La inspectora Silvia se echó un caramelo de menta a la boca mientras subía al ascensor en compañía de la oficial Laika Herranz, su brillante compañera.
- ¡A este cabrón terminaré matándolo más pronto que tarde! -acabó explotando la inspectora.
Laika se sobresaltó.
- Lo siento, amiga; te he asustado. Es que llevamos semanas siendo niñeras de esta aberración, cuidándolo, proporcionándole un lugar en el que vivir cómodamente, vigilándolo y siempre acaba dándonos esquinazo. Y siempre vuelve con un regalito. Puñetero narcisista.
- Comprendo su enfado pero, por favor, cálmese –replicó serenamente la oficial Laika.
Silvia resopló pero no dijo más.
Sí, necesitaba calmarse. Llevaba una semana especialmente difícil, peor que las anteriores. Casi le abren un expediente por sugerir, sutilmente, dónde podían meterse sus superiores misiones especiales como aquélla.
- Venga, Laika, dime ya que es lo que nos vamos a encontrar esta vez. Estoy cansada de situaciones a la que no podemos dar explicación ni con la física cuántica.
La oficial levantó orgullosamente la cabeza.
- Ya sabe que la física cuántica sólo vale para las partícuGUAU BARF GRRR…
- ¿Otra vez? ¿Tampoco eso lo arreglan? ¿Sólo trabajamos nosotras dos en esta comisaría?
La inspectora se agachó para intentar arreglar el vocalizador sujeto al cuello de Laika, semejante a un collar antipulgas.
La tecnología de los vocalizadores era prácticamente nueva y con cierto éxito a sus espaldas ya. Permitía a muchos animales, aunque no todos, comunicarse con las personas y aprender de ellas lo que de otra forma no podrían. Tenía sus problemas menores, desde luego, como la obligación, impuesta por ley, de desconectar los vocalizadores en la época de celo (especialmente perros, gatos y ciervos); o que estos aparatos sufrieran daños frecuentes debido a su delicada manufactura. Pero, en general, Laika Herranz era la prueba (sobresaliente en Física, sobresaliente en Geología, sobresaliente en Filología Inglesa, y así un puñado más) de que esta invención abría un amplio abanico de posibilidades de entablar relaciones con seres a los que seguiríamos viendo como mascotas achuchables o simple atrezzo del medioambiente si no fuera por haber roto la, antiguamente infranqueable, muralla lingüística y de empatía que nos separaba. Una vez destrozado el muro fuimos conscientes de que un mundo mejor es posible con la inestimable ayuda de muchos de los seres vivos que pueblan el planeta. E incluso de los que la poblaron en un tiempo remoto.
O no.
Silvia terminó de hacer la pequeña chapuza con el vocalizador cuando se abrió la puerta del ascensor.
- Sótano 4, allá vamos -suspiró la inspectora-. Ehmm, Laika, cariño, mi “arreglo” no durará mucho. Pásate más tarde por Mantenimiento, allí hay un chaval que se las apaña bastante bien con estos chismes.
- Gracias, inspectora.
Siguieron caminando por un largo pasillo iluminado por fluorescentes hasta una puerta cerrada. Mientras sacaba las llaves la inspectora inquirió de nuevo.
- ¿A qué nos enfrentamos esta vez? ¿La foto de familia de Gutiérrez? ¿La cartera de ese policía tan gilipollas de la segunda planta? ¿Unas esposas, quizá?
- Es un robo en mayúsculas. Pero no sé explicar bien qué es. Parece un cuadro pero… es tan extraño.
- ¿Un cuadro? ¡Ja! Ojalá sea ese de los ciervos en la cacería que tiene el inspector Loria en el despacho.
- Es de un museo.
La risilla de Silvia se apagó de inmediato y su semblante cambió.
- No hay ningún museo en un par de kilómetros a la redonda -empezó a protestar la inspectora.
- Es una obra pictórica del Museo de Arte Mágico PostPostModerno. Se halla a las afueras de la ciudad. La policía científica se encuentra investigando en el sitio pero el personal del museo les pone trabas. Pretenden que el incidente sea investigado por un grupo de especialistas en psicomagia de Murcia, con una biodanza o algo así. Es todo tan raro, inspectora.
Silvia seguía callada, ensimismada en sus pensamientos, mientras entraban en la gran habitación.
Un amplio acuario lleno de agua ocupaba casi toda la habitación. En ella, gracias a un microclima bien regulado, crecía el primer trilobites vivo en mucho tiempo. Si los vocalizadores suponen un antes y un después en la Historia de la Humanidad y Otros Seres Vivos, la tecnología que había permitido traer del lejano pasado a un trilobites en perfecto estado de salud no era moco de pavo. Hito tras hito científico que habría parecido imposible a muchos apenas cincuenta años atrás.
La habitación no estaba completamente iluminada y no se atisbaba dónde estaba el animal así que cuando la inspectora Silvia encendió las luces del techo, dio un respingo.
- ¿Es esa cosa tan grande y fea la que ha robado esta vez?
Laika hizo lo que en los cánidos bien podría ser interpretado como un encogimiento de hombros. “¿Y qué quiere que le diga?”, parecía querer decir.
Bajo las patitas de un trilobites color esmeralda se hallaba una pintura enmarcada de lo que podría ser descrito por el crítico de arte más heterodoxo del país como “el cagajón de un horror cósmico que se apresuró a limpiarlo, sin éxito”.
- Bueno - la inspectora parpadeó incrédula un par de veces-, ¿y qué responde este bicho cleptómano cuando le preguntan por su nueva y horripilante adquisición?
- Se muestra impertinente. Nos insulta de una forma que no había oído nunca. Los técnicos le han tenido que quitar el vocalizador, no sin algunos arañazos de propina.
- Podríamos tener el dinosaurio, con esas plumas tan hermosas, o el mamut enano que tienen los del zoológico, pero no, nos toca la lotería con este mequetrefe invertebrado.
- Ya sabe, inspectora, que fue debido a su conducta incívica con el personal del zoo y el resto de sus habitantes por lo que nos lo trajeron, con palpable alivio.
- ¡Y maldita sea la hora!
Con ganas reprimidas de aplastar al artrópodo, la inspectora apagó las luces y cerró de un portazo.
- En fin - dijo resignada-, espero que la científica tenga más material con el que trabajar. Siempre y cuando se quiten a esos idiotas de encima.
Ya frente al ascensor miró a la oficial Laika con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Las grabaciones de seguridad! ¿Cómo no habíamos pensado antes en ellas? Hay cámaras por toda la habitación del bicho. Fueron instaladas después del último robo.
Laika bajó la voz (o el ladrido).
- Me temo que no hay motivo para la euforia. El sistema de video-vigilancia fue desconectado, todavía sigue así, y no hemos podido averiguar cuál ha sido el fallo.
- ¡Qué potra tiene el bicho!
- Con el debido respeto, inspectora Silvia, en vista de los sucesos de estas últimas semanas, ¿cree, de veras, que ha sido casualidad?
Ambas se miraron durante lo que pareció un par de minutos. Luego la inspectora dio un puñetazo en la puerta del ascensor.
- ¡¡Odio a los trilobites!!
Epílogo
Había pasado el tiempo suficiente. Esas dos criaturas parlantes no volverían para molestarlo en un rato. Enterró la pintura en la arena junto con el resto del botín que había conseguido ocultar a tiempo: dos mecheros dorados, siete bolígrafos, tres lápices, una calculadora, un billete de cinco euros, un paquete de preservativos y una Magnum de calibre desconocido. Sus amados tesoros estaban a salvo.
Pronto se quedó dormido, soñando con en el siguiente golpe. Nadie diría que esa cosa verde esmeralda, tan quieta, semienterrada en la arena, fuera una forma de vida. Un invertebrado. Un artrópodo. Un trilobites. Un auténtico cabronazo.
REKUZZA (Alberto V. Aguilera)