lunes, 16 de abril de 2018

Llámame... Megalosaurio

Megalosaurus (1962, Neave Parker)

Londres. Acaba de terminar el primer trimestre académico y el rector está sentado en la taberna de Lincoln. Un tiempo implacable de noviembre. Tanto barro en las calles como si las aguas se hubieran vuelto a retirar de la faz de la Tierra y no fuera increíble encontrarse con un megalosaurio de doce o más metros subiendo como un lagarto gigantesco por Holborn Hill.”

Este párrafo al comienzo de Bleak house (1853, Charles Dickens) es la primera referencia literaria a los dinosaurios fuera del mundo de la ciencia. Dickens no vuelve a referirse a fauna extinta en toda la obra y no utiliza el término “dinosaurio”, acuñado en 1841 por Richard Owen para agrupar a Iguanodon, Hylaeosaurus y un servidor de ustedes en un solo género, caracterizado por dedos cortos en el pie, cinco vértebras fundidas en el cinturón pélvico y hábitat terrestre.

Megalosaurus para el Crystal Palace de Richard Owen y Benjamin Waterhouse Hawkins

Sin embargo, Dickens se quedó con ganas de más y llegué a protagonizar una novela completa. Pero no sólo fui el primero en la ficción, también en el terreno de la ciencia: en 1824, muy poco antes de que Gideon Mantell describiera a los otros dos dinosaurios recién citados, William Buckland me bautizó en Transactions of the Geological Society como “Reptil gigante”.

Illustrated Natural History of the Animal Kingdom (1859, Samuel Griswold Goodrich)

En realidad, fui descubierto muchos años antes, en 1677, por Robert Plot, que en su Historia Natural de Oxfordshire describe un fragmento de hueso encontrado en una cantera de Cornwell el año anterior como la base del fémur de un animal hasta entonces desconocido. Afortunadamente, será Megalosaurus el que trascienda y no el primer nombre con el que graciosamente me bautizó en 1763 Richard Brookes, de conformidad con la creencia de la época en la existencia de gigantes: Scrotum humanum.

Tengo que desmentir públicamente mi animadversión por el bueno de iguanodón. Al comienzo del paleoarte, al ser pocos los dinosaurios conocidos, las opciones a la hora de enfrentar contrincantes en épicas batallas mesozoicas se reducían bastante. Así, pese a que iguanodón pertenece al Cretácico y servidor al Jurásico, muchos artistas decidieron que éramos los rivales perfectos, como Edouard Riou en La tierra antes del diluvio (1863, Louis Figuier) o James William Buel en Tierra y Mar (1887).

Buel me retrató tomando un canapé de iguanodón

Lo que es de justicia reconocerles es que son los ingleses quienes me han dedicado mayor atención. Y no sólo Dickens y Owen. En cuanto a mis apariciones en el cine, guardo un buen recuerdo de la británica When dinosaurs ruled the Earth (1970, Val Guest).

En el cómic protagonicé March of the mighty ones (1975) ilustrado por Mike White, que destacó en la inglesa 2000 A.D., donde escribió un puñado de guiones el australiano John Brosnan, en cuya novela –bajo el pseudónimo Harry Adam Knight- Carnosaurio (1984) tengo un importante papel, aunque incomprensiblemente no me ofrecieron ningún papel en su adaptación al celuloide por Roger Corman en 1993.

También he participado en videojuegos como Ark e incluso en juegos de cartas, como el diseñado en 1992 por Dave Marrs y Lynette Cook (bajo estas líneas).

Pero cuando más he disfrutado ha sido dando vida a Earl Sinclair en la serie de televisión Dinosaurios (1991).

¡Peque, ya estoy en casa!

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