viernes, 30 de octubre de 2015

El huevo de Iguanodon (Robert Duncan Milne) (y IV)

El huevo de Iguanodon
Un monstruo primigenio liberado ahora en la selva de Nueva Guinea

Robert Duncan Milne
Traducción de Charlie Charmer

Parte IV


Resumen de lo publicado: Ben Baxter consigue derrotar al hechicero de los papúes haciéndose pasar por brujo, con el objeto de detener los sacrificios humanos de la tribu (Puedes leer el resto del relato aquí, aquí y aquí).


    Bueno, caballeros, las cosas siguieron exactamente igual durante los siguientes cinco o seis meses, y sin señal alguna de barcos en el horizonte. Comenzamos a acostumbrarnos al tipo de vida, y poco a poco llegamos a hablar la jerga con bastante fluidez y, al final del todo, yo me casé con una joven bastante agradable, quiero decir, en términos generales. Fue el veintidós de diciembre cuando rodamos la bola fuera del bosque, donde, como ya he dicho antes, el sol nunca había lucío, ya que estaba tumbá justo a la sombra del acantilao; pero tras hacerla rodar a campo abierto el sol le daba tol tiempo, menos por la noche. Una tarde, cuando descendió, Ben me dijo:

    "Jim, naide puede ir a montarse en esa bola durante el calor del día. El cuerno, o de lo que quiera que esté hecha, se pone al rojo vivo al sol, y te quema como un hierro candente" –lo que era un hecho, porque lo sentí muchas veces.

    Bueno, llegó julio o agosto, que allí es la temporada de invierno, aunque el sol está casi tan alto en el Norte como en cualquier otro momento del año, como quiera que no existe mucha diferencia en los trópicos, y aunque no estoy completamente seguro de la fecha exacta, pueden apostar entoavía a que recuerdo lo que pasó a continuación tan claro como si fuera ayer. Fue un día sofocante; no se movía un soplo de viento; y yo me quedé en casa tol día por el calor. En torno al ocaso fui a dar una vuelta como de costumbre, y cuando salí vi a Ben subiendo a la bola con la pipa en la boca, como siempre. Subió a la parte superior por los escalones tallaos en el lao, y se sentó, con los salvajes alrededor, y hablando con Ben del mismo modo que ante un juez en el tribunal. Yo estaba paseando por allí, fumando, y no me preocupaba especialmente por lo que estaba pasando, ya que había visto lo mismo al atardecer durante meses, cuando de repente oí a uno de los salvajes dar un grito, y al acercarme a mirar, ví a aquella bola moviéndose y bamboleándose a un lao y a otro, y a Ben Baxter sentao en el taburete en la parte superior con su pipa en la boca, y mirando blanco como un folio, y poniendo los ojos en blanco, y todo su cuerpo parecía rígido. Yo mismo estaba paralizao, y no podía mover un músculo, de lo sorprendío que estaba, y otro tanto los salvajes, y durante unos cinco segundos, calculo, aunque en ese momento parecíeron más de un mes, aquella bola continuó agitándose y bamboleándose, y tol mundo se quedó mirándola, incapaz de hablar o de moverse por la impresión. Entonces un lao se resquebrajó de golpe y se partió del todo, y una cabeza asomó, y era la cabeza más extraña que he visto y espero ver. Era alargada como la de un lagarto, y de algo más de un metro de largo, y con dos grandes ojos, como platos de sopa, a unos quince centímetros de su frente, y tenía un colmillo asomando por la parte superior de la nariz, de unos treinta centímetros de largo. Y un segundo después oí r-r-rip, y aquella bola o concha se partió en dos, y una bestia tremenda salió y se colocó sobre la arena.

Iguanodon y megalosaurio en La tierra antes del diluvio (1864), donde el primero aún presenta el cuerno que el descubrimiento del Iguanodon bernissartensis en 1878 reveló como un pulgar modificado. Dollo expuso al público los primeros ejemplares en Bélgica en 1882, año de publicación de El huevo de iguanodon, por lo que es comprensible el desconocimiento de Milne.

    Su cuerpo tendría unos tres metros y medio de largo, de color marrón oscuro, y escamoso como el de un cocodrilo. Sus patas delanteras eran cortas, y las traseras grandes y fuertes, y tenía tres garras afiladas sobre cada pie. Y tenía una cola como la de un lagarto, de unos tres metros de largo, que contoneaba y doblaba al andar. Y cuando la bola se quebró por segunda vez, el taburete donde estaba Ben Baxter sentao se cayó, y Ben con él, y golpeó a la bestia en la parte trasera del cuello, y Ben rodó, y se quedó tirao en el suelo como muerto. Y, mientras tanto, tos los salvajes que estaban en las cabañas habían salío cuando escucharon el primer grito, y estaban mirando, tos enmudecíos e incapaces de moverse. Y la gran bestia permaneció quieta durante unos tres segundos mirándole, y parecía confundida, e indecisa sobre cómo actuar, y entonces se marchó, directamente hacia los pantanos y bancos de lodo que como les dije estaban cubiertos de palmeras sagú, y cocos, y grandes marañas de todo tipos de árboles y arbustos. Y el primer movimiento que hizo fue sobre el cuerpo de Ben, aunque no se percató de que Ben estaba allí, y parecía atemorizá y asustá. Y tan pronto como se fue tos y cada uno de los salvajes dieron un grito de pavor como naide ha oído jamás, y se precipitaron al bosque, hombres, mujeres y niños, hasta que el último de ellos desapareció de la vista, y me quedé solo con Ben Baxter y la bola. No gano nada diciendo que no estaba asustao, pues lo estaba, pero cuando vi que la bestia se había marchao, supe que no había ningún peligro enminente, y me acerqué a ver a Ben Baxter. Me agaché y lo volví sobre su espalda –había caído de bruces- y traté de despertarle, pero estaba bien muerto. No tenía rasguño alguno, u otra señal, pues la bestia, aunque la vi caminar sobre su cuerpo, no le había puesto un pie encima, o si no le habría reducío a pulpa. Así que llegué a la conclusión de que Ben había muerto simplemente del susto.

    Pasaron tres días hasta que los salvajes regresaron a la aldea, y entonces lo hicieron tremendamente remisos y cuidadosos. Eso es todo, caballeros, lo que tengo que decirles al respecto.

    "¿Volvió a ver a este monstruo de nuevo?", Pregunté.

    "Cientos y cientos de veces", respondió el capitán Sebright. "Tras aquello, viví con los salvajes durante nueve años, hasta que aconteció que una goleta de Ostralia apareció en la bahía en busca de nuez moscada y especias, y me fui en ella."

    "¿Cuáles eran las características del monstruo?", Preguntó W___. "¿Alguna vez atacó el poblado, o fue ofensivo de alguna manera?"

    "Nunca vi ni oí hablar de naide herío por ella. Permanecía en los pantanos y selvas, y nunca molestó a la gente en el pueblo. Creció mu rápido, demasiao, porque sólo medía unos tres metros y medio de largo cuando salió de aquella bola, o huevo, o como quieran llamarla, y la última vez que la vi mediría unos dieciocho metros, y se chocaba en su camino a través del bosque con grandes árboles y los hacía trizas como si fueran rastrojo".

    "¿Nunca hizo públicos los hechos del caso hasta ahora?, quiero decir, ¿nunca contó la historia antes como nos la ha contado a nosotros?" –Pregunté, después de una pausa.

    "¡Jesús!, sí" respondió el capitán, sonriendo, "montones y montones de veces. ¿Pero piensan que creyeron una palabra? No mucho. Algunos sonreían, y me miraban con reserva, como diciendo, no me vengas con cuentos; y otros se enfurecían y me llamaban viejo loco, y supongo caballeros que ustedes harán como ellos".

    "¿Tiene alguna utilidad inmediata que dar a este papel, capitán Sebright?", Preguntó W__, tomando el manuscrito del Sr. Ince de la mesa. "Si no me gustaría tomarlo prestado con fines científicos".

    "Puede tomarlo, señor, y devolvérmelo cuando termine", respondió el marinero, y sin más comentario tomó el sombrero, se despidió, y se marchó.

* * * * * * * *

    "Se trata de una narración de lo más extraordinaria", observó W___, dejándose caer en un sillón, cuando llegó a sus aposentos. "Mi razón se niega a creerla, y sin embargo, su evidencia interna la corrobora. Si la historia hubiera sido narrada por una persona inteligente y educada, la habría considerado desde la profunda sospecha; pero parece casi imposible que este marinero ignorante haya podido disponer sus hechos de tal modo que coincidieran con lo que en realidad sucedería si el sujeto de su trama existiera. La descripción del segundo de a bordo de las características geológicas de la región, también, muestra que las condiciones físicas eran justo las que serían esenciales para la producción de tal prodigio. Pero la idea de un huevo yaciendo sobre la arena, y que nos llegue desde el Periodo Secundario…"

    "Hace cientos de miles de años", le interrumpí.

    "Y sin que sus jugos se sequen…"

    "Y sin eclosionar mucho antes por la mera temperatura atmosférica…"

    "¡Vaya, es tan absurdo!" Y W___ fue a su estantería y cogió un libro.

Pan carbonizado de Pompeya (Soprintendenza Speciale per Pompei, Ercolano e Stabia). Ignoramos la fuente de la que Milne extrajo tan sorprendente noticia. Un interesante artículo sobre el tema, aquí


    "Aún así", me atrevo a comentar, "la vitalidad germinal de la naturaleza es casi infinita. Destruir especies debe ser una tarea titánica. El hombre, por lo menos, siempre ha fracasado al hacerlo, y sin embargo, está en guerra constante con todos. Semillas de gramíneas que han permanecido siglos y siglos enterradas en las bóvedas de Pompeya y en las pirámides de Egipto, han brotado con la misma vitalidad y vigor que las de la cosecha de trigo de los últimos años; ¿y diremos que, bajo ciertas condiciones, el huevo de un animal no podría preservar el germen vital por un período de tiempo igualmente indefinido? ¿Se puede afirmar que ese caso es físicamente imposible?"

    "No", contestó W__, reflexivo; "No tengo derecho a hacerlo. Aquí", continuó, abriendo un volumen, "hay un modelo con el aspecto que tendría el iguanodon, ese monstruoso dinosaurio del Período Secundario, reconstruido a raíz de los pocos restos óseos encontrados en las arcillas de Wealden y otras formaciones afines. Veamos lo que el artículo que lo acompaña dice, y hasta qué punto coincide con la narración del capitán Sebright" y W___ pasó las hojas hasta encontrar el lugar. "Ahora", continuó, "este monstruo podría posiblemente haber sido un teleosaurus, algunas de cuyas especies, nos informa el libro, medían hasta diez metros de largo, uno de los cuales correspondería a la cabeza del animal. Sus terribles mandíbulas, que estaban bien resguardadas tras los oídos, se abrían con una amplitud de casi dos metros, a través de los que podría engullir, en las profundidades de su boca cavernosa, ‘un animal del tamaño de un buey’. O, posiblemente, un megalosaurus, que medía, se nos dice, de once metros y medio a doce metros de largo, y que está total y gráficamente descrito en el admirable Tratado Bridgewater [1] del Dr. Buckland. Cuvier, sin embargo, a partir de las dimensiones de la coracoides (un proceso de la escápula), supuso que el Megalosaurus bucklandii pudo haber alcanzado los veintiún metros de largo. Pero ninguno de estos animales poseía el cuerno facial, y ambos eran carnívoros –dos hechos que están en desacuerdo con la descripción capitán Sebright-. ¡Ah! Aquí lo tenemos: el iguanodon. 'De dimensiones más formidables que el megalosaurus era el iguanodon (o "dientes de iguana") el cual, por la extensión de nuestras investigaciones hasta la fecha, debe ser tenido por el más gigantesco de los saurios prehistóricos. El profesor Owen difiere del Dr. Mantell en su estimación de la longitud del animal, que el último calcula en de quince a dieciocho metros. Las dimensiones comparativas de sus huesos muestran que se mantenía sobre sus piernas, siendo las extremidades posteriores mucho más largas que las anteriores, y los pies cortos y enormes. La forma y disposición de los pies muestran que se trataba de un animal terrestre, como su dentadura prueba que era herbívoro. El iguanodon llevaba un cuerno en el hocico. Un esqueleto, casi perfecto, fue descubierto por Mantell en el bosque de Tilgate".

    "Parecería, entonces", observé, "que nuestros sabios difieren materialmente en su estimación del tamaño de estos animales, y en vista del viejo apotegma '¿quien decidirá cuando los médicos no están de acuerdo?’ supongo que el testimonio del capitán Sebright, y el del capitán de la goleta australiana que avistó al monstruo, como se informó en el Brisbane Courier, ambos de los cuales señalan una longitud del animal entre los veinticuatro y los treinta metros, tienen derecho a tanto respeto como las inferencias obtenidas simplemente de un examen de los huesos, aunque realizadas por distinguidas autoridades".

    "Bueno", respondió W___ pensativo, "los no científicos, y no entrenados en la formación de buenos cálculos de dimensión en relación con las distancias, son más propensos a errar por el lado de la exageración que en la disminución de los hechos. La mera afirmación de un puñado de marineros en una cuestión de tamaño de cualquier objeto avistado tiene poco peso a la hora de formarme una opinión. Pero lo que sí lo tiene son los cálculos de las dimensiones del huevo del capitán Sebright. Si la medida del capitán del diámetro del huevo –cuatro metros- debe ser aceptada, debemos aceptar necesariamente su medida del depositante del huevo –veinticuatro a treinta metros-. Ex pede Herculem [2] -a partir del tamaño del huevo el tamaño del animal-. El testimonio del capitán es inimpugnable, sin embargo, no está corroborado. El título más fuerte para creerlo radica en la evidencia interna de la historia respaldada por la credibilidad del narrador. Mientras tanto, voy a poner los hechos en conocimiento de la Academia de las Ciencias y a esperar nuevos informes de los periódicos australianos".

Robert Duncan Milne
San Francisco, Abril de 1882


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[1] Financiado con un legado del Conde de Bridgewater bajo la administración del presidente de la Royal Society de Londres, constaba de ocho volúmenes cuyo objeto era ilustrar “sobre el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, tal como se manifiestan en la Creación”. El eminente paleontólogo William Buckland (1874-1856) aportó a dicho corpus el sexto tratado, Geology and Mineralogy considered with reference to Natural Theology (1836).
[2] Por su pie, [podemos medir a] Hércules, es una máxima de proporcionalidad inspirada en un experimento atribuida a Pitágoras.

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