jueves, 11 de febrero de 2021

De paseo por el Ediacárico con Tina Negus


Una joven Tina Negus buscando fósiles

Desde pequeña, Tina Negus se mostró fascinada por el estudio de los fósiles. Nacida en 1941, vivía en Grantham (Leicestershire, Inglaterra), donde se localizaba una cantera abandonada a la que le gustaba ir a jugar. En dicha cantera había numerosos fósiles de ammonites y belemnites, que recogía y observaba, al mismo tiempo que aprendía sobre paleontología con la ayuda de los libros de la biblioteca pública.

A principios del verano de 1956, una adolescente Tina persuadió a sus padres para que visitaran Charnwood Forest, una zona de interés geológico debido a sus rocas precámbricas. Durante la excursión, ella se encontraba observando una cantera cubierta de vegetación en busca de depósitos volcánicos submarinos y según cuenta, descubrió un fósil que recordaba a un helecho: una fronde sin nervio central con foliolos parecidos a plumas que se ramificaban a ambos lados. Recordaba los libros que había leído y aquello que estaba viendo no podía ser cierto...

Holotipo de Charnia masoni procedente de Charnwood Forest (Leicestershire, Inglaterra). Escala: 10 cm

Negus estaba convencida de su hallazgo y se lo contó a su profesora, que se mostró muy tajante afirmando que no había fósiles en las rocas precámbricas, por lo que o no era un fósil o las rocas no eran precámbricas... A pesar de las negativas, no se dio por vencida y dibujó el fósil que había visto para repasar los libros de la biblioteca a ver si se parecía a algo que se hubiese publicado. Al no encontrar nada, se resignó y guardó su dibujo en una carpeta.

Un año después, en 1957, Tina retornó a Charnwood Forest y al llegar al mismo lugar donde vió el fósil, comprobó que no estaba y lo habían extraído. Desilusionada, volvió a su casa sintiendo que alguien se había llevado su hallazgo. Cuatro años más tarde, se graduó en Zoología por la University of Reading y se especializó en el estudio de la ecología de los mejillones de agua dulce. Sin embargo, no dejaba de pensar en aquel fósil y le pidió a sus padres los calcos que hizo en su día para mostrarlos en el Departamento de Geología de su universidad. Allí le explicaron que hacía poco tiempo se había publicado un trabajo del Dr. Trevor Ford de la University of Leicester titulado "Pre-Cambrian fossils from Charnwood Forest"...

Roger Mason en 1957 con la ropa que usó el día del descubrimiento 

En paralelo al hallazgo de Negus, el joven Roger Mason también estaba investigando el mismo ejemplar fósil sin que ambos lo supieran. Pero a diferencia de Tina, éste tenía contactos en su entorno, como fue el caso del Dr. Ford, que junto a su equipo extrajo la pieza cuando supo de su existencia. Además de este ejemplar, también descubrieron otros fósiles, como por ejemplo el que fue definido posteriormente como Charniodiscus concentricus.

En el trabajo de Ford se describía el fósil encontrado por Negus y Mason, asignándole el nombre específico de Charnia masoni, en honor al joven. Ambos fueron partícipes del descubrimiento de importantes ejemplares sobre la biota del período Ediacárico en tierras inglesas (que se extiende desde hace 635 millones de años hasta 541 millones de años, antes del comienzo del Cámbrico), aunque sólo uno de ellos fue reconocido...

Muchos años más tarde, Tina Negus contó su historia y escribió el poema "The Fossil". Además, en 2012, publicó una antología poética titulada "On the other side" (Indigo Dreams Press). En la actualidad, es una gran fotógrafa, actividad que combina con su pasión por la ornitología. Por otro lado, le encanta pintar, y su experiencia en yacimientos ediacáricos se ha visto reflejada en parte de su obra, de la que dejamos una muestra a continuación:


Charnwood Quarry


Ediacaran Life


Charnian Life


Ammonites

También dejamos el poema "The Fossil", en el que explica el descubrimiento del fósil que posibilitó la descripción de Charnia por parte del Dr. Ford:

Understanding geology as an orderly system, built
up of alternating layers of clay and lime,
with gravelly sands and river silt,
the Charnwood volcanic hills
exploded in my teenage brain,
sweeping aside my hard-won knowledge
of progressive deposition throughout time and space,
to be replaced with a new vocabulary:
igneous dykes and sills; metamorphic; pyroclastic;
magma, pumice, sedimentary ash; gabbro, granite, gneiss and schist:
the terms fell easily from the tongue
but left me unprepared
for the fantastic piles of these oldest blocks
of hardened stone; the bedded sheets,
once wind-blown dust, compressed, tilted, strong;
the rocks now used as a climber’s training wall.
 
The blue Liassic clays at home were full of early forms of life;
lampshells, bivalves, belemnites,
with several kinds of curling ammonites, backbone of my childish hoard.
Precambrian rocks contain no fossils, or so the library books insisted,
and my teachers echoed this belief, yet, on an annual trip
in search of bilberries for jam and pies,
I came across an outcrop, polished, smoothed,
containing imprints of some ancient leaf,
fern-like, with a central stalk.
The fossil could not be removed: proof lay in a pencil tracing,
to be kept until an open mind
could explain the relic I’d unearthed, identify this puzzling find.

On our return, another year,
the metre square of stone was gone.
the drilling holes alone remained;
evidence that something had been here despite the constant assertion:
there are no fossils from Precambrian times.

My fossil now has been described and named:
not, in fact, a plant, as I once thought,
but a sort of coral-life,
colonial sea-pen, rooted in the sands of time,
related to the jellyfish today.
The discoverer, said to be a boy, a youth.
someone, no doubt, had listened and believed,
when he said he’d found
a fossil from the Precambrian age.

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