Resumen de lo publicado: K es capturado en el bosque por un anquilosaurio, que le encierra en una jaula.
El velo de la jaula se corrió y la luz la invadió de golpe, obligando a K a apretar los ojos con fuerza.
- ¿No es una monada, Atila? –dijo la saichania- Lo encontré paseando con mi aya por el bosque de araucarias, cerca de Altan Ula.
- Pero, ¿para qué…? –los ojos del robusto tarchia [1] se desorbitaron.
- ¿No te gusta? Le oí cantándole al alba y me dije: “he aquí un hermoso despertador para comenzar el día”. Anda bonito, canta, canta…
- ¡La madre que os parió! –dijo K, entreabriendo los ojos usando la garra de minúscula visera y visiblemente molesto al saber la causa de su cautiverio, mucho menos romántica de cuanto había imaginado.
- ¡Pero… si puede hablar!
- Pues claro, Sasha –le aclaró Atila-, no deja de ser un ornitomimosauriano. No sólo saben cantar.
- No. También sé quejarme. Pero no esperes oírme suplicar por mi vida.
El imponente tarchia se aproximó a la jaula y K pudo sentir cómo, al calor del aliento que escapaba por las fosas nasales del tireóforo, las piernas le dejaban de responder y perdía el control de los esfínteres.
- ¡Vaya, qué valiente! –dijo Atila, tapándose las fosas nasales- No te preocupes, saurio, que a nadie aquí le interesa tu vida. -Entonces, se volvió hacia Sasha- Quédatelo si quieres, pero se te va a morir.
- ¿Por qué? –dijo ella.
- Sí, eso, ¿por qué? –dijo K, mostrando aún mayor interés.
- Los mononykus ya no comen termitas. Eso lo hacían cuando eran libres.
- ¡Ah! Vaya… Pues yo había leído… -dijo Sasha.
- ¿Cómo que “cuando éramos libres”? ¡Ahora es cuando no lo soy! –K trataba de mantener un mínimo de dignidad, pero el tufo de su reacción tras la última bravata, aún presente en la estancia, le desinfló un poco- Perdonen, pero no recuerdo haber comido jamás termitas. Me descompongo sólo de pensarlo…
- ¿Otra vez? ¡No, por favor! –se burló Atila.
- Y ¿qué es lo que coméis? –preguntó Sasha.
- Dinosoma, por supuesto –contestó K.
- ¿Dino… qué?
- Es un compuesto que les preparan los protoceratops por encargo de los tarbosaurios –aclaró Atila, ante la incapacidad manifiesta de K para explicar de qué estaba hecho el producto que cada día le suministraban tras acabar su trabajo-. Contiene bromuro para anular la líbido –cuando desciende el nivel demográfico, dejan de añadírselo al compuesto-, opiáceos de efecto analgésico y para dar sensación de bienestar, y benzodiacepinas contra la ansiedad –en dosis bajas para evitar la somnolencia, alteraciones de la memoria, atención y concentración más allá de lo deseado-. Pero aparte de una masa conformista, los tarbosaurios necesitan trabajadores activos, así que la mayor parte del dinosoma son vitaminas y proteínas.
K no fue capaz de reaccionar ante aquella revelación. Sabía que los bárbaros eran unos sádicos de los que uno no se podía fíar, lo oía cada día en la “reflexión comunal”. Pero no alcanzaba a imaginar con qué objeto aquel tarchia se estaba inventando todo aquello. Y no dejaba de sorprenderle cuan pormenorizadas eran sus explicaciones. Sin embargo, Atila no había terminado.
- Los tarbosaurios llevan generaciones manipulando genéticamente a los alvarezsáuridos para hacerles más productivos. Con los mononykus han tenido más éxito que con los shuvuuias: han conseguido crear una raza de seres con una sola garra. Sin embargo, hay instintos que se resisten al laboratorio y permanecen latentes. Son muchos siglos devorando termitas. Así que, desde la más tierna infancia, les someten a intensas terapias de conducta condicionada hasta que acaban aborreciendo a los insectos.
- Eso es absurdo –dijo K-, no tiene sentido. Nuestro trabajo consiste en sanear los árboles, librándolos de parásitos. Podríamos hacerlo del mismo modo comiéndonoslos.
- Pero dejarías de recolectarlos en cuanto estuviérais satisfechos. De este modo acabáis con un volumen cien veces mayor.
Las palabras del tarchia irritaron bastante a K.
- Baatar se preocupa por la naturaleza, ¿por qué iba a escuchar a un bárbaro que sólo vive para destruir?
- ¡Oye! –dijo Sasha- No te consiento ese tono. En Barun Goyot somos gente civilizada y…
- Déjalo, Sasha –dijo Atila-, le han condicionado para rechazar a todo el que vive al otro lado de los muros de su ciudad. Nos llaman “bárbaros”, despectivamente. Aunque yo creo que el verdadero bárbaro es Baatar, su rey.
- Nosotros no tenemos rey, somos una república –gritó K.
- Ya. Una república en la que ningún diputado replica jamás lo que dice Baatar, cuyo nombre significa “héroe”, al que venerais y habéis dedicado varios templos en los que se le rinde culto, un dios viviente nada menos. Una república que sólo gobierna en interés de los comerciantes y donde la producción es la única ley. ¿Sabes por qué tienen los tarbosaurios tanta preocupación por las araucarias? Porque es el alimento de hadrosaurios y saurópodos. Para un tiranosáurido como Baatar, un pequeño mononykus no sirve ni de aperitivo. Para saciarse necesita al menos un par de muslitos de nemegtosaurus o, por lo menos, un buen chuletón de saurolophus.
K escuchó impertérrito aquella sarta de insidiosas difamaciones. Nunca le había faltado el trabajo ni el dinosoma en Altan Ula. No tenía motivos para desconfiar de sus ídolos y menos por lo que saliera de la boca de un bárbaro al que no le temblaba el pulso para devorar a las pobres niñas que se extraviaban en el bosque. Él mismo estaba allí enjaulado y lo más seguro es que le acabaran sirviendo en algún obsceno banquete.
- En Altan Ula no tenemos esclavos. Todo el mundo es libre.
- Eso es lo que creéis –dijo Atila.
- Tampoco en Barun Goyot tenemos esclavos –intervino Sasha, algo molesta.
- Entonces, ¿por qué estoy encadenado dentro de una jaula cubierta con una capucha? –espetó K a la saichania.
- Te… te dejé ahí arriba para que nadie te pisara –se disculpó Sasha, avergonzada por no haber calculado bien los efectos psicológicos de su iniciativa-. Te aseguré al suelo de la jaula para evitar que te golpearas con los barrotes si un golpe de aire la zarandeaba. El velo es porque leí que os molestaba la luz diurna. Disculpa si te he hecho sentir mal.
- Entonces… -dijo K- ¿me puedo marchar si quiero?
- ¡Por supuesto! –dijo Sasha, procediendo a abrir la puerta de la jaula y soltar las argollas que sujetaban las patas de K.
- Las cosas no son siempre lo que parecen –añadió Atila, en cuyas palabras K creyó percibir una admonición que excedía el reducido espacio de su celda.
El mononykus abandonó su confinamiento de un salto. Antes de marcharse, se volvió para echar una última mirada a los anquilosaurios. Era cierto, no iban a oponerse a su marcha. Tal vez no eran tan mala gente como había pensado. Aunque, en lo que se refería a las costumbres de Altan Ula estaban, obviamente, muy mal informados.
- Hasta luego. Ha sido un placer conocerles.
- ¿Cómo te llamas, amigo? –preguntó Sasha.
- K.
- ¿Ni siquiera podéis tener un nombre completo? –dijo Atila- ¿Te das cuenta de lo que le importas a tu gobierno?
Ignorando el comentario de Atila para no ser descortés con quienes tan graciosamente le habían liberado, K abandonó la estancia y, de una veloz carrera, se internó en el bosque.
Hacía poco que las copas de las araucarias se habían comenzado a fundir con el ocaso, proyectando sus gigantescas sombras alargadas sobre el sotobosque. Mientras el sol se escondía, la luna había ocupado ya su sitio en el centro del firmamento. Una bandada de pteranodontes hizo visible sus siluetas al pasar frente al satélite antes de volver a desaparecer dentro de una nube. Abajo, en un pequeño claro del bosque, un grupo de alvarezsáuridos celebraba su habitual “reflexión comunal” antes de encaminarse a cumplir con sus obligaciones cotidianas.
- ♫♫ El trabajo os hará libres, la ignorancia da la felicidad, honremos a Baatar que nos protege de todo mal… ♪♫
L contó una terrible historia sobre unos anquilosaurios que había encontrado en el arroyo desollando a una pobre anciana extraviada y todos escupieron al suelo y maldijeron a los bárbaros. Acabada la ceremonia, cada cual se echó el saco a la espalda y se dirigió a la zona que le tocaba desparasitar. Justo antes de internarse entre los helechos, B saludó a K.
- ¡Hombre, K! Me tenías un poco preocupado. No te vi ayer.
- Te confieso que salí hasta tarde y me pasé la noche resacoso en la cama. Ya no tengo edad para hacer excesos.
- Vaya. Pues tengo que agradecértelo porque, gracias a que no tuve que competir contigo, me llevé una ración extra de dinosoma. Disculpa que no te guardara nada, pero ya sabes que se estropea si no se consume pronto.
K sabía que, en el fondo, aquello no era más que un cumplido, pero B tenía la facultad de hacer que todo sonara del peor modo posible.
- Oye B, te has preguntado alguna vez porqué nunca tenemos ganas de… bueno, ya sabes.
- ¿De…? –B echó su largo cuello hacia atrás, arrugando el entrecejo- ¿No me estarás proponiendo alguna guarrería, verdad?
- Olvídalo –dijo K, acompañando un gesto con la garra como si apartara algo a un lado.
Los alvarezsáuridos se despidieron y se encaminaron canturreando a sus respectivos destinos. Una suave brisa nocturna agitó agradablemente sus plumas mientras se internaban en la foresta. Olía a tierra húmeda y a musgo. Comenzaba una nueva jornada en los bosques de coníferas de Altan Ula.
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[1] Anquilosaurio de más de ocho metros y cuatro toneladas. Su nombre procede del mongol tarkhi: cerebro.