Carecía igualmente de edificios oficiales: el maestro y el veterinario –pues no tenían médico- ejercían en sus casas, el ayuntamiento era la plaza del pueblo y habían optado por hacerse todos ateos para evitar tener que construir una iglesia. Cuando Roberto llegó, casi había anochecido. Un viejo anfibio que cubría su enorme cabeza en forma de bumerang con una boina capada se cruzó en su camino. Los cuernos, que sobresalían a ambos lados del chapeo, eran la única señal de su avanzada edad. Por lo demás, tenía el aspecto de un individuo robusto y lleno de vitalidad.

- Por favor, ¿podría indicarme algún restaurante cercano?

- ¿Restorante? Si quié’ comer, pué ir a en ca’ la señá Amparo. Es al fondo de esa calleja, frente del espartero, mire usté.

Sacando fuerzas de flaqueza, el desfallecido pez anfibio siguió las indicaciones y pronto llegó al umbral de la humilde taberna de la susodicha. Cuando el joven albanerpeton que hacía las veces de maître acudió a recibirle, fueron sus tripas las que le saludaron.

- ¿Es usted extranjero?

- No… no. Disculpe. ¿Tiene alguna mesa libre?

- Claro, acompáñeme.

El local era más bien pequeño y contaba con poco más de media docena de mesas, pero estaba decorado con gusto y contrastaba sobremanera con el rústico ambiente exterior. Apenas un par de minutos después de dejar a Roberto la carta, el camarero regresó de la cocina con una pequeña fuente con varias croquetas y otra con una tapa con una tostadita untada con una especie de espuma verde, como aperitivo de cortesía, y después acudió a ofrecer los postres a una pareja de paleobatracios que compartía la otra mesa ocupada del comedor. El recién llegado les oyó bromear sobre aficiones comunes y llegó a la conclusión de que eran viejos amigos del camarero que vivían en un pueblo cercano. Pero pronto los sugerentes nombres de los platos de la carta acapararon toda su atención. Aquellos paletos tenían imaginación, al menos. Y la carta de vinos parecía bastante completa, aunque casi todas fueran variedades locales.

Estaba aún tratando de decidir con qué caldo acompañaría el “soufflé de brotes de ginkgo en lecho de cicas” cuando probó la primera croqueta. Su exquisito paladar había descubierto a los chefs más famosos del archipiélago antes de que ellos mismos se dieran cuenta de su talento. Sus críticas negativas habían provocado el cierre de afamados restaurantes que contaban con jefes de Estado como clientes habituales. Pero jamás había probado nada como aquello. Ahogó un gemido de placer y trató de mantener la compostura. Tal vez todo se debía al voraz apetito con el que se había sentado a la mesa tras su largo periplo desde el mar. Sin embargo, no terminaba de identificar aquella paleta de sabores y no pudo resistirse a preguntar.

- ¿El relleno es a base de caviar?

- Huevas de rubiesichthys. Suelen desovar en el arroyo que baja por las colinas. ¿Ha pensado ya el señor lo que va a comer?

- Creo que tomaré un consomé y unos brotes de ginkgo, ¿qué vino me recomienda?

- “Cepa Jurásica” joven. Suave pero aromático, con un toque afrutado. Perfecto para el ginkgo.

- Estupendo.

El camarero dejó a Roberto paladeando aquel relleno, tratando de descubrir con qué caldo se habría hecho la bechamel para que casara de un modo tan perfecto con el sabor de las huevas. Sin llegar a ninguna solución concluyente, se detuvo en el diferente aspecto que presentaba el resto de las croquetas, como pequeños enigmas que le invitaban a probarlas para tratar de averiguar su secreto. Pensó que lo razonable era esperar a la bebida para retirar por completo el sabor de las huevas antes de degustar la siguiente, pero no pudo resistir la tentación y, cuando llegó la botella, ya las había catado todas.

- Están todas deliciosas.

- Gracias, caballero –contestó el albanerpeton mientras le llenaba la copa.

- Gracias –dijo levantando la mano para indicar que era suficiente.

Roberto prescindió del ritual habitual del somelier y se escanció el licor directamente sobre el gaznate sin que sus sentidos se lo hubieran presentado primero. Entre la caminata y las croquetas, estaba sediento. El albanerpeton no pareció ofenderse ante aquella falta de protocolo o, tal vez, estaba más preocupado por despedirse de sus amigos, que ya habían terminado el postre y el café y se disponían a abandonar el local. Calmada la sed, el pez anfibio notó como aquel aroma aterciopelado recorría su garganta y sus papilas se dilataban excitadas por el regustillo agridulce que había dejado el ácido tartárico. Si ése era el vino joven del lugar, no podía ni imaginarse cómo sabría el reserva.

Entonces volvió a reparar en el canapé de espuma verde y lo tomó entre sus dedos, acercándoselo a los orificios nasales. El aroma le resultó tremendamente familiar, como la cocina casera con la que había crecido en el fondo marino. Sin embargo, aquella textura era diferente a la de nada que hubiese visto antes. Tragó saliva para que el vino no le ocultara ningún matiz, cerró los ojos y sacó la punta de la lengua. El contacto con aquel misterioso manjar le abrió las puertas de un paraíso en el que había dejado de creer hacía tiempo. Sin plantearse nada más, abrió las fauces y se abandonó al éxtasis gastronómico.

Cuando regresó el camarero con el consomé, Roberto ya estaba completamente seguro de hallarse en el cuartel general de un nuevo talento salido de alguna afamada escuela de alta cocina, aún desconocido para el gran público dada la recóndita ubicación que había elegido para su fogón, pero que saltaría a las portadas de toda la prensa especializada en cuanto el primer crítico profesional pasara por allí. Ese momento había llegado y la fortuna había querido que fuera él quien se sentara ante aquella mesa.

- Plancton deconstruido.

- ¿Perdón, señor?

- El canapé. Simplemente genial. ¿De qué taller ha salido la cocinera? ¿Del Instituto Culinario Ibero-armórico? ¿Tal vez de la Escuela Superior de Cocina Molecular?

- Eeeeeh… No, no señor. Es mi madre. Siempre ha sido muy imaginativa guisando.

Roberto se echó hacia el respaldo, con los ojos más abiertos que un oftalmosaurio en busca de percebes. Escudriñó el semblante del albanerpeton. No se trataba de ninguna broma, el orgullo brillaba en sus mejillas. Y tenía motivos de sobra.

- ¡Vaya! Es toda una sorpresa. Jamás había probado nada tan bueno, y créame que en materia culinaria sé lo que me digo.

- Bueno, ella siempre dice que el truco está en usar buenos ingredientes. Y la verdad es que aquí no nos faltan. Esta región es muy fértil y hay gran variedad de caza. El consomé que se está tomando, por ejemplo, es una reducción de caldo de eobelinos criados en nuestra granja y larvas de meganeura que mis hermanos trajeron de su última expedición a las colinas.

- ¡Hummm! –dijo el crítico lamiendo la cuchara- ¡Delicioso! Estoy deseando hincharle el diente al soufflé de ginkgo.

- Es la especialidad de mamá. Siempre hemos tenido ginkgos en el jardín. Cuando éramos pequeños, esperábamos impacientes la llegada de los primeros brotes. Como sabe, aunque son fértiles durante cerca de mil años, la primera floración de estos árboles se produce entre los veinticinco y los treinta. La ternura y delicadeza de estas yemas no tiene parangón. Y mi abuela decía que tienen propiedades medicinales.

Una campana sonó en la cocina.

- Ya está el soufflé. Como soy adoptado, mi madre piensa que no tengo el olfato que han heredado mis hermanos. Pero no necesito la campana para reconocer el aroma que llega desde la cocina.

- Es verdad, huele delicioso.

Mientras el retoño de la señá Amparo acudía por el plato, Roberto sacó una libreta del bolsillo y comenzó a tomar notas de cuanto estaba sucediendo. Ya podía leer los titulares del artículo cumbre de su carrera como crítico gastronómico: “Plancton deconstruido: tradición e innovación en la nueva cocina anfibia de Nectridea del Valle”. Los catadores de la competencia palidecerían de envidia. Pronto, aquel rincón apartado de la mano de Dios se transformaría en un centro mundial de peregrinación de catadores, cocineros, enólogos, sumilleres y otros profesionales de la gastronomía, así como de todo tipo de aficionados a la buena mesa. Había hallado un diamante en bruto… que no tenía necesidad alguna de ser pulido. Sin embargo, en su artículo no podía referirse a la cocinera, sin más. Aquel local necesitaba un nombre. Y ya puestos, un nombre impactante. Pronto lo bautizó, con su eslogan y todo. “El diamante de Nectridea: arte culinario en estado puro.”

Mientras devoraba el soufflé como si no hubiera comido otra cosa en su vida y, después, varias especialidades resposteras de la casa, explicó al camarero quién era y lo que había resuelto publicar. Para evitar malentendidos, abonó su factura –añadiendo una más que generosa propina- antes de solicitar ver a la cocinera. Deslumbrado por las explicaciones del crítico, el albanerpeton accedió.

- Mamá, éste es el señor Roberto Lucci de la Guía Miguelín

La señora Amparo estaba totalmente concentrada removiendo un guiso y tardó en reaccionar. No solía entrar mucha gente en su cocina. Cuando se dio la vuelta, ladeó la cabeza hacia un lado mirando a su hijo, quien inmediatamente se arrepintió de haberse colado en su sancta sanctorum sin avisar. No le hacía falta que su madre abriera la boca para captar su disgusto: a buen seguro, de haber sabido que iba a tener visita, no llevaría puesto aquel delantal viejo y remendado, lleno de chorretones. Después, la cocinera giró el cuello hacia el otro lado, recorriendo al tetrápodo de pies a cabeza.

- Es un placer conocerla, señora… -dijo Roberto bastante perplejo, pues no se esperaba encontrarse a una terópodo de nueve metros y medio sosteniendo la espumadera frente a él.

Amparo parpadeó varias veces, sonrió y se abalanzó sobre el infortunado visitante, devorándolo de un solo bocado.

- El gusto es mío –dijo, relamiéndose.

- Pero, mamá… era un importante crítico gastronómico. Podía habernos dado a conocer a nivel internacional…

- Y a ti, ¿quién te manda traerme comida a la hora del aperitivo? Anda, sal y ábreles la despensa a tus hermanos, que han cazado un koutalisaurio con el que voy a hacer un estofado de esos que quitan el hipo.

- Sí, mamá.

CHARLIE CHARMER

miércoles, 24 de enero de 2018

Los cefalópodos extintos de Franz Anthony

Franz Anthony es un artista de Yakarta (Indonesia), especializado en diseño gráfico e ilustración paleontológica. Su trabajo se ha expuesto en muestras de Indonesia y Australia y ha publicado en webs, libros y revistas a nivel mundial. Cofundador y director creativo de la plataforma Studio 252MYA, colabora con frecuencia en Earth Archives o Pteros. Y dentro de su extensa obra, en la que predominan los vertebrados fósiles, nos han resultado interesantes estas reconstrucciones de moluscos cefalópodos extintos. Ahí lo dejamos:









martes, 23 de enero de 2018

Balkan Bomba - T-Rex

Balkan Bomba es una banda de balkan-ska-rock de Toledo (Castilla-La Mancha, España) formada por diez músicos que auto-catalogan su estilo como “Matrioska Balkalinka Sound”. Acaban de publicar su primer disco "Xplosivodka" (2017) en el que se mezclan diversos ritmos tanto de la música balkan, ska, árabe, gipsy, de Europa del Este, incluso fusionado con otros ritmos muy diversos como el reggaeton o el tango. Entre las canciones que componen el disco, destaca el tema "T-Rex", para el que han realizado el siguiente videoclip protagonizado por un tiranosaurio hinchable:


La letra de la canción es la siguiente:

Suddenly a morning they were angry,
wake me up screaming.
A relaxing shower with my ducklings
and I brush my teeth.
What a hangover man, ay ay ay ay ay.
I need a walk to clear my head with my dog Lili

Riding skateboard, ¡what a blow!
and the kids laugh at me.
Sitting on a toilet eating anxiously
and then vomit.
Only give me leftovers, ay ay ay ay ay.
Riding on tricycle, what's happen to me?

Ay ay ay ay ay ay ay ay ay ay.
Boxing every morning dreaming breaking your teeth.
Ay ay ay ay ay ay ay ay ay ay.
A new video game and I'll finish with him.

Bang! Bang! Tic-tac, tic-tac.

Ay ay ay ay ay ay ay ay ay ay.
Training hard at gym it´ll be the end of this.
Ay ay ay ay ay ay ay ay ay ay
Reminding all my brothers on TV.

Bang! Bang! Tic-tac, tic-tac.


Y si vives cerca de Guadalajara (Castilla-La Mancha, España), puedes verlos en vivo este próximo fin de semana en la Sala Óxido junto a Vagos Permanentes y Planeta DEF:


Me lo chivó Supery. ¡Gracias!

lunes, 22 de enero de 2018

Dando vida a Mary Anning con Shaylynn Rackers

Shaylynn Rackers es una artista de Foristell (Missouri, Estados Unidos) que actualmente estudia Ilustración y Diseño Gráfico en la Missouri State University. Centrada fundamentalmente en la ilustración, Shaylynn también ha probado con la escultura o la joyería. De hecho, tiene una tienda en Etsy, llamada Shealynn's Faerie Shoppe. Dentro de su obra nos ha llamado la atención esta escultura de Mary Anning hecha con plastilina, que también ha probado a animar de forma breve. Aquí lo dejamos:




viernes, 19 de enero de 2018

Unas cuantas ilustraciones dinosaurianas... (XIX)

"Let’s paint dinosaurs" (Todd Schorr)

No se puede decir que esta nueva tanda de ilustraciones dinosaurianas sea poco variada, ya que se han seleccionado piezas de muy diversos estilos y con diferentes protagonistas. Hay reptiles voladores, reptiles marinos, dinosaurios terópodos o dinosaurios ceratópsidos en obras realizadas en foramto collage o ilustración tradicional. Ahí lo dejamos:

"Decade of Death" (Joe Kral)

"Epic Illustrated #3" (Paul Gulacy)

"The Dinosaur Era" (Jisun Lee)

"Dino Dad and Kid" (Rob McClurkan)

"Musical and the Raptor" (Fanny Tondeur)

jueves, 18 de enero de 2018

Pasos en la nieve (Charlie Charmer)

- Bueno, señor… Liang Shang Po, pues si está conforme con las condiciones, puede comenzar cuando quiera.

- Liang Long. Ahora mismo no tengo nada mejor que hacer.

- Perdone, señor Long. Pues… nada, acompáñeme, por favor.

El director salió del despacho seguido de Liang Long. Recorrieron un largo corredor tenuemente iluminado desde puntos de luz ocultos bajo la escayola que cubría el techo. Desprovistas de todo ornamento, las paredes se confundían con el suelo, vestido con las mismas placas porcelánicas que aquellas, a cuyo albor el visitante tardaba en acostumbrarse. Doblaron una esquina y accedieron a un nuevo pasillo en el que se ubicaba el cuarto de la limpieza y, al fondo, los vestuarios del personal.

- Aquí encontrará cuanto necesita. Ya hemos trabajado con algún mamenquisáurido antes, seguro que encuentra su talla. Sus compañeros estarán encantados de que comience usted a quitarles clientes, hoy están todas la consultas prácticamente saturadas. Bueno. Le dejo. Si echara algo en falta, no tiene más que hacérmelo saber.

Long rebuscó entre las batas que colgaban de la percha. No le fue difícil dar con una que pudiera servirle. Miró al espejo para comprobar que no se había equivocado, pero no contaba con lo que éste le iba a contestar. No era la imagen de la que huía, pero sí la que mejor podía recordarle porqué lo hacía. Volvió la cabeza, algo confundido, hacia el perchero y observó el resto de las prendas aparentemente inocentes que allí colgaban. Se detuvo en particular en uno de los batines, bastante más corto que los demás y cuyas deformaciones, plagadas de pliegues, fueron rellenadas con avidez por su excitable imaginación.

Podía ver ante sí a Merche, la enfermera del turno de noche, con las rotundas protuberancias de su anatomía aproximándosele peligrosamente mientras le ponía el termómetro. Podía escuchar aquella risita perversa con la que respondía al ver el efecto que el roce de su turgente cuerpo ejercía sobre él. Olía su empalagoso perfume barato, cuya lectura para él era inequívoca. Volvió a sentir en la yema de sus dedos la suave textura de las exquisitas escamas que cubrían su piel a lo largo de sus interminables muslos y la húmeda caverna en la que se hundieron, al final del camino. Comenzó a salivar recordando el jugo de su boca y el salobre gusto de las regiones más recónditas de su morfología, que aquella pequeña bata apenas llegaba a cubrir.

El recuerdo del doctor Bellino era algo más difuso. No ya porque se limitara a aparecer unos minutos cada día, siempre dentro del mismo horario, siempre con la misma cadencia en sus palabras, monótono y anodino. Formaba parte de su rutina tanto como la medicación de las siete o la hora de lavarse los dientes. Le preguntaba por sus inquietudes más íntimas con el mismo entusiasmo e interés con que se comenta la evolución atmosférica con un desconocido mientras se espera al autobús. Llegó a pensar que, en realidad, se trataba de un artificio mecánico al que se había dotado de apariencia sauria.

La única vez que le vio alterarse fue precisamente el día que se marchó. Merche llevaba más de quince días de vacaciones y Long no pudo aguantar la abstinencia más tiempo. Aunque vestía de un modo bastante más recatado, el modo de caminar de aquella jovencita que acababa de entrar en la clínica, meneando el rabo de un lado a otro como si acabara de salir de la ducha, le resultaba tremendamente morboso. Cuando el doctor Bellino entró en la habitación y se los encontró consumando su deseo, enloqueció de repente. Comenzó a vociferar, profiriendo toda suerte de improperios y algunas expresiones que tendemos a pensar que no pueda siquiera conocer alguien de su posición. Se sacó el bolígrafo del bolsillo e intentó apuñalar con él a su paciente, que abandonó la habitación saltando por la ventana hacia el bosque nevado, completamente desnudo. ¿Cómo iba a imaginarse que la nueva enfermera era precisamente la hija de su matasanos?

Las batas que colgaban sobre el perchero, la marmolina del suelo, e incluso el diente que protagonizaba el póster enmarcado que decoraba el vestuario evocaban también a Long la blancura de la nieve, pura, gélida y quebradiza bajo sus pies. Jamás se había sentido mejor que corriendo salvaje sobre ella, hoyándola con sus zancadas mientras el aire le hinchaba los pulmones de libertad. De haberlo sabido, habría abandonado mucho antes el sanatorio. Los pies le quemaban de frío y podía notar cómo la sensación de congelación le iba subiendo por la columna, vértebra a vértebra, hasta la cabeza. Pronto, los ojos comenzaron a llorarle y la garganta se le secó. Abrió la boca y dejó que la ventisca la llenara de nieve. Por fin se sentía vivo. Aulló con todas sus fuerzas, retando a la muerte, hasta que le dolió la cabeza. Aquello era aún mejor que jugar a poner el termómetro a las enfermeras. Al pasar junto a una hondonada jalonada de helechos nevados, se dejó caer llevado del delirio y rodó por la ladera rebozándose de espuma blanca.

- Pero, ¿dónde va, saurio de Dios? –dijo el director al ver a Long salir del vestuario, distrayéndole de sus recuerdos y reflexiones.

- ¿A trabajar?

- Pero así no puede ir. Aquí cumplimos con la normativa de prevención de riesgos laborales.

El director entró el primero en el vestuario. Comenzó a revolver en un arcón contenedor que había junto a las taquillas y extrajo unas cuantas protecciones de diferentes formas y tamaños de las que colgaban cintas con hebillas. Algunas se habían entrelazado y anudado entre sí, y hubo de echar un rato para separarlas. Aproximó una pieza acanalada a la pantorrilla derecha de Long y, al comprobar que era demasiado pequeña para cubrirla, la desechó. Luego probó con otra, que encajaba como un guante. “Una 52”, masculló, y revisó las etiquetas del resto de los accesorios que había apartado. Pronto tuvo el equipo reglamentario completo a disposición del saurópodo: espinilleras, hombreras, coderas y muñequeras de cuero reforzado, guantes de malla, una coquilla metálica y, por último, se acercó a un armario metálico situado frente al arcón y extrajo un casco del que sobresalía una impresionante rejilla de acero.

- No creo que sea necesario todo esto –insistió Liang Long.

- Si quiere trabajar aquí, póngaselo. Tal vez usted no aprecie su integridad física, pero nosotros no podemos permitirnos correr el riesgo de que nos visite un inspector y nos empapele.

El saurópodo tomó el equipo, algo desencantado, y empezó a atarse las cinchas de cuero alrededor de brazos y piernas. Empezó a dudar de haber elegido bien el lugar para desarrollar la profesión para la que creía estar hecho. Si tenía que disfrazarse de aquel modo, todo perdía bastante gracia. El director permanecía en pie junto a él sujetando el casco, no tanto para ayudar como para controlar que su nuevo empleado seguía el protocolo con fidelidad. Para hacer la situación menos violenta trató de buscar algún tema de conversación y pronto lo encontró de un modo insospechado:

- ¿Sabe? su cara me resulta conocida, pero no recuerdo haberle visto en ningún congreso… -Long continuó colocándose las protecciones, sin prestar demasiada atención- El caso es que… se va a reír, pero creo que, de perfil, se parece usted a una artista famosa –el mamenquisáurido levantó la cabeza-. No se enfade, es solo un comentario, creo que es algo… en su mirada.

Aquel comentario hizo a Long recordar cómo le salvó la vida una troupe de cómicos que le encontró tirado en la nieve y consiguieron estabilizar su temperatura aplicándole trapos mojados en agua caliente por todo el cuerpo. Permaneció inconsciente varios días, debatiéndose entre la vida y la muerte. Cuando volvió en sí, parecía que el frío y la fiebre hubieran afectado también a su desordenada cabeza, que hubiera congelado su espíritu. Durante el tiempo que tardó en recuperar la memoria y el resto de facultades, viajó con el resto de la caravana, en el carromato que hacía las veces de enfermería. Junto con sus recuerdos, regresaron los males que le habían llevado a aquel sanatorio que acabó abandonando de modo tan poco ortodoxo. Fue un mimo de la compañía con la que viajaba el primero en darse cuenta:

- ¿Qué te atormenta, hermano? -le preguntó.

En agradecimiento por sus cuidados, Long le abrió su corazón:

- Ése es el problema, nada puede entristecerme o alegrarme. El temor o el entusiasmo me son completamente extraños. Mi enfermedad es que no puedo conmoverme. Soy como un mueble o una roca, estoy ahí pero no siento ni padezco. Para eso no vale la pena vivir.

- Te equivocas. Tu peculiaridad te puede hacer útil para muchas cosas. A veces los sentimientos nos ciegan y el miedo nos atenaza. Tú no tienes ese problema. Seguramente, serías un buen juez, por ejemplo.

- Pero para eso hay estudiar bastante y, a estas alturas, no sé si estoy dispuesto.

- Cualquier momento es bueno para comenzar a luchar por un objetivo. Pero se me ocurren más empleos idóneos para alguien como tú. En nuestra propia compañía, sin ir más lejos, estamos buscando a quien quiera colocarse la máscara de “Miss Titania”.

- ¿Miss Titania?

- Una heroína sin miedo, capaz de cruzar por la cuerda floja para luego ser disparada por un cañón y aterrizar en un barreño de agua. Toñi, la titanosauria funambulista que la encarnaba, falleció en un lamentable accidente el año pasado. Naturalmente, en tu caso, podríamos transformarle en “Mister Titan”.

Pero a Long le pareció bien mantener el espíritu femenino original del personaje, aunque en honor a su especie, optaron por rebautizarle “Miss Mamen”. Enfundado en un ceñido qipao de lentejuelas rojas, no se conformó con rememorar las viejas hazañas de Toñi, sino que fue introduciendo en su actuación números aún más arriesgados y vistosos. Pronto, las portadas de los periódicos se hicieron eco de su intrepidez.

El clímax de su carrera llegó cuando, para celebrar la llegada del año del dragón, cruzó la gran garganta del Río Amarillo montado sobre un monociclo con una venda roja en los ojos. Lo hizo rodando sobre una de las maromas que hace de pasamanos en el milenario puente colgante de Huanghe Qiao. Cuando dedujo que se hallaba a medio camino, por la inclinación y las pedaladas que había dado, descendió del vehículo, se ató una soga a la cintura y se arrojó de un salto al vacío ante las exclamaciones de pavor del público. Lo tenía todo tan bien estudiado que la soga, hecha con algún material elástico, se estiró amortiguando su caída hasta que estuvo a tan solo unos centímetros del agua. La fotografía del salto dio la vuelta al mundo y aún se considera la apoteosis de este tipo de espectáculos. Incluso dio lugar a una breve moda de jovencitos que acudían con sus propias cuerdas a arrojarse al río, deporte prohibido prontamente por las autoridades ya que el alto porcentaje de fracasos lo emparentaba demasiado con el suicidio.

La popularidad es un placer efímero y, cuando se pusieron de moda los concursos de trinos de enantiornites, nadie quiso volver a saber nada de funambulistas travestidos. Long anduvo un tiempo dando bandazos en busca de un oficio que pudiera aportarle las sensaciones que demandaba su ansia vital, sin resultados, hasta que leyó aquel anuncio en el periódico. Ahora, cargado con todas aquellas protecciones que anulaban cualquier posible riesgo, no se sentía sino ridículo.

- Tal vez debería haberme traído el stick de hockey –bromeó.

- Pues no sé qué decirle, toda precaución es poca –admitió el director, totalmente en serio-. Aún con la equipación reglamentaria, a veces suceden accidentes y no sería el primero ni el último que perdiera la cabeza por el trabajo, literalmente. Es inevitable en nuestro oficio. Debo admitir que sus agallas me tienen bastante impresionado.

A la derecha de los vestuarios había una pequeña puerta de servicio por la que accedieron a un distribuidor que conectaba las diferentes consultas, perfectamente insonorizadas para evitar que los ruidos y gritos del interior asustaran al resto de clientes o, en casos como el presente, a futuros profesionales. El director le señaló una de las puertas.

- Ya tiene a un cliente esperando. Le deseo mucha suerte y espero verle a última hora para cobrar.

- ¿Es que aquí no se cobra a fin de mes?

- Antes abonábamos las pagas los viernes pero, por razones prácticas, preferimos pagar todos los días. Los abandonos son tan frecuentes que así no tenemos que andar con líos de finiquitos, y es una ocasión estupenda para comprobar si ha habido bajas o no en la plantilla a lo largo de la jornada.

Un poco más animado, Liang Long entró en su consulta. Un biombo de tela separaba el espacio donde el paciente le esperaba del resto de la sala, donde una joven enfermera de piernas rollizas y delicadas plumas negras le recibió con una sonrisa picarona.

- Buenos días, doctor. No me habían dicho que fuera usted tan… joven.

- Ni a mí que fuera a tener como ayudante a un bombón como tú –ella se ruborizó, encendiéndosele la cresta sobre el pico, y él intuyó incentivos de aquel trabajo con los que no había contado al acudir a la entrevista.

Long se sentó en un taburete y se despojó de aquel atuendo de mamarracho, ante la atenta mirada de la enfermera shixinggia que, en parte alarmada y en parte excitada, acabó ayudándole a desabrochar las cinchas. Al otro lado del panel, el cliente comenzaba a gruñir de impaciencia. El mamenquisáurido se regocijó pensando la dosis de adrelina extra que le proporcionaba conocer los nervios de su paciente.

Cuando se liberó de todos aquellos artilugios, se dirigió al otro lado del biombo y saludó a su cliente, un tarbosaurus tiranosáurido que yacía boca arriba sobre una butaca reclinada, con las fauces abiertas de par en par, mostrando el puente que unía sus sesenta y cuatro dientes, afilados como puntas de lanza.

- Ya era hora, joder. Llevo media hora con la boca abierta.

- No hace falta ser soez, y si se está calladito será más fácil ajustarle esos brackets.

- Ten cuidado, listillo. Al último que metió las manos en mi boca le tienen que escribir las cartas al dictado. Y eso que me pusieron un forceps.

Long sonrió con autosuficiencia y empezó a manosear los instrumentos odontológicos que había en la mesita auxiliar, divertido con la situación. No sabía para qué podía servir ninguno de ellos y las aplicaciones que le sugerían eran a cual más estrambótica. Por el rabillo del ojo podía ver a la enfermera, afanada en estirarse los pliegues de la bata, de la que ya había desabrochado un botón. Definitivamente, aquel trabajo le iba a gustar.

CHARLIE CHARMER

miércoles, 17 de enero de 2018

Las cartas dinosaurianas de la expansión "Ixalan" de "Magic, The Gathering" (y III)

En esta última ronda de cartas con referencias dinosaurianas de "Ixalan", la nueva expansión de "Magic, The Gathering", encontramos ilustraciones de artistas como Zoltan Boros, Lius Lasahido o Joe Slucher entre otros. Ahí lo dejamos:






















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