Tarsiano, era un anciano que vivía en un pueblecito de Burgos. Su existencia era más bien tranquila. Tenía gallinas, un huerto en donde pasar el tiempo, y una familia numerosa a la que había cuidado durante décadas. Pero su aparente plácida existencia se veía truncada cada vez que recordaba su pasado. No lo podía olvidar. Ya hacía más de 80 años que no sabía nada de su hermano mayor. En una época de cambios e incertidumbre en el mundo occidental tras la Gran Guerra y sin esperanzas de que otra república mejorara las cosas, su hermano decidió emigrar en busca de nuevas oportunidades. Finalmente y tras considerar varios países optó por irse a Alemania, donde la guerra había dejado el país falto de mano de obra. Tarsiano aún recuerda el momento de la despedida. Era una fría mañana de marzo y la escarcha blanqueaba el terreno de delante de su casa. Su hermano, se acercó a él.
-Tarsiano, ahora que me marcho, tienes que cuidar de tu madre -su padre hacia dos años que había fallecido en un trágico accidente, y la marcha del hermano mayor era aún mas traumática-. No te preocupes por nada, seguro que todo saldrá bien. Os escribiré cada semana y en cuanto haya conseguido el dinero necesario, volveré a casa y compraremos un tractor. Por fin dejaremos de arar con los bueyes.
Estas fueron las últimas palabras que Tarsiano escucho de él. Recuerda que mientras se alejaba, un par de lágrimas se escaparon de sus ojos. Es la única vez que asegura haber llorado en toda su vida.
Durante un año, la promesa de su hermano se veía cumplida por medio de cartas y postales. Que si hacía frío, que si la cerveza era muy barata, que si había una cosa parecida al chorizo que estaba muy buena… Pero de repente dejó de tener noticias suyas. Lo último que supo es que vivía en Berlín y que trabajaba en una moderna fábrica de coches. En el pueblo se rumoreaba que había muerto durante la Segunda Guerra Mundial, pero él aseguraba que la conexión entre hermanos era tan fuerte que su muerte la hubiera sentido.
Gastralia, mujer de Tarsiano, siempre lo ayudó a buscar a su hermano. Había contactado con la embajada alemana, con un famoso programa de televisión, etc. Incluso, había contratado a un investigador privado. Pero nunca consiguieron nada. Hasta que un día, cuando ya se habían dado por vencido recibieron una carta:
A la atención de Tarsiano Gómez,
Me dirijo a usted por el asunto de la búsqueda de su hermano. Acabo de recibir una información de un contacto en la embajada americana en Berlín sobre su paradero. Parece ser, que en la desclasificación de un documento de 1975 de la Guerra Fría, le sitúan en la siguiente dirección:
Invalidenstr. 43, 10115 Berlín-Mitte
Atentamente,
Julián Guerrero
Investigador Privado.
La cara de Tarsiano y Gastralia cambió en un instante. Una sonrisa enorme inundó su rostro.
-Lo sabía -exclamó él-. No había muerto en la guerra.
No tardó ni cinco minutos en escribir una carta a esa dirección. En ella, explicaba quien era, cual era su historia y que necesitaba saber si su hermano seguía vivo.
La vida de Tarsiano había cambiado. La gente del pueblo aseguraba que había rejuvenecido varios años. Estaba más alegre, más amable, parecía otro. Varias semanas después recibieron una carta de Berlín. Gastralia fue corriendo a la huerta. Rápidamente ambos volvieron a casa y entraron en la cocina. Él no se lo podía creer. No era capaz de abrir la carta de los nervios. Finalmente la leyó en alto:
Querido Tarsiano,
Siento comunicarle que su hermano falleció hace cinco años tras una larga enfermedad. No había día que no hablara de sus años en Burgos y de que había dejado atrás una familia con la que no podía comunicarse. Verdaderamente creo que gran parte de su vida la pasó pensando en ustedes.
He de decirle que durante la primera parte de los años treinta, su hermano trabajó como espía aliado en Berlín, y que por miedo a represalias del bando comunista, vivió escondido y bajo otra identidad. Posteriormente se casó y tuvo un hijo, mi padre.
Si a usted y su familia no les crea ninguna molestia, me gustaría viajar a su pueblo y conocerles.
Saludos,
Copröl
P.D. Mi abuelo me enseñó español para que no olvidara cuales son mis orígenes.
Aún con lágrimas en los ojos, Tarsiano se apresuró a responder a Copröl invitándole a su casa. Fue un momento emotivo. Incluso la propia Gastralia aseguró no haber podido dormir en días.
Semanas después, una fría mañana de marzo, un taxi paró delante de la casa de Tarsiano. Y como si el destino quisiera devolverle algo que le había robado, de él bajó un joven alto y rubio que se acercó caminando sobre la blanca escarcha. Gastralia, aún en camisón, salió corriendo a su encuentro:
-Copröl, Coprölito mio. ¡Lo feliz que nos hace que estés aquí!
Detrás venía Tarsiano, que ayudado de un bastón andaba lo más rápido posible:
-Eres la viva imagen de mi hermano. Hace 80 años que me despedí de él en este mismo lugar, y ahora, por fin puedo recuperar la parte del corazón que perdí entonces.
Los tres entraron en la cocina y al calor de la lumbre completaron la historia de una familia separada por la guerra. Además, Copröl comentó que su abuelo hablaba de Tarsiano constantemente, y de las ganas que tenía de volver a casa y cumplir su promesa, regalarle el deseado tractor.
La familia por fin estaba completa. Copröl visitaba junto a su mujer e hijos a Tarsiano y Gastralia dos veces al año. Incluso consiguió que ellos fueran a Berlín y conocieran los lugares donde había vivido su abuelo durante tanto tiempo. Varios años después, y ya cercano a la centena, Tarsiano falleció. Gastralia asegura que lo hizo con la tranquilidad de que su vida ya estaba completa. Fue en una fría mañana, y como no, de marzo.
CARLOS RAY (Ignacio Díaz Martínez)
Pues este es el relato ganador del Primer Certamen Literario Koprolitos.
¡Enhorabuena Ina!