lunes, 22 de julio de 2019

El Archidiácono y los Dinosaurios (Eden Phillpotts) (II)

El Archidiácono y los Dinosaurios

Eden Phillpotts
Traducción de Charlie Charmer

Parte II


Resumen de lo publicado: una copiosa cena tardía altera el sueño de nuestro archidiácono, que se ve trasladado al Jurásico en sus pesadillas... (Puedes leer la Parte I del relato aquí).


Al pasar cerca de aquí, pude notar que mi gato [1] negro por fin encontró algo más pequeño que él, un dinosaurio saltarín no mucho más grande que una rata [2]. Lo destruyó triunfalmente y se comió una parte, sintiéndose mejor y más valiente por hacerlo.

Anchisaurus de Joseph Smit para Creatures of other days (1894)

Por supuesto, me propuse disparar a uno de estos “dragones primitivos”. Sólo quería un gran ejemplar, si era posible. Llegué demasiado tarde para el anchisaurio [3], un gigante cuyas huellas y marcas de la cola se observaron en los estratos de la Nueva Arenisca Roja [4], y demasiado temprano para el claosaurio [5], cuya sencilla costumbre era comer de la parte superior de las palmeras y los helechos arborescentes en la época del Cretácico; pero sabía que esos colosos carnívoros, los ceratosaurios [6], podrían estar al acecho en cualquier esquina; sabía que tenían cuernos en sus frentes y recorrían seis metros de terreno de una zancada; que su huella cubría habitualmente un metro cuadrado de tierra. Estas reflexiones me hicieron cauto, e incluso nervioso.

Entonces volví a recordar al temible estegosaurio, que también brillaba en los días jurásicos. Estaba acostumbrado a tomar el aire a cuatro patas; la naturaleza le había provisto de placas y púas, un gran esqueleto de unos nueve metros de largo y dos conjuntos de cerebros; uno en la cabeza, el otro en la zona de la cola [7].

Estegosaurio (1904) del insigne Charles R. Knight

Tuve el presentimiento de que el estegosaurio seguramente debía estar al alcance y, al llegar a una esquina, encontré a mi fiel compañero, boca arriba, casi en las fauces de semejante monstruo.

Aparentemente, el estegosaurio no estaba usando sus cerebros delanteros ni los que tenía en la parte trasera. Simplemente pestañeó a Peter, pero no se movió ni se propuso molestarle, al ser vegetariano. Dudé si matar a esta gran bestia, y estuvo bien que reservase mi munición ya que, cuando aún no habían pasado cinco minutos de que se hubiera marchado por su camino, me encontré cara a cara con otro de los experimentos primitivos de la naturaleza, uno de los dinosaurios más terribles, fantásticos y de mal genio que jamás haya sacado de su taller. Era el triceratops, un monstruo con una cabeza de metro ochenta de largo y sin un cerebro que valga la pena mencionar, pero con un genio de mil demonios. No era capaz de controlarse, ni siquiera en presencia de un archidiácono. De hecho, bajó sus enormes cuernos y cargó contra mí apasionadamente, mientras yo permanecía en mi sitio y me mantenía extraordinariamente fresco y tranquilo, dos cosas que ciertamente no debería haber hecho si no se tratara de una visión. Disparé al Triceratops ambos cañones. Le acerté, principalmente porque no podía fallar. Llenaba todo el primer plano de esa emocionante escena mesozoica. Se desplomó a cinco metros de mí, pronunció feroces expresiones y falleció sin resistirse. Fue un gran momento, y mi éxito nos inspiró a ambos (a Peter y a mí) con una confianza renovada.

Almorzamos junto a ese Triceratops caído, y descubrí que la bolsa que llevaba colgada del hombro contenía una botella de whisky irlandés bastante aceptable, un paquete de sándwiches y algunos cigarros. Recuerdo que me pregunté de dónde habían salido esos sándwiches y quién los había preparado para mí, y con qué los habían preparado. Tal vez eran sándwiches de dinosaurio o ictiosaurio. También tenía un vistoso pastel en mi bolsa. Sabía a pichón, pero debía ser pterodáctilo. A Peter le gustó esto más que los sándwiches.

"Very passable irish whisky", ilustración de Cecil Aldine para la edición original de Fancy Free

Luego siguió mi –quizá- experiencia más notable. Estaba descansando un rato tras el almuerzo, terminando el whisky y fumando un cigarro, mientras el gato negro deambulaba a su libre albedrío cuando, de repente, el sonido más extraño que alguna vez escuchó oído mortal llegó al mío. Nunca antes había escuchado nada que se le pareciera ni de lejos; no sé cómo describirlo. El sonido era algo entre el siseo de una serpiente y el arrullo de una paloma. La bestia primitiva que fuera responsable evidentemente combinaba las cualidades vocales de aves y reptiles. Naturalmente me maravillé, porque las aves aún eran extrañas al mundo [8]. Y, sin embargo, un elemento musical en el sonido me llevó a sospechar que lo estaba produciendo una criatura de naturaleza al menos semi-ornitológica.

"Peter," -dije, porque estaba muy emocionado por el ruido- "¡Debemos estar en presencia de un arqueopteryx! Ningún otro ser jurásico podría producir esa indescriptible parodia de melodía ".

Arqueopteryx de Joseff Smit para Creatures of other days (1894)

Y tenía razón. Un momento después me encontré con un arqueopteryx sentado en el tocón de un árbol caído y cantando, o, al menos, daba la impresión de que lo estaba haciendo. Me detuve y escuché los primeros balbuceos de la música de las aves; Yo, que sabía lo que la alondra, el zorzal y el ruiseñor eran capaces de producir en su mejor momento, escuché a ese gallo arqueopteryx gorjear de acuerdo con sus limitadas luces. Era patético ver cómo disfrutaba, y cómo disfrutaba su gallina. Era el primero de su clase ideado por la naturaleza; naturalmente, no podía concebir nada más fino que su propio ser primitivo y su ridícula voz. Gorgeó y siseó, y chilló, e incluso trató de trinar. Entonces Peter, que reconoció en él a un verdadero pájaro, a pesar del hecho de que tenía garras en las alas y dientes en la boca, capturó al desafortunado arqueopteryx después de una dura lucha y lo arrastró hacia mí con regocijo.

A continuación, caminamos por la orilla del mar, abriéndonos paso entre prodigiosas tortugas y saurios dormidos, algunos de los últimos de casi nueve metros de largo. Y entonces me sobrevino una desgracia, pues perdí a mi fiel Peter. La tonta bestia se volvió demasiado aventurera. La familiaridad con las maravillas jurásicas generó descuido en su mente felina, y se acercó demasiado al agua. Tras lo cual, un hambriento plesiosaurio sacó tres metros de cuello de las olas y el interés de Peter en los asuntos mesozoicos terminó. Lo sentí muchísimo. Peter había sido, por así decirlo, un eslabón que me unía al futuro. Había pertenecido a mi esposa, y podía imaginarme su amargo lamento ante este burdo final de su pintoresca existencia.

(Continuará...)

¡Pobre Tom! Si hasta el ictiosaurio teme al plesiosaurio (ilustración de Riou para Viaje al centro de la Tierra)

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[1] “Tom” en el original, esto es, gato macho sin castrar.
[2] Aunque el autor no le pone nombre, el dinosaurio más pequeño conocido entonces –y hasta la década de los 90 del siglo XX- era el compsognato, con un metro de longitud y unos tres kilos de peso.
[3] Aunque Phillpotts lo llame “gigante”, se trata de un pequeño sauropodomorfo (un par de metros de longitud) norteamericano que podía alternar la posición cuadrúpeda y bípeda, y tenía un pulgar oponible. Edward Hitchcock lo llamó megadactylus y Marsh lo rebautizó anchisaurus.
[4] Capa perteneciente al pérmico-triásico británico (la “Vieja Arenisca Roja” es del Devónico).
[5] Ornitópodo de tres metros y medio de longitud, al que se tuvo por un hadrosaurio basal, aunque hoy es considerado como un pariente cercano no hadrosauroide.
[6] Terópodos de característico cuerno nasal a los que hemos podido disfrutar en filmes como la pionera Brute Force (1914) de Griffith, Hace un millón de años (1966) o La tierra olvidada por el tiempo (1975).
[7] Aunque tenía un cerebro realmente ridículo, del tamaño de una nuez, carecía de ese segundo órgano al que refiere Phillpotts, que refiere a una antigua creencia –hoy desestimada- originada por el descubrimiento de una abertura en la columna vertebral a la altura de la cadera.
[8] En la 4ª edición (1864) de El origen de las especies, Darwin explica que, aunque se había defendido que las aves aparecieron en el Eoceno, “hoy sabemos, según la autoridad del profesor Owen, que es seguro que durante la sedimentación de la formación Upper Greensand vivió un ave y, todavía más recientemente, ha sido descubierta en las pizarras oolíticas de Solnhofen la extraña ave Archeopteryx”. Conocido como “el bulldog de Darwin”, Thomas Henry Huxley defendió que las aves eran descendientes de los dinosaurios, y agrupó ambos ese mismo año bajo el clado “saurópsidos”.
Cuando Phillpott escribe su relato Gerhard Heilmann aún no ha publicado El origen de las aves (1926) refutando esta tesis basándose en la ausencia de fúrcula de los dinosaurios -Robert Bakker demostró varias décadas después que Huxley tenía razón-.

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