miércoles, 9 de marzo de 2016

Placebo (Charlie Charmer)

- Distinguidas damas y caballeros, es para mí un verdadero honor estar aquí hoy con ustedes. Llevo varios años recorriendo con mi carromato las plazas de los pueblos de esta noble tierra. He cruzado todo el país de Sur a Norte y guardo buenos recuerdos de cuantas localidades me han acogido, pero hace tiempo que tenía ganas de llegar a Sauriville. La hospitalidad de sus gentes es conocida en toda la comarca y, aunque es la primera vez que vengo, ya tengo la sensación de encontrarme como en casa.

No se pueden decir más mentiras en menos tiempo. El Salvaje Este es una tierra inhóspita donde campan a sus anchas los forajidos más temidos del mundo y las caravanas son asaltadas en los desfiladeros por tribus salvajes que les devoran in situ o les arrancan todas las plumas como trofeo, como hacen los appalachiosaurios [1], de los que toma su nombre esta cruel nación, Appalachia.

Seguramente, a usted le sonará más el Lejano Oeste. Ya sabe, el típico triceratops defendiéndose a cornada limpia del temible tiranosaurus rex y tal. ¡Vamos! Todo eso no es más que puro teatro. En Appalachia lo llamamos corridas, por los kilómetros que recorren los contendientes hasta que se animan a atizarse, y algo más al Sur los he oído llamar rodeos, por la misma razón… ¡Por favor! Ya está bien de tópicos, ¿es que acaso piensa que no había más dinosaurios en el cretácico norteamericano que los señoritos de Laramidia? Vale, seremos más bajitos, pero también tenemos más mala leche. Cuando vea un duelo a muerte entre un diplotomodón [2] y un dryptosaurio [3] comprenderá de qué le estoy hablando.

Pero, por hostil que sea el medio, uno tiene que comer y, como soy bizco y me manejo muy mal con el revolver, aprendí a hacer del artificio y el ingenio mi arma para cazar incautos. Y no hay nada que satisfaga más al atajo de brutos y malas bestias que, indefectiblemente, pueblan todos y cada uno de los miserables poblachos de Appalachia, que oírse llamar educados y que alaben su cordialidad.

- Por eso, me gustaría corresponder a su generosidad ofreciendo mi testimonio desinteresado a quienes quieran escucharlo. Si lo que les traigo es de su agrado, cualquier donativo que quieran hacer para avituallar de víveres mi despensa será bien recibido. Si no lo es, no se sientan obligados a contribuir al sustento de este humilde viajero y dejen que continúe mi periplo y que el desierto decida mi suerte.

Había declamado aquel discurso tantas veces que era capaz de herrar a mi hypsibema [4] y leer La Gaceta del Pionero a la vez. De manera que, mientras voceaba mi reclamo hasta desgañitarme, aprovechaba para escudriñar la fisonomía y actitud de quienes, poco a poco, salían de sus casas y de los destartalados establecimientos levantados con los restos de las carretas con las que habían llegado hasta aquel yermo páramo, y se iban reuniendo formando un círculo a mi alrededor. Gracias a estas impresiones no sólo estudiaba las necesidades de mis potenciales clientes, sino que dilataba o acortaba mi presentación para adaptarme al gusto del público y, cuando comprendía que no era bien acogido, me despedía con cualquiera de las excusas de mi amplio repertorio.

[...]


(Sigue leyendo este relato en CHM12-Especial Western)

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[1] Tiranosauroide del cretácico tardío de Alabama.
[2] Posible terópodo de New Jersey al que sólo se conoce por un diente. Su nombre significa “diente que corta doble”.
[3] Tiranosauroide de unos siete metros y medio, cuyo nombre significa “lagarto que llora”.
[4] Hadrosaurio poco conocido del que primero se pensó que era un pequeño saurópodo.

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