Imaginando dinosaurios (I): Despertando la imaginación
Nuestra percepción del grupo de animales dominante durante el mesozoico ha variado con el tiempo. Hasta el siglo XIX sus restos pudieron ser interpretados como huesos de dragón o de gigante. Su irrupción como objeto científico dividió a creacionistas y evolucionistas, y sus descubridores fueron los primeros en darse cuenta de su potencial artístico y literario. En los 40 y 50, se creía que los dinosaurios eran animales estúpidos, condenados a desaparecer pero, a partir de los 70, se convierten en símbolo del éxito de la evolución [1] y en una advertencia para quienes podemos provocar el holocausto nuclear [2]. El siglo XXI los ha llenado de plumas y extendido por cada rincón del planeta.
Después de siglo y medio, lejos de haberse agotado, la ficción con dinosaurios nos sorprende cada día con nuevas propuestas, que se multiplican en una oferta cultural que abarca hoy de los cuentos infantiles a las novelas eróticas. Lo que nos deparará el futuro es imprevisible… aparte de la extinción, obviamente; pero esperemos que aún falte mucho para eso. Mientras tanto, deseamos que disfrutes cuanto puedas con el subgénero y, para que por nosotros no quede, hemos elaborado esta pequeña guía por entregas semanales que confiamos te sea de utilidad.
Charlie Charmer
El guardián del vellocino de oro, regurgitando a Jasón
Muchos autores de la antigüedad analizaron los fósiles correctamente: se trataba de restos de animales marinos que indicaban que la zona del hallazgo había sido alguna vez el fondo del océano [3]. No obstante, cabría plantear si en el origen de algunos mitos clásicos (gigantes [4], grifos [5], dragones [6]…) ha podido mediar el encuentro con algún fósil inexplicable. Sin embargo, a diferencia de los pequeños trilobites o nummulites, los de dinosaurio suelen aparecer fragmentados y dispersos, dificultando su comprensión incluso en aras de la imaginación.
En 1770, los mineros de la colina de San Pedro (Maastricht) encontraron un maxilar de mosasaurio a 455 metros de profundidad, que acabó en las manos del profesor del Museo Nacional de Historia Natural de París Georges Cuvier (1769-1832), que lo clasificó como especie extinta pese al dogma del plenum de la creación divina. Poco después, Cuvier bautizó e identificó como saurio extinto a un pterodáctilo [7]. Como sabemos, estas fascinantes criaturas no son dinosaurios aunque sean coetáneas, como sucede con el ictiosaurio que Mary Anning [8] (1799-1847) descubre en 1811 en sus paseos por los acantilados de Dorset.
Georges Cuvier, por Zdenek Burian
El primer fósil dinosauriano será el de un megalosaurio que encuentra en 1824 en una cantera de Stonesfield el reverendo William Buckland (1784-1856), profesor de mineralogía en Oxford que planteó la tesis bíblica del diluvio (sólo que repetidas veces) para justificar su extinción. Sus descubrimientos excitaron la imaginación de colegas contemporáneos, entre los que Allen A. Debus [9] sitúa a los pioneros de la ficción con dinosaurios.
William Conybeare [10] (1787-1857) flirteó con la ciencia-ficción al ilustrar y escribir un poema en 1822 en el que Buckland viajaba en el tiempo al entrar en una cueva y descubrir hienas primitivas vivas.
Henry de la Beche (1796-1855) también dibujó a Buckland en una cueva observando a animales extintos vivos –incluyendo ictiosaurios y pterosaurios- (A coprolitic vision, c.1830), y en Duria antiquior (1830) plasma sus descripciones de los descubrimientos de Mary Anning. Además, en Awful changes se burla de la tesis del geólogo Charles Lyell [11] (1797-1875) de que los cambios climáticos periódicos de la Tierra podrían llegar a conllevar la reaparición de los grandes saurios.
Duria antiquior
Otros geólogos harán incursiones en la literatura, como Edward Hitchcock [12] (1793-1864), que en 1836 publicó el poema The sandstone bird inspirado por la huella de un dinosaurio (un pájaro preadamita, según él). El leit-motiv de todas estas obras es que la Tierra alberga increíbles tesoros en su interior, escenario inevitable de muchos de los primeros relatos de dinosaurios.
La primera referencia literaria fuera del mundo de la ciencia es un simple guiño en el primer párrafo de Casa desolada (1852) de Charles Dickens (1812-70), que no vuelve a referirse a fauna extinta en toda la obra y no utiliza el término “dinosaurio” acuñado en 1841 por Richard Owen [13], que ese mismo 1852 construyó junto al artista Benjamin Waterhouse Hawkins [14] (1807-94) 33 modelos a escala real para el Crystal Palace.
Iggy en restauración. Tomada por quien suscribe en Crystal Palace en noviembre
En 1861 se publica la póstuma Paris avant les hommes, una curiosa narración novelada con afán pedagógico de otro científico, Pierre Boitard (1789-1859). En esta ocasión, el autor no se adentra en cuevas oscuras, sino que es llevado por los aires por un diablo [15] que le muestra toda la fauna extinta conocida en su tiempo.
El 25 de noviembre de 1864 aparece Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne (1828-1905), ilustrada por Edouard Riou [16] (1833-1900). Verne va más allá de los relatos o ilustraciones en que reviven seres extintos en cuevas, explotando la creencia de la tierra hueca [17]. Aunque sólo aparecen saurios marinos y no dinosaurios, su tremendo éxito [18] catapultará la paleoficción.
Ilustración de Riou para Viaje al centro de la Tierra
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[1] Debus, A.A. (2013) “An overview of paleoimagery” en Dinosaur sculpting. Jefferson (North Carolina): Mc Farland & Co.
[2] Sanz, J.L. (2002) Starring T.Rex! Bloomington: Indiana University Press.
[3] En el siglo VI a.C., Anaximandro llega a afirmar que la vida surgió del agua y que el hombre provenía de otra especie, Jenófanes (ss.VI-V a.C.) deduce que el nivel del mar varió con el transcurso del tiempo. Estrabón (ss. I a.C.-I d.C.) explicará los fósiles encontrados en el desierto con estas tesis que, a través de Avicena (980-1037), llegan al Renacimiento. Shen Kuo (Mengxi bitan, 1088) deduce de las conchas fosilizadas de la montaña de Taihang que, en un pasado remoto, la provincia de Shanxi estuvo bajo el mar. Du Wan (Catálogo de rocas del bosque brumoso, c.1133) describe conchas y peces, tratando de aclarar las causas de su fosilización.
[4] Así interpretaron los restos de grandes vertebrados que los indígenas americanos mostraron a los conquistadores autores como Francisco López de Gomara (Historia de la conquista de México, 1552), Pedro Cieza de León (Crónica del Perú, 1553), Antonio de Herrera y Tordesillas (Historia general de los hechos de los castellanos, 1601-1615), Bernal Díaz del Castillo (Historia verdadera de la conquista de Nueva España, 1632) o Reginaldo de Lizárraga (Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile, 1908).
[5] Véase Mayor, A (2000) The first fossil hunters: paleontology in greek & roman times, Princeton University.
[6] Pese a la creencia general, los dragones han surgido de la inspiración de los hombres utilizando como modelos a serpientes y cocodrilos, esto es, animales contemporáneos. El término “dragón” proviene del griego δράκων (latín: “draco”), que significa igualmente “serpiente”, y tal era era el aspecto que ofrecían en la antigüedad clásica, como se aprecia en la siguiente imagen, que retrata al guardián del vellocino de oro, regurgitando a Jasón. Teniendo en cuenta que en la Biblia la serpiente representa al diablo, es comprensible que la influencia judeocristiana no fuera positiva para estas criaturas, cuya fisonomía se transformará en el medievo, -tal vez- a la luz del descubrimiento de nuevos fósiles o por influencia china, a través del testimonio de Marco Polo:
“En esta provincia hay grandes culebras y serpientes, tan enormes que causan terror. Son horribles, de 10 pasos de largo y gordas como un haz de trigo; tienen dos piernas delanteras cerca de la cabeza, pero sin pies y sólo con una como las del león o del halcón. La cabeza enorme y los ojos como un pan. La boca tan amplia, que se tragarían a un hombre entero de una vez.” Polo, M. (1983). Libro de las maravillas (Mauro Armiño, trad.). Madrid: Anaya (Original de 1299).
El descubrimiento de América supuso la toma de contacto con nuevos restos y mitos, entre los que destaca la serpiente emplumada olmeca y sus equivalentes maya (Kukulkán) o azteca (Quetzalcoátl). También los indios norteamericanos imaginaban dragones, sobre todo serpientes acuáticas. Muchas tribus usaban fósiles como amuletos o medicinas y hay pinturas anasazi en Utah cerca de icnitas de dinosaurio, que los iroqueses arrancaban en bloques de roca que llamaban “uki”, con fines religiosos. Las faldillas usadas en la danza Hopi de la Serpiente están adornadas con icnitas tridáctilas de dinosaurio, en las que también inspiraron sus petroglifos los indígenas de Paraíbo, en Brasil. Pereda Suberbiola, X. y Díaz-Martínez, I. (2011). “Los fósiles de dinosaurios como Geomitos” en Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, vol.19, nº2, pp. 141-148
Chang Qu describió en Crónicas de Huayang (siglo IV a.C.) unos posibles restos de dinosaurio hallados en Sichuán como huesos de dragón, cuyo hallazgo también se atestigua en el año 133 a.C. durante el trabajo en un canal en Historia de la Antigua Dinastía Han (c.100 d.C.). A comienzos de 2015, al descubrirse los restos del qijianglong, se especuló sobre que la forma alargada de los dragones orientales pudiera deberse al hallazgo de cuellos de saurópodo, aunque la teoría más consolidada los relaciona con cocodrilos.
[7] Descubierto en Eichstätt (Bavaria) en 1784 por Cosmo Alessandro Collini.
[8] En 1824 encuentra un plesiosaurio completo y en 1828 un pterodáctilo, que Buckland describió el siguiente año a la Sociedad Geológica de Londres.
[9] Debus, A.A. (2002) Paleoimagery. Jefferson (Carolina): Mc Farland & Co; (2006) Dinosaurs in fantastic fiction. Jefferson: Mc Farland & Co.
[10] Propuso a Gideon Mantell asignar el fémur que había hallado en 1825 en Brighton -que creía de megalosaurio- a un iguanodon. En 1832, Mantell descubrió el hylaeosaurus en el bosque de Tilgate.
[11] Ferviente defensor de las teorías de su amigo Charles Darwin, en Principios de geología (1830-33) asume la tesis uniformista de James Hutton (1726-97) frente al catastrofismo de Cuvier o Buckland.
[12] En 1835-48 descubrió icnitas que atribuyó a aves hasta que Thomas Henry Huxley (1825-95) aclaró que eran de dinosaurio.
[13] En la reunión de la Asociación Británica del Colegio Real de Cirujanos de Plymouth del 2 de agosto propuso agrupar megalosaurio, iguanodon e hylaeosaurus en un solo género, caracterizado por dedos cortos en el pie, cinco vértebras fundidas en el cinturón pélvico y hábitat terrestre. Owen creía que, al ser reptiles de sangre fría, se extinguieron al variar la temperatura.
[14] En 1868 montó el primer esqueleto de dinosaurio (un réplica de hadrosaurio) –el primer esqueleto real se montó en 1901- y proyectó el Museo paleontológico de NY, que destruyó el mafioso “Boss” Tweed en 1871. También realizó reconstrucciones para la Universidad de Princeton o el centenario de la independencia en Filadelfia.
[15] Ya había utilizado este recurso en sus Estudios astronómicos (en Musée des familles, 1838-40). Otro astrónomo, Camille Flammarion (1842-1925) publicó Le Monde avant la création de l'homme (1885), con 400 grabados.
[16] Dibujó dinosaurios para El mundo antes del diluvio (1865, Louis Figuier).
[17] Identificada en la antigüedad con el infierno al que bajarán Gilgamesh, Orfeo o, más tarde, Dante. Edmond Halley (1656-1742) elucubró sobre el tema buscando explicaciones a las desviaciones magnéticas. Antes de Verne, había ambientado obras fantásticas como El mundo ardiente (1666, Margaret Cavendish), La vida, aventuras y viaje a Groenlandia del Reverendo Padre Pierre de Mesange (1720) de Simon Tissot de Patot (1655-1738) -también pionero del subgénero de los “mundos perdidos” con flora y fauna prehistórica en Viajes y aventuras de Jacques Massé (1714)-, Relación de un viaje del Polo Ártico al Antártico a través del centro de la Tierra (1723, Anónima), Lamékis (1735, Charles de Fieux), Viaje subterráneo de Nicolás Klims (1741, Ludvig Holberg), Icosamerón (1788, Giacomo Casanova), Symzonia (1820, Adam Seaborn), Cuento improbable (1825, Faddei Bulgarin), La narración de Arthur Gordon Pym (1833, Edgar Alan Poe) o Laura (1864, George Sand).
[18] Entre otros, la han adaptado -algunos muy libremente- al cine Henry Levin (1959), José M. Fernández Unsain (1965), Juan Piquer (1976), Rusty Lemorande y Albert Pyun (1989), Jean-François Laguione (2001, animación) o Eric Brevig (2008), a televisión William Dear (1993), George Miller (1999), T.J. Scott (2008) o –animados- Hal Sutherland (1967), Claudio Biern Boyd (1993) y Laura Sepherd (1996), y al cómic Albert Kanter (Classics illustrated #138, 1957), Víctor Mora/Luis Casamitjana (Joyas literarias juveniles #21, 1971) o Lewis Helfand/ Vinod Kumar (2011).
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