Continuando con nuestro repaso a la literatura en castellano de inspiración mesozoica, hoy vamos a detenernos en el comienzo del siglo pasado, hasta la proclamación de la República.
José de Echagaray, visto por Sorolla
El 28 de enero de 1901, en un artículo sobre las locomotoras, escribe tres años antes de ganar el premio Nobel de Literatura José Echegaray para El Imparcial: “Así la Naturaleza en su evolución geológica crea los grandes monstruos, el Ictiosaurio, el Plesiosaurio, el Mastodonte, el Elefante, y también parece que se detiene, y aún dijérase que retrocede y toma por otro camino, porque la magnitud dio de sí todo lo que podía dar, y busca nuevos organismos menos colosales, pero de vida más inteligente”. Este artículo fue reeditado el 16 de junio de 1905 en Gaceta de los Caminos de Hierro. El 9 de mayo de 1903, Caras y Caretas publicó el cuento “El duende de la arena”, en el que unos niños desentierran un duende que les pregunta dónde hay pterodáctilos para comer. Le explican que esos eran platos de otra época, cuando por pescado se tomaba ictiosaurio.
Triceratops de Joseph Smit (Extinct Monsters, 1892)
El 7 de marzo de 1913, Juan Pérez Zúñiga (autor de unos deliciosos Viajes Morrocotudos ilustrados por Xaudaró) dedica este poema a Triceratops:
“Como no hay que hablar / sobre si habrá tiros
por lo de la Doctrina; / voy a deciros
que ha sido descubierto / (lo leí anoche)
un antediluviano / monstruo feroche
llamado por los sabios / triceratopo,
más grande que los brutos / que cita Esopo,
y que entre los reptiles / figuró un día
como el reptil más chulo / de los que había.
De longitud sumaba / diez metros justos,
y en el cráneo tenía, / para dar sustos,
dos cuernos a los lados / y uno en el centro
(¡más que otros animales / que yo mo encuentro!)
Tenía la piel gruesa / con mucha escama
(como la que ahora tiene / más de una dama).
Pesaba de seguro / lo que cien potros;
su cerebro era chico / (como él hay otros)
dividía las peñas / dando zarpazos,
deshacía los bosques / a coletazos,
y antítesis, en suma, / del micrococus,
fue el más bravo colega / del diplodocus.
De París al Museum, / aunque algo rota,
los sabios han llevado / su cabezota
(la del monstruo, se entiende) / y allí la han puesto.
Perdonad si no os damos / más datos de esto,
y admitid (con permiso / del gran Esopo)
que hoy tratemos del viejo / triceratopo,
ya que a veces tengamos, / los escritores
que tratar de animales / mucho mayores,
y que hasta en el Casino / y en el teatro
nos tricératopemos / con más de cuatro”.
En La Revista Montserratina (1907-1917), Fray Manuel Sancho publicó el relato “Los gnomos de Montserrat” (junio de 1917), en el que el protagonista se sienta sobre un fósil de ictiosaurio al que los gnomos han colocado cristales en las cuencas de los ojos para asustar con su brillo.
"La primera casa que se vio en nuestro planeta" (Puig, 1920)
En la entrega del 15 de enero de 1920 de Mi Revista, se publicó el relato humorístico de Enrique González Fiol (a.k.a. “El bachiller Corchuelo”) –que publicó en muchas otras revistas de la época como Nuevo Mundo, Hojas Selectas, La Esfera o Por esos mundos- “La primera casa que se vio en nuestro planeta”, ilustrado por Puig. Este cuento narra los amores de Chas y Chis, dos trogloditas que se dicen cosas como “¡Ay, iguanodonte mío!” o “¡Ay, ictiosauria mía!”. El joven conseguirá ganarse a su suegro gracias a su revolucionario invento, la choza, mucho más cómoda que las cuevas tradicionales.
"El plano astral", ilustración de Vázquez-Calleja para La Correspondencia de España
El 20 de agosto de 1920, La Voz publicó el cuento del francés J. H. Rosny “El mar y el destino”, cuyo protagonista manifiesta, mirando al océano: “Me le imagino casi tan joven como en la época en que el iguanodón y el plesiosaurio se arrastraban por los cienos pantanosos o el pterodáctilo volaba melancólicamente a través de las nieblas matinales...” Este cuento fue reeditado el 12 de noviembre de 1920 por La Correspondencia de España, en cuya edición del 20 de febrero de 1922, en la entrega de la novela de Enrique Jardiel Poncela “El plano astral”, uno de los personajes toca un fósil de Diplodocus y es transportado “telepáticamente” al Mesozoico. La ilustración es de Vázquez Calleja.
La leyenda del “Nahuelito” se refleja en La tierra de todos (1922), de Vicente Blasco Ibáñez, donde leemos: “Algunos juraban sinceramente haber visto de muy lejos al plesiosaurio hundiéndose en el muerto cristal de los lagos andinos ó pastando en la vegetación de sus riberas. Pero veían esto al anochecer, cuando la Cordillera extendía su inmensa sombra violeta sobre la llanura. Los incrédulos afirmaban que la tal visión surgía siempre cuando el observador regresaba de algún boliche lejanísimo llevando muchas copas en el cuerpo”.
Una de las partituras que se dedicó al Nahuelito
Por cierto, el argentino Roberto Arlt escribe en Los siete locos (1929): “¿Disparates? ¿No se creyó en la existencia del plesiosaurio que descubrió un inglés borracho, el único habitante del Neuquen a quien la policía no deja usar revólver por su espantosa puntería?...”. Y Liborio Justo a.k.a. Lobodón Garra cuenta en El palo vivo (publicado en La tierra maldita, 1932): "...recordarán que hubo un director del Jardín Zoológico de Buenos Aires que envió toda una expedición en busca del último plesiosaurio, para cazarlo y traerlo vivo con el objeto de exhibirlo en ese paseo público por la módica suma de 0.10 centavos".
La profecía de Gómez de la Serna se cumplió en One Million B.C. (Roach, 1940)
Ramón Gómez de la Serna es autor de
Cinelandia (1923), fantaseando sobre Hollywood, en la que crea personajes fabulosos como “
el caimán convertido en dinosaurio en una película prehistórica”, y de la novela de anticipación
El dueño del átomo (1928), sobre un físico obsesionado con someter la energía del átomo y dominar el mundo. Existe un cómic de igual título (c.1957, Juan Llarch/J.Martí) con dinosaurios, pero según Manera [1] estaría inspirado en
Brick Bradford y
Flash Gordon.
El 23 de enero de 1924, Carlos Esplá publicó en el valenciano Las Provincias el cuento “El explorador que perdió un ictiosaurio”. Este cuento se reimprimió el 11 de marzo de 1926 en el Diario de Alicante.
Jesús Robles publicó el 26 de enero de 1930 en El Tormes (Alba de Tormes, Salamanca) el relato corto “Las calles de Urbelacia”, sobre un pueblo de pocos recursos para empedrar sus calles, en las que un grueso paleontólogo será tragado por el lodo y se encontrará con un fósil de diplodocus.
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[1] Manera, D. (2014) «De Gómez de la Serna a Martín-Santos, passando per la narrativa popolare: i rari e sconffiti scienziati delle lettere spagnole novecentesche», en Formula e metáfora. Figure di scienziati nelle letterature e culture contemporanee, Ledizioni.