Würm, la última glaciación (Tania de Sousa)
El viento había parado y con él la última tormenta de nieve, el silencio alcanzaba hasta el horizonte lejano casi desdibujado por el manto blanco que cubría todo el valle. Aquel inhóspito y descarnado paisaje había sido hogar de una de las criaturas más extraordinarias y resistentes de todos los tiempos. Nuestro antecesor más directo poseía unas condiciones adaptativas que le aseguraron el éxito durante milenios en este viejo continente. La llegada del invierno era inaplazable, la mirada hosca del corpulento y rechoncho Neandertal delataba el hambre que comenzaba a arreciar. Aterido de frío se refugió en la cueva con el resto de congéneres y alrededor del fuego planeó la cacería del día siguiente. Sin embargo, aquel hombre musculoso y de baja estatura, no podía imaginar una amenaza mayor que las adversas condiciones climáticas. Su competidor por antonomasia, el Homo sapiens, acababa de llegar a tierras gélidas y venía para quedarse, destronando más tarde al rey de los hielos de los últimos 200.000 años. El Neandertal había gozado de periodos en que los veranos eran cálidos y los inviernos fríos durante un intervalo de 30.000 años. Sin embargo, una nueva glaciación asoló el continente, la última del Cuaternario que albergó a las dos especies humanas más excepcionales de nuestra historia. ¿Cómo soportar los rigores del invierno y sobrevivir en este entorno hostil? Desafió al hielo como no lo había hecho nadie jamás, pero pronto sería reemplazado por el humano moderno.
Aisha estaba taciturno aquella noche; demasiados intentos fallidos, demasiada hambre. Él y el resto del clan llevaban varios días sin comer y la desesperación y el desánimo comenzaba a hacer mella en ellos. El fuerte viento azotaba sin piedad, el paisaje ondulante que observaba desde la cueva no parecía dar tregua y las perspectivas de caza cada vez eran menores; ni una sola huella de algún animal debilitado, ni una sola esperanza de salir de aquella caverna con vida. Se sentó junto al resto de compañeros y vencido por el cansancio fue lentamente durmiéndose con el crepitar del fuego.
Varios días más tarde el clan decidió trasladarse a un lugar con mayores opciones de supervivencia. La travesía no resultó nada fácil; el frío viento fue agrietando las gruesas pieles de los Neandertales y pese a su gran resistencia, los cuerpos hambrientos estaban cada vez más débiles. El paisaje era desolador. La edad de hielo se mostraba inclemente con todos los seres vivos de la faz de la tierra, ellos sabían que la astucia podía salvarles, pero en esta ocasión los imperativos del azar iban a determinar su destino si no conseguían pronto llevarse algo a la boca. Después de andar decenas de kilómetros bajo la tormenta de nieve, Uka, la matriarca, advirtió un nuevo refugio a varios metros. Hizo un ademán al resto para que la siguieran y abatidos por completo hicieron un último esfuerzo antes de caer rendidos sobre la nieve. Trasladarse a un nuevo hogar no era una decisión que se tomaba a la ligera, había que tener en consideración varios factores: ¿Había otro grupo de cazadores viviendo cerca? ¿qué opciones tenían para conseguir alimento? ¿estaba habitada aquella cueva por animales peligrosos? Aisha adelantó al clan y se introdujo en la gruta junto a Uka para explorarla meticulosamente y cerciorarse de que era un lugar seguro. No había restos de animales, ni de otros humanos, por lo que de momento decidieron pasar allí la noche, al menos hasta rastrear la zona y comprobar si aquel entorno podría cubrir sus necesidades más básicas.
La casualidad quiso que aquella primera noche en la nueva caverna coincidiese con uno de los eventos más importantes del año: el solsticio de invierno. La posición del sol en el cielo se veía desde un ángulo menor en la tierra y los Neandertales de alguna forma lo sabían. El astro rey se ocultaría más temprano que nunca y este acontecimiento sólo podía suponer un buen augurio para el clan. Oficialmente había llegado el invierno y sin embargo la luz ya comenzaba a dominar progresivamente a partir de entonces. La época oscura había llegado a su fin, la radiación solar calentaría la superficie terrestre mientras las horas de claridad tímidamente conquistarían los días.
La titilante luz de la antorcha de Aisha iba revelando las formas caprichosas de las estalactitas proyectadas en la penumbra. La amplitud de la caverna le fascinaba de manera insólita, el eco de su voz retumbó en las gruesas paredes de roca caliza e inmediatamente sintió el pálpito que le indicaría que aquel espacio del inframundo podría ser su nuevo hogar. Al límite de desfallecer, el resto de componentes del grupo dieron su aprobación, instalaron así su nuevo campamento para pasar la primera noche. Sorprendentemente el viento dejó de soplar y unos minúsculos copos de nieve cayeron ligeramente sobre el suelo. La tempestad de las últimas semanas había anegado hasta la última esperanza de aquellos hombres y mujeres, pero al parecer, el comienzo del invierno quería ser benévolo para recibir triunfantes a los últimos testigos de la edad de hielo. Miles de años después desaparecerían sin dejar rastro en la tierra, pero su obstinado ejercicio de supervivencia nos fue legado a nosotros, para vencer al invierno y afrontar con fuerza cada nuevo día. El mundo siempre sería un lugar convulso y hermoso donde vivir.
TANIA DE SOUSA
Hoy tenemos el placer de contar con un relato de Tania de Sousa ambientado en el Pleistoceno. Posiblemente conozcas a Tania por su carrera artística, primero como vocalista de las bandas The Dispositives o Zuloak y luego en solitario con su disco "Tania Tank" (puedes oírlo aquí). Lo que nosotros no sabíamos era su pasión por la Paleoantropología, que unida a su afición por la escritura, da lugar a maravillosos relatos cortos en los que neandertales y otros homínidos son protagonistas. Puedes leer más relatos de Tania en su blog Creiddylad y la Tormenta.
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