martes, 22 de enero de 2013

Exploración de novedades (Marcos García Barreiro)

Nunca me gustó la camiseta que me dio hace dos años, con un Psittacosaurus impreso a todo color, pero a veces me la pongo para contentarle y porque no me importa mancharla. En cuanto a la Maiasauria hinchable que me regaló el año pasado, no sé muy bien con qué propósito, la he colocado en el desván, alegando falta de espacio.

En fin, es mi único amigo, y he de acostumbrarme a soportarlo. Aunque ambos compartamos interés por los fósiles, los dinosaurios no me caen simpáticos, salvo contadas excepciones. Incluso me producen cierto resquemor, al sentirme indefenso frente a tan portentosas criaturas. Esta animadversión creo que ha sido agravada por películas y documentales. Pero a él le apasionan, y yo debo disimular al máximo mis opiniones al respecto, porque no pienso romper una buena amistad por causa de los dinosaurios.

A mí, que le tengo miedo a los animales peligrosos y a las plantas antropófagas, me propuso adentrarme en este oscuro bosque salpicado de charcas y bichos dispuestos a morderme sin explicaciones. Y yo acepté, con el único fin de abandonar esa agresiva ciudad de rotondas, rudas aceras y cervezas amargas. De sombríos callejones que amurallan soledades y canalizan ráfagas de aire frío que te importunan.

Me viene bien pasear bajo los árboles, escuchando el trino de cucos y pinzones. Aunque esta caminata me resulta agotadora. Me dice que ya queda medio kilómetro para toparnos con el conjunto de icnitas que pretende fotografiar para publicar en su marginal página web para conocimiento de todos los aficionados a este mundillo. Caemos en la emboscada tendida por un enjambre de mosquitos. Ante mi refunfuñar, él me responde que:

—Algunos de estos mosquitos podrían ser parientes míos, en caso de descender de quienes me chuparon la sangre hace unos meses. 

Seguimos caminando, cuesta arriba, entre sudores y callos en los pies, intentando sortear arbustos espinosos. Todo por redescubrir unas icnitas del Cretácico que, aunque científicamente útiles, no resultan mejores que otras de las que tengo noticia, como las de Glen Rose, en Texas; o las estampadas en varios yacimientos de La Rioja. En cualquier caso, se hallan en numerosos lugares del mundo, y las que vamos a ver no destacan por su buen estado. Ni siquiera mi amigo las ensalza con epítetos grandiosos. Son una rareza interesante en esta zona tan necesitada de atractivos turísticos, y ya está. A raíz de este descubrimiento se ha estado promoviendo la posible repoblación del lugar con saurios recién creados en laboratorio. No me extrañaría que las autoridades ya hubiesen iniciado la suelta. Y que ciertos ejemplares sean inofensivos no quiere decir que estemos libres de problemas.

—Sabes que yo le tengo mucho respeto a los dinosaurios, y no me gustaría encontrarme a ninguno por aquí... Podría armarse un alboroto... —le comenté con diplomacia, ocultando mi verdadera repulsa a esos bicharracos.

—No tienes motivos para preocuparte. Prácticamente todos están extinguidos. Y los escasos supervivientes, de haberlos, han estado evolucionando hasta hoy.

—En ese caso... ¿Qué animal es aquel que campa en aquella lejana colina? —le señalé sorprendido, pero sabiéndome a distancia segura de aquel mastodonte.

—Tranquilo, amigo. Aquel individuo... no es dinosaurio. ¡Es un mamut! Herbívoro y pacífico.

Llegados a un claro, entre matorrales de monte bajo, observamos las icnitas esculpidas en la roca por las potentes patas de un grupo de dinosaurios. Después de una docena de fotografías desde diferentes posiciones, me pidió que sacase otras tantas, esta vez con él incluido, junto a la icnita mejor conservada. Disfrutaba posando en variadas posturas: en cuclillas, sentado, recostado... A partir de mi cuarta toma comenzó a escucharse un fuerte zumbido que no era viento ni rebaño de cabras; que no era lluvia a pleno sol ni estampida de búfalos. Vi acercarse como una nube de polvo. Comencé a ponerme nervioso. Las siguientes fotos me salieron movidas pese al estabilizador óptico. Él se puso en pie, alarmado, ordenándome correr monte abajo. 

—¡Son los insectos pirañoides! ¡Los Esquilmers! —exclamó un par de veces durante nuestra huida.

Un puñado nos alcanzaron. Casi me destrozan dos dedos en la lucha. A él le han comido una oreja y medio dedo. Y con el terrible susto, casi se me quita la repulsa a los dinosaurios. 

PSEUDÓNIPONCIO (MARCOS GARCÍA BARREIRO)


Y este es el último de los relatos presentados al Segundo Certamen Literario Koprolitos. ¡Gracias, Marcos!

0 comentarios:

  © Blogger templates 'Neuronic' by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP